EL “MODELO BARCELONA”

Francisco-Javier Monclús *
EL “MODELO BARCELONA” ¿UNA FÓRMULA ORIGINAL? DE LA “RECONSTRUCCIÓN” A LOS PROYECTOS URBANOS ESTRATÉGICOS (1979-2004) **

Introducción

Numerosos arquitectos, urbanistas e historiadores del urbanismo de distintas partes del mundo han mostrado un especial interés por las transformaciones producidas en Barcelona durante las dos últimas décadas. La experiencia ha sido ampliamente descrita y difundida en medios académicos y profesionales, aunque no es fácil encontrar interpretaciones globales que tengan en cuenta las distintas variables puestas en juego, incluso desde una perspectiva estríctamente urbanística. Algunos autores han destacado la dimensión formal de esas transformaciones, el buen diseño, la calidad urbana de sus espacios públicos (Buchanan 1984, 1992; Rowe, 1991, 1997; Sokoloff, 1999, Gehl- Gemzoe, 2001). Para otros, lo más señalado habría sido la capacidad de gestionar un acontecimiento extraordinario como los JJ.OO. de 1992, convirtiéndolo en "palanca" e instrumento estratégico de renovación y recuperación urbana (Marshall, 1996; Portas, 1998; Ward, 2002).

Además de esa duplicidad de percepciones en la extensa literatura generada durante los últimos años, es interesante comprobar la existencia de un cierto contraste entre los enfoques utilizados por los que atienden a la experiencia barcelonesa "desde fuera", y las visiones más localistas y homogéneas que sobre el mismo proceso se han efectuado "desde dentro", a menudo por los propios gestores y técnicos implicados en dicha experiencia (Ajuntament de Barcelona, 1983, 1986, 1987, 1996, etc.; Busquets, 1987; Montaner, 1990; Borja, 1995; Maragall, 1998, Esteban, 1999). En pocas ocasiones se intenta combinar ambas perspectivas, la internacional con la local. Sin embargo, si se quiere entender el grado de originalidad de los procesos urbanos y de las estrategias urbanísticas puestas en marcha en este periodo, parece obvio que resultan precisas ambas perspectivas.

¿Hasta qué punto podemos considerar la experiencia de Barcelona como un hecho singular y aislado?. ¿Es posible considerar ese "modelo" como una versión más o menos original del discurso y de las prácticas urbanísticas en otras ciudades en el mismo periodo? El objetivo del presente artículo es el de reconsiderar el llamado "modelo Barcelona", con la pretensión de entender mejor sus conexiones y paralelismos con lo ocurrido en otras ciudades y, a la vez, apuntar hacia algunas de sus especificidades y su originalidad relativa. Tomaré como punto de partida las diversas interpretaciones sobre los cambios producidos en la cultura urbanística internacional y, al mismo tiempo, una aproximación más cercana a los procesos y estrategias desarrolladas en Barcelona durante esos años, lo cual me obligará a utilizar una serie algo extensa de referencias bibliográficas de naturaleza bastante diversa. Generalmente, la experiencia de Barcelona tiende a verse como un episodio excepcional, sobre todo, desde la literatura de carácter más localista antes señalada. En algún caso, la originalidad de la experiencia barcelonesa se ha atribuido a la especial situación de la ciudad en el contexto de la recuperación de la democracia y de la fuerza de los movimientos ciudadanos, conjuntamente con el papel singular de los urbanistas que ya habrían puesto las bases de la "nueva Barcelona" en los años 70 (Montaner, 1990; Calavita- Ferrer, 2000). En cambio, algunos autores extranjeros la sitúan en el marco de un urbanismo cada vez más globalizado en los años 80 y 90 e incluso en el de un "pensamiento único" internacional (McNeill, 1999; Arantes et al., 2000).

En cualquier caso, parece evidente que la experiencia de Barcelona se ha convertido en una especie de referente y modelo, sobre todo en el entorno de los poderes locales y de los urbanistas de otras ciudades europeas y latinoamericanas. Como señala D. McNeill desde una perspectiva crítica, la "Nueva Barcelona", es una ciudad considerada como "eficiente, limpia, culta"… "un modelo de cómo deberían mostrarse las ciudades en la Nueva Europa" (McNeill, 1999, 1-14). Otros autores coinciden en esa consideración de Barcelona como un auténtico "modelo urbanístico", "uno de los más potentes de finales del siglo XX" (Ward, 2002, 371). Tanto desde las valoraciones más críticas como desde las que pueden considerase en cierto modo "oficiales", parece haber acuerdo en ese reconocimiento de que estamos ante un caso ejemplar, en el que se ha utilizado una fórmula -o modelo- que se ha demostrado "exitosa". Lo que no está tan claro es que esa fórmula constituya un hallazgo barcelonés, o bien haya sido en Barcelona dónde se habría ensayado su aplicación de manera más o menos correcta y eficaz. Naturalmente, existen diferentes aproximaciones al significado de los modelos. Sin embargo, el concepto de modelo urbanístico ha sido ampliamente utilizado en la historiografía y en los estudios urbanos: desde las operaciones de Haussmann en París de mediados del s.XIX al cinturón verde de Londres durante la postguerra mundial o al IBA de Berlín durante la década de los 80, diversas "fórmulas" o modelos se han ido imponiendo en diferentes periodos históricos. El de Barcelona podría ser considerado simplemente como uno más en una larga serie, en este caso correspondiente a las cambiantes dinámicas urbanas de la década de los 90.

En este sentido, resulta significativo el modo en que el urbanismo barcelonés ha sido acogido en los medios oficiales británicos. En 1999, el RIBA -colegio británico de arquitectos- otorgó su premio a la ciudad (por vez primera, hasta entonces siempre se había concedido a arquitectos). Antes, en 1987, la ciudad había obtenido el premio de Harvard por su buen diseño, pero ahora la Medalla de Oro del RIBA (1999) se concedía a los políticos y arquitectos por su "compromiso con el urbanismo", incluyendo "la combinación de espectaculares proyectos urbanos y de mejoras de pequeña escala en plazas y calles" (Wintour, Thorpe, 1999).Se destacaban así tanto las operaciones de pequeña dimensión, los espacios públicos, como los grandes proyectos urbanos estratégicos. Dos tipos de intervención urbanística que se asociaban a sendas etapas de renovación de la ciudad.

