Juan Diego, el santo que nunca fué
MARIO MÉNDEZ ACOSTA
Presidente de la Sociedad Mexicana para la Investigación Escéptica
“El santo que nunca fue” podría sonar como el titulo de una novela de suspenso barata de los años cuarenta, algo escrito por Leslie Charteris o de G.K Chesterson. Pero se asemeja más a un melodrama moderno. Es la historia de cómo la iglesia católica, sólo para probar su fuerza, intentó demostrarle al mundo que tenía el poder de cambiar la realidad; canonizando a un hombre que todos en el fondo sabían que nunca existió. Me refiero a Juan Diego el indio azteca que supuestamente atestiguó la aparición de la Virgen María como la Virgen de Guadalupe.
En el siglo dieciséis el nombre “Juan Diego” significaba algo así como “Juan Pérez”: un hombre cuyo nombre e identidad no sólo son desconocidos sino también carentes de importancia.
A través de los siglos la iglesia ha promovido varias investigaciones sobre la realidad de Juan Diego. Es un problema importante, dado que la Virgen de Guadalupe —en cuya forma de Virgen María asumió la fisonomía de una mujer india americana— es la figura central de devoción para los católicos en toda América Latina. En el siglo diecinueve, el obispo de la ciudad de México, Labastida, promovió una investigación, encabezada por el historiador Joaquin García Icazbalceta, devoto católico. Icazbalceta le escribió un reporte confidencial al obispo, en el que claramente refutaba la existencia de Juan Diego.
Real o no, Juan Diego fue hecho santo en julio del 2002. En la escena del evento, el clérigo Miguel Olimón —historiador de la Universidad Pontificia de México, una oficial y muy prestigiada institución católica— mencionó otra investigación. Dicha investigación también debatía sobre la existencia de Juan Diego. Olimón fue censurado y amenazado por la corriente aparicionista. Actualmente un obispo lamentó públicamente que no existiera más la Inquisición para callar a los alborotadores como Olimón. A pesar de ello, este historiador publicó su trabajo. Una editorial española, Plaza & Janés aceptó el manuscrito y lo publicó este año con el titulo de La búsqueda de Juan Diego.
Ciertamente los primeros datos en el expediente histórico de Juan Diego, hacen muy poco por inspirar confianza. Como David Brading de la Universidad de Cambridge señala, la imagen de la virgen que supuestamente fue milagrosamente impresa sobre el ayate de Juan Diego en 1531, la primera referencia registrada data de 1555 o 1556. Otro sacerdote historiador, Stafford Poole de Los Angeles, señala que Juan Diego como tal no aparece en ningún registro hasta 1648, cuando Miguel Sánchez, un escritor teólogo que radicó en Nuevo México (después México), lo menciona en su libro The apparittions of the Virgen Mary (Las Apariciones de la Virgen Maria).
El siguiente año, la historia de Juan Diego resurge en otro libro titulado Nican Mopohua, escrito en la lengua náhuatl de los aztecas por el sacerdote criollo, Luis Lasso de la Vega. La trama del Nican Mopohua es simple, está basada en otras leyendas antiguas como la de Moisés en el Monte Sinaí. El libro afirma que, en 1531, justo diez años después de que los españoles guiados por Hernán Cortéz conquistaran el imperio azteca, un indio cristiano llamado Juan Diego ascendió al monte del Tepeyac, justo al norte de la Ciudad de México. En la cima del monte la Virgen se le apareció y le pidió que construyera un templo en ese lugar. Juan Diego le contó al obispo Juan de Zumárraga lo que había (visto) escuchado. El obispo le pidió algún tipo de prueba. Después de varios encuentros con la Virgen, ésta le dio instrucciones de recoger algunas flores silvestres y que las llevara en su ayate para que el obispo las pudiera ver. Cuando Juan Diego regresó al recinto del obispo en el centro de la Ciudad de México, abrió su ayate y las rosas cayeron a la tierra. Sobre su tilma o ayate había aparecido la imagen de la Virgen, supuestamente la misma imagen se exhibe hoy en día en la Basílica de Guadalupe.
Esta historia tiene varias lagunas. Primero, El obispo Zumárraga no era obispo todavía. Fue consagrado hasta 1534. Segundo, hasta su muerte en 1548, Zumárraga nunca mencionó nada relacionado a este tema. Finalmente en un catecismo que escribió el año anterior a su muerte, claramente señaló: “El Redentor de este mundo no quiere más milagros, porque no son más necesarios”. El silencio de este obispo —más, su hostilidad hacia los milagros de última hora— es elocuente. Nadie escribiría algo sobre las supuestas apariciones en más de cien años.
Los cultos a la Virgen en el monte del Tepeyac comienzan alrededor de 1550. El primer templo fue construído dos años después a cargo del sucesor de Zumárraga, Alonso de Montufar. Se sabe que el obispo Montufar encargó la ahora sagrada imagen de Marcos Cipac de Aquino, un pintor indio famoso en la región norte de la ciudad. El pintor basó su boceto inicial en una imagen ya existente de la Virgen de Guadalupe, reverenciada por los habitantes de Extremadura, provincia de España.
