Barcelona y su urbanismo
Barcelona y su urbanismo
Exitos pasados, desafíos presentes, oportunidades futuras.
Por Jordi Borja
En Barcelona, la ciudad es la calle
En la ciudad lo primero son las calles y plazas, los espacios colectivos; luego vendrán los edificios y las vías. El espacio público define la calidad de la ciudad, porque indica la calidad de vida de la gente y la cualidad de la ciudadanía de sus habitantes. El hermoso libro de Allan Jacobs -The streets of the cities- analiza precisamente las ciudades a partir de la calidad -estética y cultural, funcional y social, simbólica y moderna- de sus calles. Entre las cinco primeras se incluyen dos avenidas de Barcelona, las Ramblas y el Paseo de Gracia. Fantástico para un barcelonés, que sin embargo no puede olvidar que en los años sesenta el mal llamado urbanismo desarrollista estuvo en un tris de hacer desaparecer estos paseos urbanos para convertirlos en vías rápidas. Por fortuna la ciudadanía resistió y los nuevos rumbos de los años ochenta nos devolvieron la cultura de Cerdà, el urbanista de la cuadricula que declaró: "en la ciudad las calles no son carreteras" y la priorizacion de los espacios públicos como estrategia de "hacer ciudad sobre la ciudad".
Barcelona se ha convertido en algo más que una moda, aunque no sería exacto considerarla un "modelo" transferible a otras ciudades. Por suerte cada ciudad es diferente y debe apostar por su diferencia, siempre que ello no se parezca al conservador sarnoso de Juan de Mairena, que quería conservar la sarna. Barcelona es hoy en el mundo una ciudad deseable. Para el bien de esta ciudad conviene evaluar qué la ha convertido en deseable, los efectos –perversos incluidos- de este deseo y si el camino emprendido mantendrá el deseo o no. Y para el bien de otras ciudades es preciso ver si los mismos conceptos son aplicables y tienen efectos similares en otros contextos. Y cuáles son los resultados de políticas de signo contrario. Y los límites o las dificultades para continuar en Barcelona mismo las políticas urbanas "made in Barcelona".
A finales de la década de los ochenta Barcelona recibió el premio Príncipe de Gales por su política de espacios públicos. Y a principios de los noventa la Unión Europea premió su planeamiento estratégico. Se premian dos aspectos de la política urbana barcelonesa que han sido particularmente influyentes en otras ciudades. Pero este "urbanismo ciudadano", que se llamó "Modelo Barcelona" y ha tenido indiscutiblemente una influencia internacional apreciable, hoy se pone en cuestión. Veamos primero la génesis del presente urbano para evaluar sus efectos queridos y no queridos y apreciar las diferencias con las directrices actuales del urbanismo barcelonés.
La estrategia de los espacios públicos
Los espacios y equipamientos públicos fueron la gran estrategia de los ochenta. Se pusieron en marcha unas 300 operaciones, de muy diferentes escalas, la mitad de las cuales eran de espacios públicos abiertos, y la gran mayoría se realizó en muy pocos años. ¿Por qué es preciso calificar esta política de estrategia? Porque en todos estos proyectos, en menor o mayor grado, se encontraban cinco elementos que configuraban una estrategia global de desarrollo urbano.
Una estrategia social ante todo. Encender alguna luz en todas las áreas de la ciudad. Dar una respuesta positiva a la importante demanda social de los movimientos públicos. Una política que fue posible mediante la obtención de suelo para espacios públicos y equipamientos colectivos. La base de ello fue un planeamiento metropolitano que limitaba las posibilidades de desarrollos especulativos (el cambio de uso de las áreas industriales o infraestructurales obsoletas priorizaba su conversión en equipamiento o espacios públicos) en un periodo, además, de relativamente débil presión del mercado y de cambio de la base económica.
Luego, en un marco de reactivación económica, los grandes proyectos infraestructurales incorporaron una dimensión redistributiva y no simplemente funcionalista (véase por ejemplo el diseño de las Rondas). La concepción del espacio público tenía como objetivo facilitar un uso social intenso y diverso, promover actividades e incitar la presencia de nuevos colectivos humanos, y pretendía garantizar el mantenimiento y la seguridad ciudadana futura de estos espacios.