Por otro lado, en ese mismo año de 1999, en el difundido Informe "Towards an Urban Renaissance" -preparado por un equipo de expertos y coordinado por Richard Rogers por encargo del nuevo gobierno laborista- las referencias al caso de Barcelona ocupaban un lugar destacado. En ese documento, Richard Rogers considera que "en la calidad de nuestro diseño urbano y del planeamiento estratégico, estamos probablemente 20 años detrás de lugares como Amsterdam o Barcelona" (Rogers, 1999, p.7). En el Informe, la atención se fija así en esos dos aspectos de las intervención urbanísticas realizadas en Barcelona: capacidad para regenerar y tratar espacios centrales mediante pequeñas operaciones de reforma urbana; pero también, las operaciones de mayor alcance, los proyectos "estratégicos" que caracterizan la intervención posterior. Especialmente significativo es el hecho de que el propio ex alcalde Barcelona, Paqual Maragall (1982-97), fuera encargado del prólogo a dicha publicación. El mensaje de Maragall es claro: "Resulta crítico entender que la mejora del espacio público es relevante para la resolución de los problemas económicos y sociales". Después de las operaciones puntuales, casi como una ampliación de las mismas, se deben emprender los proyectos urbanos de mayor alcance, estratégicos. "El truco en Barcelona fue primero calidad, después cantidad" (Rogers, 1999).

Tanto en los textos indicados al principio como en las observaciones del Informe Rogers, destacan esas dos dimensiones del urbanismo de Barcelona que más han atraido la atención internacional: "urbanismo cualitativo" y "urbanismo estratégico". Resulta necesario por tanto, diferenciar claramente dos componentes -y dos etapas- en el "modelo Barcelona". Dos líneas de actuación que no son, por otro lado, nada ajenas a sendas tradiciones de la cultura urbanística internacional. ¿Cuál es, entonces, la originalidad de Barcelona? ¿Se trata, básicamente, de un proceso de adaptación de esas tradiciones urbanísticas? ¿O, más bién, de una elaboración propia de tal entidad que habría acabado por conformar un "modelo" del que otras ciudades estarían aprendiendo? En un ensayo reciente, S.V. Ward sugiere la posibilidad de que ambas hipótesis puedieran no haber sido contradictorias, sino más bien complementarias: "Ahora, paradójicamente, la experiencia urbanística de Barcelona está siendo ampliamente estudiada, utilizada y adaptada de distintos modos, tanto en el mundo postindustrial como en el ámbito latinoamericano (…) Maragall considera el escenario internacional, importando y adaptando modelos urbanísticos exteriores (el de Baltimore, por ejemplo) a la vez que, con más fuerza, fomenta la difusión del modelo Barcelona" (Ward, 2000, p.56).

Lo que no aparece en el Informe citado es alusión alguna a los procesos metropolitanos que en esos mismos veinte años han transformado la estructura y la forma de la Barcelona metropolitana -la "ciudad real" a la que el mismo Maragall se refiere a menudo- en una región metropolitana cada vez más dispersa y menos "mediterránea". Tampoco el "urbanismo verde" ni el planeamiento metropolitano de Barcelona son considerados como un "modelo" relevante en esos trabajos. Claro que el contraste que algunos observan entre la importante incidencia del sistema británico de planeamiento en esos aspectos, frente a la debilidad generalizada de las iniciativas correspondientes en Barcelona -como en otras ciudades del sur de Europa-, parece ser un motivo suficiente que explicaría esa falta de interés o las visiones más bien críticas de otros autores británicos (Hebbert, 2000, 82-90).


La "Reconstrucción de la ciudad" y el urbanismo "cualitativo". Los proyectos de recuperación del espacio público durante los años 80

Además de considerar los rasgos específicos de la ciudad de Barcelona en la primera mitad de la década de los 80 -en correspondencia a una coyuntura histórica especial (cambio de situación política con la recuperación de la democracia en España), es importante entender el alcance de esa completa revisión y cambio de "ciclo" del urbanismo a escala internacional. Si se quiere inscribir el urbanismo de Barcelona en esa primera etapa, parece importante referirse tanto a las nuevas condiciones derivadas del final del periodo del crecimiento urbano anterior, como al "ambiente" y los "referentes conceptuales" en los que se desarrolla la práctica urbanística de la nueva etapa. Sin llegar a un determinismo economicista excesivo, parece fundamental poner en relación el proceso por el cual se van imponiendo esas concepciones, con los cambios sustanciales asociados a la ralentización del crecimiento demográfico y urbano que se observa en las ciudades europeas, así como con la crisis económica de los años 70 y principios de los 80.

No se puede establecer una relación mecánica y simple porque los movimientos que cuestionan el planeamiento convencional y el urbanismo funcionalista basado en la Carta de Atenas comienzan ya en los años 60 y primeros 70. Es en esos años cuando, tanto en Europa como en Norteamérica, se asiste a una revalorización de la ciudad tradicional y de sus componentes colectivos: calles, plazas, manzanas cerradas, etc. (frente a la negación o el papel abstracto del espacio público y a la proliferación de bloques en los esquemas del urbanismo moderno). También es entonces cuando se impone el análisis morfológico de la ciudad en cada una de sus áreas y la identificación de los tipos arquitectónicos, es decir la consideración del contexto urbano como punto de partida de cualquier actuación de carácter "puntual". Se puede hablar de una nueva generación de planes y proyectos y de todo un ciclo de urbanismo -durante los años 70 y primeros 80-, que se interesa por el contexto, por la recuperación de las relaciones entre arquitectura y urbanismo. En particular, se enfatizan los aspectos formales del urbanismo y un menor interés por el planeamiento convencional, a la vez que triunfan los "proyectos urbanos" fundamentalmente arquitectónicos. Y todo éso ocurre, con distintas versiones, también en las ciudades españolas, con Barcelona a la cabeza (Terán, 1999).