Desde septiembre de 1556, Francisco de Bustamante, cabeza provincial de los franciscanos en México, leyó un memorable sermón en el que claramente desmintió todo el mito: “La devoción que ha crecido en una capilla dedicada a Nuestra Señora, llamada de Guadalupe, en esta ciudad es en gran manera dañina para los nativos, pues les hace creer que la imagen pintada por Marcos el indio es de alguna forma milagrosa”.
En 1569, Martín Enríquez de Almanza, cuarto Virrey de México, denominó el culto de la Virgen de Guadalupe como una impostura dañina, de hecho como una adoración disfrazada de la deidad azteca Tonantzin.
El libro de Olimón examina también los estudios hechos en torno a la tan renombrada prenda milagrosa como tal. En 1982, Guillermo Schulenburg, abad de la Basílica de Guadalupe, hizo examinar la imagen por un experto restaurador de arte. José Sol Rosales, quien determinó que la imagen fue realizada utilizando variantes de la técnica que hoy se conoce como (template painting) pintura de plantilla. Los pigmentos son una mezcla de extracto de caccus cacti, sulfato de calcio y hollín, usado comúnmente en el siglo dieciséis. (En 1996, Schulenburg fue forzado a renunciar después de exponer públicamente que Juan Diego era una figura mítica).
Esos eruditos religiosos clérigos que han puesto en duda la veracidad de la historia de Juan Diego, han sido objeto de un verdadero linchamiento por parte de los medios. Hay pocos ejemplos modernos de tanto odio expresado por parte de la iglesia en contra de aquéllos que difieren de la prevaleciente “verdad oficial”.
La canonización de Juan Diego claramente representa a la moderna Iglesia Católica Romana y toda su histórica intolerancia e irracionalidad. Esto no es ninguna sorpresa para muchos mexicanos que nunca aceptaron la nueva cara de la Iglesia que pretendía mostrar tolerancia y moderación.
Referencias
Joaquín García Icazbalceta, “Juan Diego y las Apariciones del Tepeyac” (Ciudad de México: Publicaciones para el Estudio Científico de las Religiones, 2002), pp. 3-8
Luis Alfonso Gámez, “Juan Diego. ¿El santo que nunca existió?” Diario El Correo, 27 de julio de 2002 (Bilbao, España).
Miguel León Portilla, Tonantzin-Guadalupe. Pensamiento Náhuatl y mensaje Cristiano (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2000).
Manuel Olimón, La Búsqueda de Juan Diego (Ciudad de México: Plaza & Janes, 2002).
Publicado en Free Inquiry, Invierno 2002/03
Traducción: Héctor Ayala Correa
Presidente de la Sociedad Mexicana para la Investigación Escéptica
“El santo que nunca fue” podría sonar como el titulo de una novela de suspenso barata de los años cuarenta, algo escrito por Leslie Charteris o de G.K Chesterson. Pero se asemeja más a un melodrama moderno. Es la historia de cómo la iglesia católica, sólo para probar su fuerza, intentó demostrarle al mundo que tenía el poder de cambiar la realidad; canonizando a un hombre que todos en el fondo sabían que nunca existió. Me refiero a Juan Diego el indio azteca que supuestamente atestiguó la aparición de la Virgen María como la Virgen de Guadalupe.
En el siglo dieciséis el nombre “Juan Diego” significaba algo así como “Juan Pérez”: un hombre cuyo nombre e identidad no sólo son desconocidos sino también carentes de importancia.
A través de los siglos la iglesia ha promovido varias investigaciones sobre la realidad de Juan Diego. Es un problema importante, dado que la Virgen de Guadalupe —en cuya forma de Virgen María asumió la fisonomía de una mujer india americana— es la figura central de devoción para los católicos en toda América Latina. En el siglo diecinueve, el obispo de la ciudad de México, Labastida, promovió una investigación, encabezada por el historiador Joaquin García Icazbalceta, devoto católico. Icazbalceta le escribió un reporte confidencial al obispo, en el que claramente refutaba la existencia de Juan Diego.
Real o no, Juan Diego fue hecho santo en julio del 2002. En la escena del evento, el clérigo Miguel Olimón —historiador de la Universidad Pontificia de México, una oficial y muy prestigiada institución católica— mencionó otra investigación. Dicha investigación también debatía sobre la existencia de Juan Diego. Olimón fue censurado y amenazado por la corriente aparicionista. Actualmente un obispo lamentó públicamente que no existiera más la Inquisición para callar a los alborotadores como Olimón. A pesar de ello, este historiador publicó su trabajo. Una editorial española, Plaza & Janés aceptó el manuscrito y lo publicó este año con el titulo de La búsqueda de Juan Diego.
Ciertamente los primeros datos en el expediente histórico de Juan Diego, hacen muy poco por inspirar confianza. Como David Brading de la Universidad de Cambridge señala, la imagen de la virgen que supuestamente fue milagrosamente impresa sobre el ayate de Juan Diego en 1531, la primera referencia registrada data de 1555 o 1556. Otro sacerdote historiador, Stafford Poole de Los Angeles, señala que Juan Diego como tal no aparece en ningún registro hasta 1648, cuando Miguel Sánchez, un escritor teólogo que radicó en Nuevo México (después México), lo menciona en su libro The apparittions of the Virgen Mary (Las Apariciones de la Virgen Maria).