Otro elemento estratégico se apunta en lo anterior: la multifuncionalidad de los proyectos, la voluntad de resolver con una acción varios problemas, de responder a una diversidad de demandas, de prever la posibilidad de nuevos usos futuros, de facilitar la reconversión. La multifuncionalidad a su vez influye positivamente en la mixtura social: por ejemplo, la concepción de la Villa Olímpica como una gran operación de espacio público y equipamientos, la playa, parques y jardines, puerto deportivo como área lúdica, de bares y restaurantes, equipamientos deportivos y culturales, etc., pero también como vivienda (aunque falte, nos parece, densidad y diversidad de población) y como área atractiva para empresas de servicios avanzados, de terciario de cualidad.
Un tercer elemento estratégico es el impacto sobre el entorno de estas actuaciones, el efecto metastásico, que se pretende conseguir tanto con campañas como Barcelona posa-t guapa y pequeñas operaciones de acupuntura urbana, hasta con grandes proyectos concebidos como ancla o eslabón para propiciar una dinámica transformadora del entorno o de toda una área (por ejemplo la citada Villa Olímpica y frente de mar, o la operación Sagrera-Meridiana apoyada en la estación de tren de alta velocidad). Este impacto es tanto urbanístico como económico: la mejora de los entornos supone inversión, creación de empleo, mayor atractivo, etc.
Cuarto elemento estratégico: la calidad del diseño, la monumentalidad, el afán de dotar a estas operaciones de elementos diferenciales, con atributos culturales, simbólicos, que le dan potencial de integración ciudadana y que proporcionan al área un plus de visibilidad o de reconocimiento social respecto al conjunto de la ciudad.
La estrategia urbana de espacios y equipamientos públicos pudo incorporar elementos de continuidad urbana que tienen su base principal en la trama cuadriculada del Ensanche prolongada hacia las actuales áreas de desarrollo hacia el Este (Besós) y por medio de las grandes avenidas metropolitanas (Diagonal, Meridiana, Gran Vía). Este elemento de continuidad de los ejes y de los tejidos es lo que parece más cuestionado actualmente. No sólo en el nivel metropolitano, lo cual sería más explicable por el tamaño mayor de la escala y la dificultad de articulación de morfologías distintas en un ámbito supramunicipal. La construcción de la ciudad metropolitana plantea desafíos ante los cuales debemos reconocer que la cultura urbanística tiene respuestas insuficientes y sujetas a experimentación. Pero en campos más limitados y conocidos también aparecen rupturas discutibles o mal integradas en la propia ciudad (Barcelona 2000, ahora Portal del Coneixement al oeste y Diagonal Mar al este).
Por último, el quinto elemento estratégico es el muy citado efecto de promoción de la ciudad, de marketing urbano, que ha tenido el urbanismo barcelonés. Atracción de profesionales e inversores, publicitado por los medios a nivel internacional, el diseño urbano y la arquitectura, la animación ciudadana y la oferta lúdica y cultural han hecho de Barcelona una ciudad de conferencias, ferias y congresos y que ha encontrado en el turismo una potente base "industrial" que no se podía sospechar hace veinte años.
¿Planeamiento o estrategia?
A veces, especialmente en ámbitos internacionales, el éxito del urbanismo barcelonés se hace depender de la falta de planeamiento (proyectos sí, planes no). O de haber "inventado" o desarrollado más que cualquier otra ciudad un nuevo tipo de planeamiento, el estratégico. Cuando no de la genialidad de algunos líderes políticos o arquitectos o urbanistas. Algo hay de verdad, pero no es toda la verdad, en estas conclusiones simplificadoras. Este algo de verdad puede llevar fácilmente tanto a conclusiones inexactas respecto a Barcelona como a propuestas poco adecuadas para otras ciudades.
Es cierto que tanto en la transición (1976-79) como en la década democrática que siguió se puso el acento en los proyectos, en las actuaciones inmediatas y no en la redacción de un cuadro normativo tipo plan general o regulador. Pero también es cierto que se daban unas circunstancias que garantizaban una cierta coherencia de estas actuaciones y que se disponía de un instrumental urbanístico que permitía una potente actuación pública (suelo calificado como equipamiento o espacio público, facultades expropiatorias, etc.). Citemos como circunstancias favorables:
* La existencia del Plan General Metropolitano, muy favorable a la conversión de áreas o edificios obsoletos (infraestructuras, industrias) en equipamientos colectivos y espacios públicos y la existencia de un patrimonio de suelo público o de reserva para estos usos.