Hay que recordar la potencia con que se van imponiendo las nuevas concepciones urbanísticas como reacción a la abtracción y a las limitaciones del "urbanismo moderno" -por muy ambigua que resulte dicha expresión- que había presidido las actuaciones llevadas a cabo en los años del gran crecimiento urbano anterior (décadas de los 50-70). A pesar de sus diferentes significados en cada ámbito cultural y nacional, varios discursos y sus correspondientes eslóganes parecen recorrer la cultura arquitectónica y urbanística desde los años 70 como preludio a su imposición a principios de los 80. El primero de ellos es el de la "arquitectura de la ciudad", a raíz del libro del mismo título de Aldo Rossi (de 1966), pero también de toda una corriente que tiene especial eco en Italia, en Francia y en España (Barcelona en particular). Otro es el de la "reconstrucción de la ciudad europea", con diferentes acepciones, pero que revela el renovado interés por la ciudad existente. En el ámbito más instrumental, interesa destacar la progresiva importancia del "proyecto urbano", como alternativa más o menos "arquitectónica" al planeamiento generalista que, con ciertas variantes, se había consolidado en los años del gran crecimiento urbano. Todo ello es lo que permite efectuar una mirada de conjunto a situaciones que, lógicamente, responden a situaciones históricas y urbanas diversas. No es difícil encontrar semejanzas y afinidades en las concepciones que presiden las operaciones más señaladas durante los años 80 en distintas ciudades: tanto las que se producen en Barcelona, como los "Grand Projects" y las operaciones de remodelación de sectores urbanos en París o, sobre todo, las del IBA de Berlín (Rowe, 1997, Sokoloff, 1999). Los elementos comunes son claros: revalorización de la ciudad "histórica" (sobre todo, la del siglo XIX y principios del s.XX), reivindicación de los espacios públicos tradicionales (calles, plazas, parques), integración de urbanismo y arquitectura como reacción a la abstracción del planeamiento globalizador. En relación al planeamiento, la idea de abordar los problemas urbanos mediante proyectos específicos, especialmente de recuperación de espacio público y equipamientos, gana terreno un poco por todas partes (López de Lucio, 1999).

El problema que se plantea en la historiografía urbanística es que los mismos fenómenos se han interpretado desde puntos de vista un tanto sectoriales. Así, algunos han centrado su atención en los procesos de desrregulación urbanística y en el declive del plan convencional (Hall, 1988-1996), mientras otros se han interesado más por la dimensión formal, más próxima a la arquitectura y al diseño urbano (Broadbent, 1990, Corboz, 1990). Por último, están los que consideran todos esos cambios como parte del surgimiento de lo que denominan "urbanismo postmoderno" o de la "cultura del proyecto urbano" (Ellin, 1996, Améndola, 2000). Es cierto que las raíces y trayectoria de ese movimiento son diversas y múltiples y que se desarrollan en un periodo más largo que el de la crisis (de Jacobs en los 60 a los hermanos Krier en los 70). Pero casi siempre se constata una notable insatisfacción y desconfianza hacia los principios y métodos del urbanismo moderno. Resulta suficientemente significativa - en una especie de movimiento histórico cíclico o pendular- la recuperación más o menos directa de los principios del urbanismo anterior: algunos del siglo XIX, otros del "Arte Urbano" de principios del s.XX, todos ellos anteriores a las formulaciones más elaboradas y radicales del Movimiento Moderno (Sola-Morales, 1987). Una situación que recuerda, en cierto modo, a la producida a finales del s.XIX, cuando se imponen las concepciones del urbanismo culturalista de C.Sitte y otros que entienden la intervención urbanística como "construcción artística de las ciudades" (Sucliffe, 1981). La reedición en los distintos idiomas de determinados textos "clásicos" -del urbanismo de finales del s.XIX y principios del s.XX- es una muestra clara de ello. En efecto, los textos de Sitte, Unwin o Hegemann son objeto de recuperación, con los correspondientes prólogos a cargo de los teóricos del momento (Monclús, 1995).

Es interesante comprobar la sintonía entre esas corrientes internacionales y los planteamientos sobre "reconstrucción" de la ciudad existente en el caso de Barcelona. El fluido diálogo entre Barcelona y las diferentes "escuelas" de urbanismo (Venecia, Milán, Ginebra, Bruselas, Versalles y París, etc.) es una manifestación en ese sentido. Y aunque las versiones más historicistas del discurso de la "reconstrucción de la ciudad europea" -lideradas por los hermanos Krier- no tengan en Barcelona un impacto directo, tampoco existen tantas distancias, como se comprueba con la traducción de algunos de sus textos y proyectos más importantes y el interés que algunos de ellos suscitan en la cultura urbanística local (Krier,R. 1976, Krier, L.,1978). No es frecuente entender ese proceso de recuperación de un urbanismo más arquitectónico, cualitativo, contextualista, atento a las posibilidades que ofrece la actuación en los espacios públicos de Barcelona, poniéndolo en relación con los "vientos culturales del urbanismo europeo". Es cierto que una parte de ese movimiento de "recuperación" se debe a factores propios de la ciudad y que no tendrían sentido determinadas visiones excesivamente reduccionistas acerca de la "difusión" lineal del pensamiento y de las prácticas arquitectónicas y urbanísticas, pues esos procesos adoptan formas extremadamente variadas en función de la naturaleza de cada movimiento y de las circunstancias históricas de las propias ciudades. Pero hay un elemento que se convierte en protagonista de las intervenciones barcelonesas y que también tiene un importante papel en el discurso de la "reconstrucción de la ciudad europea". Se trata del renovado interés por el papel y la formalización del espacio público. Después de un largo periodo de escasa atención hacia el tema, desde mediados de los años 70 se plantea la necesidad de recuperar calles, plazas y espacios "vacíos" en general, como medio de mejorar la calidad urbana. Contribuye a ello la progresiva obsolescencia y desocupación de extensas superficies enclavadas en lugares más o menos centrales de las ciudades: áreas industriales, portuarias o ferroviarias que pierden su funcionalidad. Y también una visión bastante pragmática, pues la actuación sobre el espacio público se concibe como ocasión de proyectos económicamente viables y con un proceso de gestión relativamente sencillo.