El siguiente año, la historia de Juan Diego resurge en otro libro titulado Nican Mopohua, escrito en la lengua náhuatl de los aztecas por el sacerdote criollo, Luis Lasso de la Vega. La trama del Nican Mopohua es simple, está basada en otras leyendas antiguas como la de Moisés en el Monte Sinaí. El libro afirma que, en 1531, justo diez años después de que los españoles guiados por Hernán Cortéz conquistaran el imperio azteca, un indio cristiano llamado Juan Diego ascendió al monte del Tepeyac, justo al norte de la Ciudad de México. En la cima del monte la Virgen se le apareció y le pidió que construyera un templo en ese lugar. Juan Diego le contó al obispo Juan de Zumárraga lo que había (visto) escuchado. El obispo le pidió algún tipo de prueba. Después de varios encuentros con la Virgen, ésta le dio instrucciones de recoger algunas flores silvestres y que las llevara en su ayate para que el obispo las pudiera ver. Cuando Juan Diego regresó al recinto del obispo en el centro de la Ciudad de México, abrió su ayate y las rosas cayeron a la tierra. Sobre su tilma o ayate había aparecido la imagen de la Virgen, supuestamente la misma imagen se exhibe hoy en día en la Basílica de Guadalupe.
Esta historia tiene varias lagunas. Primero, El obispo Zumárraga no era obispo todavía. Fue consagrado hasta 1534. Segundo, hasta su muerte en 1548, Zumárraga nunca mencionó nada relacionado a este tema. Finalmente en un catecismo que escribió el año anterior a su muerte, claramente señaló: “El Redentor de este mundo no quiere más milagros, porque no son más necesarios”. El silencio de este obispo —más, su hostilidad hacia los milagros de última hora— es elocuente. Nadie escribiría algo sobre las supuestas apariciones en más de cien años.
Los cultos a la Virgen en el monte del Tepeyac comienzan alrededor de 1550. El primer templo fue construído dos años después a cargo del sucesor de Zumárraga, Alonso de Montufar. Se sabe que el obispo Montufar encargó la ahora sagrada imagen de Marcos Cipac de Aquino, un pintor indio famoso en la región norte de la ciudad. El pintor basó su boceto inicial en una imagen ya existente de la Virgen de Guadalupe, reverenciada por los habitantes de Extremadura, provincia de España.
Desde septiembre de 1556, Francisco de Bustamante, cabeza provincial de los franciscanos en México, leyó un memorable sermón en el que claramente desmintió todo el mito: “La devoción que ha crecido en una capilla dedicada a Nuestra Señora, llamada de Guadalupe, en esta ciudad es en gran manera dañina para los nativos, pues les hace creer que la imagen pintada por Marcos el indio es de alguna forma milagrosa”.
En 1569, Martín Enríquez de Almanza, cuarto Virrey de México, denominó el culto de la Virgen de Guadalupe como una impostura dañina, de hecho como una adoración disfrazada de la deidad azteca Tonantzin.
El libro de Olimón examina también los estudios hechos en torno a la tan renombrada prenda milagrosa como tal. En 1982, Guillermo Schulenburg, abad de la Basílica de Guadalupe, hizo examinar la imagen por un experto restaurador de arte. José Sol Rosales, quien determinó que la imagen fue realizada utilizando variantes de la técnica que hoy se conoce como (template painting) pintura de plantilla. Los pigmentos son una mezcla de extracto de caccus cacti, sulfato de calcio y hollín, usado comúnmente en el siglo dieciséis. (En 1996, Schulenburg fue forzado a renunciar después de exponer públicamente que Juan Diego era una figura mítica).
Esos eruditos religiosos clérigos que han puesto en duda la veracidad de la historia de Juan Diego, han sido objeto de un verdadero linchamiento por parte de los medios. Hay pocos ejemplos modernos de tanto odio expresado por parte de la iglesia en contra de aquéllos que difieren de la prevaleciente “verdad oficial”.
La canonización de Juan Diego claramente representa a la moderna Iglesia Católica Romana y toda su histórica intolerancia e irracionalidad. Esto no es ninguna sorpresa para muchos mexicanos que nunca aceptaron la nueva cara de la Iglesia que pretendía mostrar tolerancia y moderación.
Referencias
Joaquín García Icazbalceta, “Juan Diego y las Apariciones del Tepeyac” (Ciudad de México: Publicaciones para el Estudio Científico de las Religiones, 2002), pp. 3-8
Luis Alfonso Gámez, “Juan Diego. ¿El santo que nunca existió?” Diario El Correo, 27 de julio de 2002 (Bilbao, España).
Miguel León Portilla, Tonantzin-Guadalupe. Pensamiento Náhuatl y mensaje Cristiano (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2000).
Manuel Olimón, La Búsqueda de Juan Diego (Ciudad de México: Plaza & Janes, 2002).
Publicado en Free Inquiry, Invierno 2002/03
Traducción: Héctor Ayala Correa
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