* La elaboración de PERIS (planes especiales de reforma interior) y de programas de actuaciones inmediatas, así como de estructuras municipales descentralizadas, que permitieron recoger las demandas sociales prioritarias e iniciar respuestas adecuadas a las mismas y que se inició en la transición y continuó en los primeros años de la democracia. Luego, en los años ochenta se empezó a estructurar un marco político-jurídico concertado con las organizaciones sociales, colectivos profesionales, y a veces agentes económicos, en todos los barrios en que parecía más necesario una acción de "hacer ciudad sobre ciudad". La descentralización del "urbanismo local" y de los programas sociales y culturales en los distritos (1983-86) contribuyó a consolidar este "urbanismo ciudadano" que ha caracterizado a la ciudad de Barcelona.
* El consenso cívico sobre los grandes proyectos que requería la ciudad. Un consenso generado en los años setenta y en el que participaban los liderazgos culturales, sociales y políticos e incluso los sectores cultos del empresariado, lo cual permitió un relativamente fácil acuerdo tanto sobre las actuaciones inmediatas como los grandes proyectos de finales de la década de los ochenta y que se expresó en el primer Plan Estratégico.
Nos referimos a actuaciones tan diversas como:
- Las rondas y una concepción ciudadana de las infraestructuras
- El frente de mar y la recuperación urbana del Port Vell
- La regeneración de Ciutat Vella y la mejora y el mantenimiento de la mixtura del Ensanche
- Las nuevas centralidades terciarias y de renovación de la actividad económica (Vall d’Hebrón, Poble Nou más tarde) con vivienda incluida
- Las nuevas infraestructuras económicas (Feria, Palacio de Congresos, Parque tecnológico), turísticas (hoteles especialmente) y culturales (Museos, Auditorio, Mercat de les Flors, etc.)
- La ampliación de la red del metro y su articulación con el sistema ferroviario regional y el tren de alta velocidad y la prioridad al transporte público en la ciudad central
- La ampliación del puerto y del aeropuerto y la creación de una zona de actividades logísticas articulada con el sistema ferroviario
- La sutura de la relación ciudad y primera corona periférica mediante la continuidad de los ejes urbanos, la mejora de los elementos de conectividad y la ubicación de equipamientos de centralidad y espacios públicos de calidad
- La urbanización controlada y respetuosa del medio ambiente de los cauces de los dos rios verdaderos límites naturales de la aglomeración al norte y al sur
- Los túneles (de Vallvidrera y el muy discutible de Horta) y la articulación con la conurbación del otro lado de la Sierra, de fuerte tradición industrial, pero también con municipios de fuerte personalidad política y cultural
- La concepción de una ciudad-región policéntrica de ámbito metropolitano muy superior al de la aglomeración barcelonesa (600 km² la aglomeración, con 3 millones de habitantes, similar a la ciudad de Madrid, mientras que la región metropolitana integra más de 150 municipios, 4 millones de habitantes en 3.000 km²). Este consenso metropolitano fue roto por el gobierno de la Generalitat con Jordi Pujol, que disolvió la Corporación, no se integró en el Plan Estratégico y durante veinte años ha paralizado de facto la existencia de un planeamiento regional .
Estos elementos, como hemos dicho, caracterizaban una cultura urbanística con una base amplia de aceptación y que contaba con el PGM, los PERIS y los instrumentos usuales de la gestión urbanística para ser operativa. Y un contexto político favorable. Podía faltar el dinero y las competencias para iniciar todos los grandes proyectos, pero no el planeamiento básico indispensable para una potente acción pública, aunque limitado al ámbito municipal. En estas dos décadas pasadas se ha perdido la oportunidad de pensar la ciudad metropolitana. En la ciudad central se sabía lo que se debía hacer, cómo hacerlo y cuáles eran las demandas sociales. En la ciudad metropolitana hay que conocer mejor las dinámicas y, sobre todo, inventar las propuestas.