La llamada "cultura del proyecto urbano" se manifiesta ya en las primeras publicaciones del Ayuntamiento de Barcelona, aunque sea de un modo absolutamente empírico (Barcelona City Council, 1983). Es en el conocido libro de O. Bohigas -delegado de Urbanismo entre 1980 y 1984- titulado significativamente "Reconstrucción de Barcelona", en el que se presentan los principios del nuevo urbanismo arquitectónico y contextualista (Bohigas, 1985). En él se reivindica la eficacia de los proyectos urbanos puntuales como alternativa a la abstracción del planeamiento convencional. El mensaje es simple pero contundente: el urbanismo no sirve.. hay que dar paso a la arquitectura. También se reivindican los espacios públicos propios de la ciudad histórica: la plaza, la calle, la manzana "casi cerrada", etc. No hay que pensar en una adopción literal de los principios de la "reconstrucción de la ciudad europea". Pero están claros algunos elementos convergentes. Sobre todo, un entendimiento de la ciudad esencialmente como arquitectura y un énfasis extraordinario en su morfología. Una concepción que sintoniza así mismo con las visiones de la construcción fragmentaria de la ciudad o "ciudad collage" de C.Rowe (Rowe, Koetter, 1981). O con las ideas que presiden las transformaciones urbanas de otras ciudades durante los años 80. El propio O. Bohigas reconoce en su libro que los proyectos de Berlín constituyen la referencia más clara al afirmar que allí se experimenta una vía interesante: "una reconstrucción del centro a partir del respeto absoluto del trazado viario y de la forma tradicional de la calle" (Bohigas, 1985, 118).

Como contrapartida a esa sintonía entre el discurso de la "reconstrucción de la ciudad europea" y el que está en la base del "modelo Barcelona" en su primera etapa, no hay que olvidar que en Barcelona coinciden una serie de circunstancias históricas singulares. Las correspondientes a la situación política con la recuperación de la democracia y el importante papel que jugaban las asociaciones de vecinos han sido justamente resaltadas (Calavita-Ferrer, 2000). También es importante tener en cuenta el especial protagonismo que asumen los arquitectos con relación a otros profesionales, ingenieros en particular. Es posible que sea ése uno de los factores más distintivos de la experiencia barcelonesa durante los años 80 (Moix, 1994). Por otro lado, habría que matizar las visiones excesivamente generalizadoras que tienden a ver un progresivo abandono de la planificación omnicomprensiva en ese periodo, pues es precísamente entonces cuando se consolida la actuación urbanística basada en el Plan General Metropolitano de Barcelona, aprobado en 1976 (PGM). Aunque sí es cierto, con todo, que el Plan se va convirtiendo cada vez más sólo en un marco, un punto de partida, que hace posible las operaciones puntuales del urbanismo cualitativo. A través de las publicaciones del Ayuntamiento de Barcelona (muy numerosas, otro rasgo específico barcelonés), es posible analizar y matizar el modo en que se concretan esos discursos sobre la forma urbana y la importancia del tratamiento de los espacios públicos como estrategia clave en la recualificación de la ciudad. De hecho, se pueden analizar las distintas actuaciones, mediante planes y proyectos municipales, como forma de despliegue y redefinición de la ordenación urbana, pasando de los "proyectos de sector urbano" a los de escala municipal e incluso metropolitana (Esteban, 1999). Por último, conviene resaltar la dimensión operativa del urbanismo barcelonés con relación al de otras ciudades en las que podrían compartirse los principios generales en cuanto a la necesaria mejora de la ciudad existente, pero en las cuales no llegaron a llevarse a cabo una serie de actuaciones urbanísticas comparable. Las aproximadamente 150 operaciones de recuperación de espacio público realizadas durante la década de los 80, que atrajeron la atención internacional y obtuvieron distintos premios, son muestra de ello.


El urbanismo estratégico: infraestructuras y grandes proyectos urbanos de la segunda mitad de los años 80 y durante los 90

Del mismo modo que en los primeros años 80, lo que sucede en Barcelona en el periodo posterior puede entenderse como parte de un movimiento de carácter internacional que, con distintos ritmos temporales y variantes técnicas, se desarrolla en diversas ciudades norteamericanas y europeas. Es obvio que la inflexión experimentada con la recuperación económica a mediados de ésa década se inscribe en un ciclo que no es exclusivo de Barcelona. Aunque también es evidente la diferencia fundamental respecto a las mismas: el propio hecho de la nominación olímpica en octubre de 1986. Sin embargo, como sucedía con el urbanismo "cualitativo’ y contextualista anterior, la imposición de nuevas visiones "estratégicas" resulta de un proceso iniciado anteriormente y que acaba caracterizando la cultura urbanística internacional de los años 90.

No nos referimos aquí exclusivamente a los llamados "Planes Estratégicos", sino a toda una actitud más genérica que se centra en la dimensión funcional y productiva de la ciudad y que se manifiesta en el protagonismo de los grandes proyectos urbanos y de infraestructuras de diversa naturaleza. Así entendidas, esas concepciones no resultarían del todo novedosa. De hecho, el urbanismo moderno partía de la idea de la ciudad fábrica y trataba de aplicar las tesis de Taylor en sus propuestas, con lo que la ciudad adquiría también un carácter de "empresa" (Ascher, 1995, 87). Todo ese proceso puede entenderse como una cierta reacción al urbanismo arquitectónico de principios del s.XX. Lo cual, a su vez, recuerda el cambio que se produjo a principios de siglo en las ciudades norteamericanas, cuando del "City Beautiful" se pasó al eslogan de la "City Efficient" (Hall, 1988-1996). De nuevo, pues, un movimiento pendular o cíclico, con algunos componentes que recuperan importantes elementos de los del ciclo anterior. Como también recuerda las aspiraciones de gran ciudad de muchas ciudades en las primeras décadas del siglo, Barcelona entre ellas: en cierto modo, las ambiciones urbanas de los años 90 que tratan de convertir a Barcelona en la "Capital del Mediterráneo Occidental", pueden ser vistas como una actualización de los sueños de la Gran Barcelona como "París del Sur" a principios del siglo XX (Monclús, 2000). Aunque ahora se trata, más bien, de adaptar la ciudad a las presiones y oportunidades derivadas de la globalización económica, un proceso que se acelera en la década de los 90 y en el que ninguna gran ciudad parece estar dispuesta a quedarse al margen.