Hay que considerar también el interesante papel interpretado por parte de los movimientos críticos de los setenta, tanto de los sectores profesionales y culturales como de los sociales o vecinales, aunque también limitados al ámbito de la ciudad central y de cada barrio. Se habían precisado múltiples demandas sobre equipamientos, espacios públicos, renovación urbana de cascos deteriorados, mejoras de accesibilidad y de cualidad urbana de barrios populares, recuperación como espacios de ejes viarios que creaban verdaderas murallas de autos, reconversión de edificios o áreas obsoletas, etc. No era muy necesario hacer grandes estudios para saber lo que se debía y se podía hacer. Para empezar: "no es hora de hacer planes, sino plazas" recuerdo haber propuesto en una reunión con responsables de urbanismo de diversas ciudades catalanas, en 1979. Una metáfora: la prioridad es el espacio público. Si uno de los principales orientadores del urbanismo de la Barcelona de los ochenta, Oriol Bohigas, pudo decir con razón "nuestro acierto es que no hemos hecho planes sino proyectos", es porque disponíamos del marco y del instrumental para hacerlos bien. No hay que olvidar que en realidad nunca se desvinculó el planeamiento de los proyectos (el urbanista Joan Busquets fue precisamente director de planeamiento en la década de los ochenta, junto a Bohigas). El libro-memoria que se realizó bajo la dirección de Bohigas se titulaba precisamente Planes y proyectos de Barcelona.
¿Y qué fue del Plan Estratégico? El Plan Estratégico vino después, se empezó a pensar en 1988, cuando los grandes proyectos estratégicos, muchos de los cuales tenían como horizonte el `92, se estaban ejecutando, diseñando o discutiendo. En Barcelona las estrategias y las actuaciones precedieron al Plan Estratégico. Pero no por ello fue superfluo. Planteó los objetivos económicos, sociales y culturales de las políticas urbanas en el contexto europeo y en el marco de la globalización. Y de esta forma contribuyó a concretar y defender ante las otras administraciones públicas y los actores privados los grandes proyectos físicos, transformadores de la ciudad, y a crear un ambiente movilizador, participativo y optimista entre la ciudadanía. El plan estratégico aportó elementos positivos novedosos, como son:
* Crear una estructura permanente de encuentro entre administraciones públicas, organizaciones económicas, profesionales y sociales y sectores culturales e intelectuales.
* Legitimar y dar apoyo ciudadano a los planes y proyectos en curso, sobre todo para darles continuidad más allá de los mandatos electorales y del horizonte de los Juegos Olímpicos de 1992 y debatir y proponer nuevos proyectos fuertes para la siguiente década.
* Propiciar un debate ciudadano, público y abierto sobre objetivos, actuaciones y procedimientos en un contexto en el que los intereses particulares y corporativos perdían legitimidad ante los objetivos y los valores cívicos que orientaban la política urbana.
El Plan Estratégico tuvo el mérito de superar la melancolía ambiental post `92 y sobre todo de mantener en todo momento un punto de vista metropolitano que se concretó diez años después, cuando a inicios del siglo XXI se empezó a elaborar un Plan Estratégico metropolitano con la participación de más de 30 municipios de la aglomeración barcelonesa y unas 300 entidades sociales, económicas y culturales.
Los límites del "modelo" barcelonés
En los inicios de la década de los ochenta se dieron un conjunto de factores que propiciaron la construcción de un paradigma urbanístico ciudadano, como fueron:
- La acumulación "cultural" urbana, crítica y propositiva, que se dio en la ciudad en las décadas anteriores, los años sesenta y setenta, la hegemonía de valores cívicos, los acuerdos básicos sobre los objetivos y actuaciones urbanas pendientes.
- Las victorias políticas sucesivas de un bloque de fuerzas que incluían el centro-izquierda y la izquierda institucional y la posibilidad de acuerdos con el centro derecha nacionalista catalán sobre los grandes proyectos.
- La movilización social de los barrios, que encontró en la descentralización una salida eficaz merced a la creación de Distritos dotados de personalidad política y cultural, y de estructuras técnicas y administrativas, que implementaron respuestas locales a las demandas sociales y mecanismos participativos.
- El dinamismo social y cultural generado por la democracia reciente reforzada por la autonomía catalana que tenía su pivote en la capital, Barcelona.
- La reactivación económica de los ochenta y el saneamiento financiero de los Ayuntamientos a partir de 1983.
A estos factores se añadieron dos más que fueron decisivos y suficientemente conocidos: la oportunidad excepcional de la organización de los Juegos Olímpicos de 1992, que permitió saltar de los proyectos medianos a los grandes manteniendo su vocación ciudadana, y el potente liderazgo político de la alcaldía, que estimuló y unificó un amplio consenso cívico.
Pero todos estos factores tienen un tiempo de vida limitado y es lógico y probable que veinte años después se hayan debilitado y perdido parte de su eficacia o que su propio éxito haya generado también efectos perversos o no deseados. Y es aún más obvio que los nuevos retos que enfrentan hoy las ciudades y, en el caso de Barcelona, la necesidad de dar respuestas coherentes y poderosas de ámbito metropolitano, requieren innovar en cuanto a políticas, instrumentos, instituciones y cultura urbanística.
Los límites del famoso modelo y la necesidad de renovarlo son perceptibles:
* La dificultad de avanzar acuerdos sobre grandes proyectos entre las administraciones públicas (Estado, Generalitat, Ayuntamiento). La falta de acuerdo puede referirse a la localización y a la urgencia (como el nuevo Zoo), a la concepción del proyecto (estaciones y trazado del tren de alta velocidad), a su desarrollo (Delta), al calendario de realización (Metro, aeropuerto), a la financiación (equipamientos culturales), etc. Puede entenderse, pero no justificarse, la dificultad que encontraba el Ayuntamiento en el Gobierno del Estado, que además de su orientación derechista priorizaba hasta el absurdo la inversión pública en Madrid. Es menos explicable el desencuentro permanente entre la ciudad y el gobierno catalán. Incluso el acuerdo formal sobre el 2004 solo se ha conseguido sobre la base de la inconcreción de los proyectos urbanos, y los que se han concretado y puesto en vías de ejecución (Fòrum 2004, 22@) han sido asumidos por el gobierno de la ciudad. No fue así en los ochenta cuando se acordó un catálogo de grandes proyectos para el 92 entre Estado, Generalitat y Ayuntamiento.
* La falta de una política ambiciosa de Barcelona respecto a la aglomeración y respecto a las ciudades de la región metropolitana, por lo menos hasta inicios de los años 2000. La puesta en marcha del citado Plan Estratégico Metropolitano en el 2002 parece iniciar un camino más coherente. Aunque todavía se manifiestan, tanto en Barcelona como en otros municipios de la región, reticencias o temores ante el dinamismo de la capital o de otras ciudades, cuando debería verse como un hecho positivo. La cultura urbanística acumulada y consensuada estaba pensada en y por Barcelona ciudad. Ahora empieza a faltar un proyecto ciudad (ciudad de ciudades) para la región metropolitana o quizás para toda Cataluña e incluso ámbitos más amplios. El primer Plan Estratégico proponía una macroregión europea que englobara Valencia, Barcelona, Montpellier, Toulouse..., pero no se ha avanzado casi nada en esta dirección.
Como consecuencia de lo anterior, los grandes proyectos en curso o en discusión que se sitúan necesariamente en los bordes de la ciudad o fuera de su término (aeropuerto y puerto, Besós y 2004) se plantearon desde una visión casi siempre centrípeta, desde el barcelonacentrismo, lo cual no sólo limita la ambición de los proyectos, sino su misma viabilidad política. El horizonte 2004 no tuvo la fuerza ni la coherencia del `92 y el riesgo de repetir más Sevilla 92 que Barcelona `92 es grande: un probable éxito efímero, promocional, que no es despreciable pero que la ciudad no necesita como antes, y una construcción deslavazada o escasamente reequilibradora de la ciudad metropolitana.
¿Del urbanismo ciudadano al urbanismo de los negocios?
No se puede entender el urbanismo actual sin considerar los efectos no queridos o perversos de las políticas públicas de los ochenta y primeros años noventa. La importante cualificación de la oferta urbana, tanto en lo que se refiere a espacios públicos y equipamientos en prácticamente todas las áreas del término municipal como el salto en cuanto a áreas de centralidad y grandes infraestructuras, hizo a la ciudad mucho más atractiva para la residencia de sectores de altos o medios ingresos y sobre todo para el terciario de calidad. La ciudad no perdió su atractivo en cuanto a vitalidad urbana, al contrario, lo aumentó por la ampliación de las calles animadas, la multiplicación de los lugares de monumentalidad y el enriquecimiento de la oferta cultural y turística.