Hay que tener en cuenta que la crisis de los modelos del urbanismo convencional y las nuevas actitudes "estratégicas" se producen bastante antes de la recuperación económica, ya durante la crisis de los años 70. En un primer momento, los grandes proyectos son vistos como antídoto del estancamiento económico y urbano. Después, se ponen en marcha diversos proyectos como mecanismo de recuperación y de "relanzamiento" de las ciudades. Es entonces cuando se generaliza el "marketing urbano", las distintas variantes de promoción urbana, la renovación de la imagen de la ciudad coherente con la reconversión de una base económica industrial a otra terciaria y de servicios. Un discurso dirigido a mejorar la competitividad de las ciudades y su rango en "liga urbana internacional" y tan generalizado que algunos han llegado a interpretarlo como un "Pensamiento urbanístico único" y que habría ido imponiéndose en la década de los 90 (Arantes et al., 2000). Aunque es en su variante de las "eurociudades", como ese discurso sería particularmente impulsado por gobiernos locales socialdemócratas (McNeill, 1999).

Como señala P. Hall, durante los años 70 el urbanismo sufre una modificación sustancial: "en lugar de regular el crecimiento urbano, el urbanista se había dedicado a fomentarlo con todos los recursos que tenía a su alcance. La idea que predominaba era que la ciudad era una máquina de crear riqueza y que la función principal del urbanismo era engrasar la maquinaria" (Hall, 1988, 355). El arte del "leverage" (hacer de palanca y mover) y la acción catalizadora, es la fórmula que se extiende en forma de proyectos urbanos estratégicos por toda Europa (con procedencia claramente norteamericana). Peter Hall explica que las Docklands de Londres siguieron los modelos estadounidenses en ese aspecto fundamental, el de la utilización de dinero público para movilizar inversiones privadas (Hall, 1988, 368 ss.). Es importante aclarar que las concepciones estratégicas del planeamiento que se imponen en los años 90 no se pueden asociar mecánicamente a las ideas neoliberales del planeamiento urbano propias del tatcherismo británico o de sus homólogos internacionales (aunque tampoco se entenderían sin esos antecedentes). Se trata más bién de una renovada actitud, basada en la convicción de que las intervenciones urbanísticas deben ser más selectivas y orientadas a mejorar la eficiencia económica y funcional de la ciudad. También en este nuevo ciclo, algunos urbanistas han acuñado diversos eslóganes para caracterizar esta nueva forma de urbanismo. Aparecen así las referencias a los "planes de tercera generación" y a los "proyectos urbanos estratégicos". Como en el caso anterior del urbanismo cualitativo, existen raíces y versiones diferentes: de los proyectos urbanos más tradicionales con ciertas componentes estratégicas a los Planes Estratégicos de carácter socioeconómico. Así, es posible distinguir los liderados por el sector público de los que resultan más bien de la iniciativa empresarial. Portas asocia esos proyectos urbanos "de tercera generación" a su carácter mediático y a su preferencia por los Grandes Proyectos, uno de cuyos principales objetivos sería el de facilitar "el consenso y el compromiso de los actores" (Portas, 1998).

Una tipología particular entre los nuevos proyectos urbanos estratégicos comprendería aquellos correspondientes a la planificación de grandes acontecimientos internacionales: JJ.OO., Expos, etc. Los Juegos Olímpicos constituyen un claro ejemplo de ello (Chalkley y Essex, 1999). Un doble objetivo se persigue en todos esos acontecimientos: renovación de la imagen de la ciudad y utilización de los mismos como catalizadores de determinadas operaciones urbanas. En este sentido, conviene recordar el paso de los JJ.OO. de Los Angeles a los de Barcelona. En general, se ha insistido en las diferencias entre el predominio de la lógica privada en L.A. frente al liderazgo de la iniciativa pública en Barcelona. La originalidad de Barcelona residiría entonces en ese protagonismo y eficiencia eficiencia del sector público, junto al gran consenso político y social del momento. No obstante, existen ciertos paralelismos cuando se consideran otras concepciones que van más allá de los JJ.OO. Así, algunos han señalado el hecho de que el Plan Estratégico de Barcelona se plantea en una coyuntura más parecida a la del Plan Estratégico de Los Angeles que a las de otras ciudades afectadas por la crisis económica. El economista Barcelona Antoni Castells (director de la Comisión de apoyo al Plan Estratégico Económico y Social Barcelona 2000), apunta claramente en esa dirección: "Los , Angeles presenta más similitudes con el caso de Barcelona que cualquier otra ciudad de EE UU, y por tanto, para nosotros es especialmente interesante su conocimiento" (Castells, 1990, 121). Y es que, tanto en Barcelona como en L.A.- a diferencia de otras ciudades, los respectivos Planes estratégicos se conciben en un contexto de crecimiento económico, no de crisis. Por tanto, no se trata de un antídoto sino de una herramienta para impulsar y garantizar el crecimiento.

Por otro lado, resulta útil efectuar comparaciones con otras ciudades que han concentrado sus estrategias de renovación en una "idea fuerza": la de renovación de los frentes de ribera o "waterfronts". Ahí han visto algunos una inspiración más o menos directa en los modelos estadounidenses: Baltimore, Boston y otros puertos norteamericanos (Busquets, 1999; Ward, 2000). Efectivamente, la remodelación del Port Vell muestra esas influencias: la reconversión de los usos portuarios en áreas para el ocio y el turismo al "estilo Rouse" (por el promotor de Baltimore y Boston, James Rouse). Claro que, en una visión más amplia proporciona panoramas algo más complejos: el "waterfront" de Barcelona incluye actuaciones de muy diversa naturaleza, según los distintos tramos: además del Port Vell, hay que tener en cuenta los aproximadamente media docena de kilómetros de frente litoral, en los cuales se aplica una variante más "mediterránea" de los waterfronts internacionales (Nel.lo, 1999). En particular, la concepción del sector de la Villa Olímpica (entre 1982 y 1987) responde a una visión más compleja de la generalizada reconversión de las instalaciones portuarias o industriales en parques temáticos, a diferencia de lo que sucede en el Port Vell. Al margen de la formalización de ese conjunto urbano, se trata de un "plan-proyecto" que trata de articular la escala global del plan con las solicitaciones del contexto urbano. Un ejemplo de los "planes de escala intermedia" o "proyectos complejos" reinventados por los arquitectos y urbanistas barceloneses (McKay, 2000).

Además de los proyectos del frente litoral directamente vinculados a los JJ.OO. e impulsado por ellos, podemos referirnos a otra serie de grandes proyectos para la ciudad que se desarrollan y formalizan desde mediados de los años 80 y que entrarían en esa categoría de "proyectos urbanos estratégicos". Se trata de las llamadas "áreas de nueva centralidad", de las intervenciones en el sistema viario de la ciudad y de otros proyectos centrados en las grandes infraestructuras, destacando la ejecución de los cinturones y accesos viarios (Rondas sobre todo). Con relación a las "áreas de centralidad", hay que decir que, en cierto modo, desarrollan los conceptos previstos ya en el P.G.M. de 1976 y que son deudoras de los "Centri Direzionali" italianos, como en el Plan intermunicipal de Milán (Calavita-Ferrer, 1999). La novedad es que ahora incluyen otros sectores de cara a la redistribución de usos centrales a los cuales se añaden dos nuevos sectores olímpicos (Monjtjuïc y Diagonal), conformando en total las 12 áreas en las que se daban especiales condiciones para acoger los nuevos tipos de edificios del sector terciario y equipamientos, en espacios con usos obsoletos y de buena accesibilidad (Ajuntament de Barcelona, 1987). Por otro lado, estarían las operaciones asociadas a la remodelación del puerto, la plataforma logística en el Delta del Llobregat, el aeropuerto, el tren de alta velocidad y el área de Sagrera, la operación "Diagonal Mar", etc. (A.B., Barcelona Regional, 1999).

Lo cierto es que es en esta última etapa, en el periodo de preparaciòn de los JJ.OO., cuando se imponen las visiones más "estratégicas" y cuándo se entiende bien el mensaje del "leverage". Barcelona no es una excepción en el contexto europeo dominado por el "City Entrepenaurialism" durante los años 80´s y 90´s (Marshall, 1996). Pocas dudas caben, por tanto, de que los principales energías de la política urbana de Barcelona se centran en el intento de convertirse en una ciudad más competitiva y dinámica utilizando los JJ.OO. como catalizador ocasional de todos esos proyectos estratégicos. Tanto es así que el siguiente acontecimiento ya en marcha -el Forum de las Culturas 2004 y la "segunda apertura al mar"- se ha planificado según unos esquemas no muy diferentes a los de los JJ.OO. (Clusa, 1999), a pesar de su naturaleza excepcional, no vinculada a una forma contrastada de celebración (aunque en su versión positiva se ha podido definir como "una Expo de los valores", por F. Mayor Zaragoza).

También en estos años, resulta notable la eficacia del modelo barcelonés, su habilidad en la utilización de todo tipo de instrumentos políticos y urbanísticos para impulsar los grandes proyectos. Para la mayor parte de los observadores, Barcelona se ha convertido en una "ciudad ganadora" en el nuevo orden económico y urbano internacional. Hasta tal punto esto es así, que el "modelo Barcelona" también se ha identificado con esta segunda componente "estratégica" de su actuación urbanística. Su difusión o "exportación" a diversas ciudades latinoamericanas es un fenómeno realmente llamativo, como señalan unos autores brasileños: "Impresiona el número creciente de ciudades que, en Brasil y en Latinoamérica en general, están contratando los servicios de consultoría de los catalanes y de sus discípulos, o utilizando sus enseñanzas" (Arantes et al., 2000, 77). La promoción del "modelo Barcelona" alcanza en este ámbito su mayor relevancia. Desde publicaciones editadas por el Banco Mundial (Borja, 1995) a informes redactados por Jordi Borja y Manuel Castells para la Conferencia Habitat II (Estambul), en los cuales se presentan las virtudes del modelo (Borja & Castells, 1997) o a la asesoría en grandes proyectos urbanos (Puerto Madero, el nuevo waterfront de Buenos Aires, por ejemplo) y en Planes Estratégicos para otras ciudades (Santacana, 2000, 36).

Por otro lado, hay que considerar algunos rasgos diferenciales que evidencian los límites de la fórmula barcelonesa. Y es que hasta ahora nos hemos referido a la "ciudad municipal" - la legal -, no a la Barcelona metropolitana, - la real -, la única que puede compararse con otras grandes ciudades europeas, la de los más de 4 millones de habitantes y que ocupa un territorio de más de 3.000 km2 (4.2 millones en un entorno de Barcelona con radio de 30 a 45 km). Parece fundamental referirse brevemente a las iniciativas llevadas a cabo - o más bien a la debilidad de las mismas- en esa "ciudad real" y metropolitana.


Renovación urbana y suburbanización: Perspectivas metropolitanas

Una de las pretensiones del "modelo Barcelona" es la de formularse como alternativa "europea" a los modelos norteamericanos caracterizados por los procesos de renovación urbana central y suburbanización cada vez más extensiva. La idea de Barcelona como "ciudad compacta" parece haberse convertido en otro eslogan asociado a las estrategias desarrolladas en los últimos años (Busquets, 1992). Sin embargo, lo cierto es que los procesos de descentralización metropolitana experimentan una aceleración espectacular precisamente en los últimos 15-20 años, periodo en el cual Barcelona pierde un porcentaje significativo de su población (unos 250.000 habitantes: de 1.752.617 en 1981 a 1.508.000 en 1996) y a la vez que se descentralizan numerosos empleos y actividades económicas (MANCOMUNITAT MUNICIPIS A.M.B.,1995). Diversos estudiosos consideran que esa ciudad "municipal" se está convirtiendo, cada vez más, en el CBD de la región metropolitana (Vidal, 1995). En este contexto, algunos han planteado la hipótesis de que Barcelona estaría "expulsando sus problemas" al resto de la región metropolitana: se trataría entonces de un proceso tradicional - sobre todo en las ciudades del sur de Europa- de oposición entre centro y periferias, que persistiría en la renovada estructura de la Barcelona metropolitana.