A pesar de actuaciones exitosas como las rondas, la congestión de las áreas centrales también aumentó, y en un término municipal casi agotado, los precios del suelo y de la vivienda se dispararon. El cambio de la base industrial a la nueva economía se realiza liquidando gran parte de la trama y del patrimonio arquitectónico heredado de los siglos XIX y XX, mientras que el aumento desproporcionado del precio de la vivienda tiende a expulsar la población joven, que no puede así beneficiarse de la nueva calidad urbana de los barrios de sus padres.
El urbanismo de promotores y de negocios tiende a suplantar el urbanismo ciudadano y redistributivo que define el "modelo" barcelonés. Sin duda alguna, las políticas públicas no han abandonado en su cultura y en el planteamiento de muchos de sus proyectos los elementos principales del "modelo", pero en muchos casos tienden a plegarse a los intereses privados. El importante esfuerzo inversor de finales de los ochenta y principios de los noventa generó altos costes de amortización y también de mantenimiento, lo cual llevó al gobierno municipal a ofrecer después del `92 al sector privado sus new projects, es decir, áreas de la ciudad susceptibles de grandes proyectos complejos y lucrativos para el sector privado, siempre que asegurara algunas cesiones para uso público, así como el mantenimiento posterior de los edificios y su entorno. Una propuesta que en algunos casos corre el riesgo de abrir la puerta a la venta de la ciudad al mejor postor.
La iniciativa privada hoy tiene un dinamismo que no tenía en el pasado. Es un buen signo para la ciudad, pero que comporta un riesgo serio de desnaturalización del modelo urbanístico barcelonés. Este modelo, apoyado en una tradición que se remonta a los planes de Cerdà y Jaussely, a las posteriores propuestas no realizadas del plan de Le Corbusier o Macià de los treinta, a la cultura urbanística de los sesenta y setenta, se basa en: los espacios públicos, la continuidad de los ejes urbanos, la mixtura social y funcional de todas las áreas de la ciudad, la diversidad y la accesibilidad de los centros, el equilibrio residencial y amplio en las distintas zonas, la prioridad al transporte público y la diferenciación arquitectónica y monumental en el marco de una trama básica homogénea y vocacionalmente igualitaria. Pues bien, hay síntomas evidentes de que la fuerza de la iniciativa privada y la debilidad de un proyecto global público están rompiendo este modelo. Si la rectificación del campo del Español pudo considerarse un accidente puntual entre una fuerte presión privada que podía apoyarse en la demagogia para obtener apoyos sociales, proyectos más recientes, de mucha mayor escala, representan un riesgo mucho mayor. El Proyecto Barcelona 2000, promovido por el poderoso Fútbol Club Barcelona (un enorme parque temático en un área equilibrada de la ciudad y próxima al centro), que sería un proyecto interesante probablemente fuera del territorio municipal, no era un buen proyecto para la ciudad compacta y central de la aglomeración. Su aprobación inicial mostró la debilidad de la visión de ciudad metropolitana adecuada a nuestra época, y la nueva versión, Portal del Conocimiento, aunque menos escandalosa que la anterior, es de todas formas poco metropolitana, a pesar de situarse en el borde de la ciudad. Como tampoco es coherente el diseño urbano de algunas de las grandes operaciones en Diagonal Mar, que rompen la trama de la cuadrícula y la continuidad de los ejes urbanos para volver al urbanismo de torres aisladas y de espacios colectivos privatizados, que recuerda más los campus suburbanos que la ciudad densa en la que está (mal) insertado. Y por lo menos hay que plantearse algunas dudas sobre otras operaciones rupturistas de los equilibrios alcanzados, como algunos macroproyectos en el Port Vell o parques temáticos en Nou Barris. Mientras tanto, la gran operación reequilibradora en el este, el eje Meridiana/Sagrera, avanza lentamente y algunos de sus desarrollos futuros, especialmente el eje verde y la cobertura de las vías parecen inciertos, o demasiado dependientes de la vocación especulativa del Ministerio de Fomento. El riesgo es que la ciudad central se convierta mitad en productos singulares resultantes del urbanismo especulativo y mitad en parque temático supuestamente adaptado a la globalización y al reto competitivo, mientras que el resto de ciudad metropolitana será un nuevo suburbio de fragmentos (unos "incluidos" y otros "excluidos") en medio de un espacio lacónico que se impondrá a la diversidad de centros que la historia nos ha dejado y que pugnan por ser, al contrario, elementos nodales y significativos de la ciudad-región.