¿Hasta qué punto esto es así, es decir, se explica por un simple "salto de escala" al ámbito metropolitano o, por el contrario, se trata más bien de procesos semejantes a los que tienen lugar en otras ciudades norteamericanas o europeas, en los que la renovación central forma parte de la reconversión de las conjuntos urbanos tradicionales en renovadas regiones urbanas? Ese es uno de los debates de más entidad que se desarrollan en los últimos años. Porque si fuera cierto que estamos ante un modelo dual, en el sentido tradicional de los procesos que caracterizan a las ciudades europeas desde el siglo XIX, los límites del "modelo Barcelona" serían mucho más evidentes. En mi opinión, resulta excesivamente forzado pensar en una repetición de los procesos tradicionales caracterizados por las mejoras urbanas centrales frente a la proliferación de periferias "sin calidad". Más bien hay que pensar en una convergencia progresiva con los modelos de "sprawl" más avanzados en las ciudades norteamericanas y que, cada vez más, afectan a las europeas. No parecen desencaminadas, en ese sentido, las tesis enunciadas por K.T. Jackson, en las cuales argumenta que la "suburbanización puede entenderse como parte de un modelo de crecimiento urbano (...) las ciudades norteamericanas no son tan diferentes de las de otros paises, sino que se encuentran en un estadio más avanzado" (Jackson, 1985, 303). Evidentemente, todavía quedan lejos las realidades urbanas de las descentralizadas ciudades norteamericanas. Pero no parece que estemos ante una simple ampliación de la estructura urbana de la Barcelona compacta y tradicional. Llámese región urbana, "metápolis", región metropolitana o "ciudad de ciudades", lo cierto es que se está produciendo una modificación sustancial de esa realidad urbana y que ello tiene su expresión más notable en la proliferación de las denominadas "nuevas periferias". Una versión, si se quiere, "latinoeuropea" de los procesos de descentralización y sprawl, pero no tan original como a veces se pretende al adoptar visiones excesivamente localistas (Monclús, 1998, Nel.lo 2001).

Los abundantes datos que disponemos sobre el crecimiento y las transformaciones metropolitanas recientes muestran una realidad en acelerado proceso de cambio. Algunos de los indicadores más significativos son suficientes para sintetizar el proceso: por ejemplo, los de ocupación de suelo -de 21.482 ha en 1972 a 45.036 ha en 1992, con un escaso crecimiento demográfico global-; o los de incremento exponencial de la movilidad -las entradas y salidas diarias de vehículos privados en Barcelona pasan de 600.000 en 1988 a 1.200.000 en 1998-; o los relativos al empleo que se asocian a esos procesos de descentralización y de integración de la región metropolitana -en 1990, el 64.4% de la población trabajaba en la misma localidad donde vivía, en 1995, el 59.5%, en 2000 el 52.4%.- (Encuesta Metropolitana 1995-2000). Todo esto sucede en la Región metropolitana, es decir, sin tener en cuenta los fenómenos de "suburbanización estacional" que extienden el área urbana bastante más allá de los difusos límites de la "ciudad real" de Barcelona. Y el paso progresivo de segunda a primera residencia de importantes áreas que así se incorporan de forma nítida al conjunto metropolitano. En realidad, los fenómenos de descentralización aludidos son comunes a otras grandes ciudades españolas (Angelet, 2000) y siguen, con ciertos desfases, lo ocurrido en las demás grandes ciudades europeas. Como señala O.Nel.lo, "Cal fer notar que aquesta evolució no és, de cap manera, original. Ans al contrari, segueix fidelment les pautes de transformació metropolitana que es donen en la major part de les grans ciutats espanyoles i europees" (Nel.lo, 2001, p.115).

Las consecuencias de esa reconversión sustancial de la "ciudad real" de Barcelona, han sido profusamente enunciadas. Existe un cierto acuerdo en cuanto a los aspectos positivos asociados a la reducción de densidades excesivas y a la mejora generalizada del territorio metropolitano derivada de la aportación de centralidad a las mismas y a la creación de equipamientos. Pero también se evidencian, cada vez más, los problemas ocasionados por las nuevas formas de crecimiento metropolitano: problemas de costes ambientales, económicos y sociales. La ciudad dispersa resulta más costosa que la ciudad compacta. La cuestión que se plantea es la de la inevitabilidad o no de las nuevas formas de "sprawl". Un debate ya histórico en las ciudades inglesas o norteamericanas y que ahora nos resulta cada vez más familiar. Varios autores han puesto de manifiesto la complejidad y las paradojas de las campañas "anti-sprawl" (Bruegmann, 2000). En cualquier caso, habría que distinguir las dos caras del fenómeno: descentralización, por un lado; dispersión física extrema y poco controlada, por otro. El primer proceso resulta difícilmente evitable: ni siquiera en los países con un sistema de planeamiento más firme lo han conseguido, caso de Holanda y su descentralizada Randstadt. El segundo aspecto, en cambio, sí era y es susceptible de ser abordado con ciertas posibilidades de éxito relativo. Existe un importante margen en relación a la acelerada ocupación de suelo, al surgimiento de modelos suburbanos residenciales, industriales y comerciales de muy baja densidad y la consiguiente fragmentación y artificialización innecesaria de los espacios abiertos. Determinadas estrategias urbanísticas han resultado decisivas en distintos países. El crecimiento descentralizado puede producirse de manera más o menos controlada, más o menos compacta, con indiferencia o no respecto a los límites precisos entre áreas urbanizadas y entorno natural. Ejemplos como el de las ciudades inglesas, con una larga tradición de estrategias urbanísticas de contención física del crecimiento urbano, cinturones, cuñas y corredores verdes, etc. son buena muestra de ello (Hebbert, 2000).

Parece claro que ciudades como Barcelona pueden aprender todavía bastante de ciertas tradiciones del urbanismo verde y metropolitano. Visto desde esta perspectiva, el "modelo Barcelona" puede ser considerado todavía más bien "aprendiz" que "lider" (Ward, 2002). En efecto, el "urbanismo verde" que constituye en los últimos años uno de los más importantes componentes de cualquier "modelo urbanístico" avanzado, todavía está en Barcelona lejos de alcanzar una madurez comparable a la de otros países del norte y centro de Europa. En lo que se refiere al mantenimiento de una estructura urbana sustentable o, simplemente, "razonable", con una progresiva integración del crecimiento metropolitano en el entorno agrícola, forestal y natural, Barcelona tiene bastante que aprender y poco que enseñar. En ese sentido, parece que cierta despreocupación por lo que ocurría más allá de la ciudad "existente" o consolidada, ha podido resultar un factor relevante en la escasa capacidad de control de ese tipo de procesos. Barcelona ha seguido pautas comunes a otras ciudades en lo que se refiere a la renovación urbana central y a su reconversión en una región urbana cada vez menos "mediterránea", es decir menos compacta y más dispersa. Podríamos pensar entonces que estamos ante una variante "latinoeuropea" de dichos procesos (Monclús, 1998). En relación a otras ciudades en las que esos procesos se encuentran en fases más avanzadas, la versión referida destaca por el mantenimiento de la vitalidad de las áreas centrales. Pero también es notable el carácter "desordenado" de sus nuevas periferias. Un urbanismo que resulta de la reelaboración original y, sobre todo, de la aplicación de fórmulas esbozadas en otros lugares, en lo que se refiere al urbanismo cualitativo y estratégico. Sin embargo, desde la perspectiva metropolitana se trata más bien de un urbanismo que parece estar "pensando localmente (en la ciudad legal) y actuando globalmente (en la ciudad real)", al contrario de la máxima del movimiento ambientalista que tiende a imponerse en los últimos años.


CONCLUSIONES/EPÍLOGO

En definitiva, lo que conviene destacar es que el llamado "modelo Barcelona" ha conseguido éxitos notables en la renovación de sus núcleos existentes - del central y también de otros núcleos metropolitanos- a la vez que encuentra sus límites en esa pretensión de convertirse en alternativa al urbanismo extensivo tan característico de las ciudades norteamericanas y cada vez más de las europeas. No estamos ante un referente en la lucha por un urbanismo más verde, sostenible, etc. Ni siquiera algunos ejemplos de paisajismo de elevada calidad pueden hacernos pensar en un control efectivo del nuevo paisaje periurbano y de las "nuevas periferias", aunque ello sea un paliativo interesante.

Es comprensible entonces que los que analizan la experiencia de Barcelona "desde fuera" se hayan centrado en los resultados del urbanismo cualitativo y estratégico a los que nos hemos referido antes sin considerar lo que ocurre en el ámbito metropolitano. Pero aún centrándonos en éste, es preciso evaluar de manera más matizada la originalidad y aportaciones del "modelo Barcelona", y también sus límites.

Por lo que hace referencia al primer componente -al urbanismo que se inscribe en la tradición del diseño urbano- parece claro que la "reconstrucción de Barcelona" iniciada con fuerza en la primera mitad de los años 80, constituye una versión mejorada de lo que se ha llevado a la práctica en otras ciudades. Por su calidad y su integración, no parece tan exagerada la afirmación de R.Rogers respecto a los "20 años de ventaja" de aquella respecto a las ciudades británicas. Se han llevado a cabo numerosas operaciones de renovación y mejora urbana con un alto nivel en las áreas centrales, manteniendo e incrementando la vitalidad y la calidad urbana de los diversos "centros" urbanos (entendiendo por ello no sólo el CBD oficial, sino todo un núcleo central de una región metropolitana, como lo es Barcelona). Es ahí donde se ha mostrado claramente lo más creativo y novedoso de dicho "modelo". Todo ello, a pesar de que ésa confianza quizás excesiva en el "buen diseño", puede haber pesado en la escasa consideración de la problemática metropolitana, o lo que ocurría al mismo tiempo en los nuevos espacios comerciales, de ocio o culturales, tanto en áreas tradicionales como en las "nuevas periferias".

En cuanto al segundo componente del "modelo Barcelona", el urbanismo estratégico impulsado desde la preparación de los JJ.OO. y proseguido después con tanta o más energía, también se puede decir que la actuación de Barcelona se sitúa en uno de los puestos más altos del ranking internacional. No parecen haberse producido aquí algunas de las consecuencias negativas denunciadas en otras ciudades respecto a la polarización y segregación social. Aunque en la última etapa "postolímpica", con el mayor protagonismo de la lógica privada y el planeamiento "flexible", se hayan acelerado ciertos procesos de mercantilización y tematización cada vez mayor de la ciudad. Las sucesivas campañas de "marketing urbano" -de claro origen norteamericano- se corresponden con un tipo de urbanismo altamente "globalizado" -sobre todo el asociado a los Planes estratégicos- el cual se ha convertido, a su vez, en un referente para otras ciudades, sobre todo españolas y latinoamericanas.

En cualquier caso, la capacidad demostrada por la "nueva Barcelona" para adoptar, apropiarse y elaborar síntesis originales respecto a las fórmulas más avanzadas de la cultura urbanística internacional, permite pensar en la posibilidad de una reorientación de sus objetivos y sus estrategias urbanísticas en los próximos años. Las operaciones previstas en torno al Forum 2004 serán, probablemente, indicativas de la capacidad de Barcelona para afrontar los problemas que todavía tiene pendientes.


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(*) Francisco-Javier Monclús, Profesor de Urbanismo, Universitat Politècnica de Catalunya, javier.monclus@upc.es

(**) El artículo corresponde a un seminario sobre el "modelo Barcelona" celebrado en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona en los primeros meses de 2002. Una versión en inglés del mismo - "The Barcelona Model: an original formula?. From Reconstruction to Strategic Urban Projects (1979-2004)"- se presentó al congreso de la International Planning History Society y se encuentra publicada en la revista Planning Perspectives, vol. 18, n.4, 2003.

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