El debate urbanístico: desafío político-cultural y conflicto social. El modelo en cuestión
El urbanismo actual, el predominante y más novedoso, no es una simple continuidad del urbanismo ciudadano de los ochenta y principios de los noventa, lo cual a priori es una buena cosa, pues aquél correspondía más a intervenir sobre la ciudad hecha y deshecha que a dar el salto que corresponde a la ciudad metropolitana actual. Pero, si bien es cierto que no todo lo que tiene historia es bueno, tampoco la modernidad es garantía de calidad.
El punto de inflexión que se expresó a partir de 1994 con los new projects tiene su manifestación más visible en los proyectos del este de la ciudad, verdadero test del nuevo urbanismo barcelonés. Y lo que se nos muestra nos recuerda demasiado la ciudad "genérica".
Este nuevo urbanismo que emerge físicamente a finales de siglo XX no es fácil de evaluar ahora, por su carácter embrionario, por su voluntad de apertura a diversas posibilidades de desarrollo y por situarse en una escala y en una trama de "ciudad por hacer" más que de hacer ciudad sobre la ciudad. Sin embargo, a partir de los elementos visibles existentes, especialmente en las áreas más emblemáticas, Diagonal Mar-Fórum 2004 y Plaza de las Glorias-nuevo eje cultural, se puede por lo menos plantear algunas dudas sobre el "nuevo modelo".
Nos encontramos ante un urbanismo que fragmenta el territorio. Es muy perceptible en el área Besós: Diagonal Mar (el nuevo barrio, del antiguo no se habla) es un ghetto para sectores medio-altos; cada uno de los barrios populares se trata por separado (La Mina -por ahora se deja de lado su conexión con el resto-, La Catalana, Barrio Besós); dos áreas no construidas se califican siguiendo el zoning más tradicional, como viviendas de promoción privada: Llull-Taulat (se discute la proporción de viviendas de protección oficial) y como campus universitario, la zona colindante con la Ronda. Este urbanismo fragmentado es la cara física de una nueva segregación social, en vez de buscar la mixtura (como hay que reconocer que por lo menos se intenta en el 22@ del Pueblo Nuevo y en la propuesta del equipo Rubert-Parcerisa para la zona de viviendas).
La arquitectura se impone al urbanismo de la misma forma que el formalismo urbanístico se impone a los contenidos y los usos sociales. La arquitectura de "objetos singulares" de los arquitectos del star system es la cara "artística" de los productos aislados del urbanismo de los negocios. Son los promotores los que finalmente decidirán las formas y los contenidos de las operaciones resultantes. Lo que ya es visible en la zona Besós-Diagonal Mar-2004 y en Plaça de les Glories no lo es tanto en el Poble Nou y en La Sagrera-Meridiana. Es una razón importante para analizar críticamente estas primeras operaciones, realizadas para el 2004, para que la experiencia permita eventualmente corregir los tiros en las de desarrollo más lento (22@ y estación AVE).
El desafío metropolitano
Es el gran desafío de la Barcelona actual. Las cifras pueden ser espectaculares (ver los trabajos de Manuel Herce y de Francesc Muñoz). En los últimos veinte años se urbaniza tanto suelo en la región metropolitana como en toda la historia anterior, sin que la población haya aumentado. Es cierto que la tendencia a la reducción de la familia se ha acelerado (si se mantiene la tendencia en el 2010, se puede llegar a menos de una persona por vivienda, es decir, quizás a un cuarto o un tercio de viviendas vacías). Un tercera parte de las viviendas que se han construido son unifamiliares, el adosado configura hoy una parte importante del paisaje metropolitano (en los municipios de menos de 10.000 habitantes la nueva vivienda unifamiliar representa entre el 60 y el 70% del total). La primera corona pierde gran parte de su base industrial, genera poco terciario no comercial y consolida su carácter residencial de sectores bajos y medios. Se reproduce en consecuencia el suburbio tradicional, de más calidad urbana, pero nuevamente dependiente de la ciudad capital, la cual concentra empleos y, sobre todo, centralidad.
La segunda corona mantiene un sistema de ciudades "maduras", más potente, pero también la existencia de mayor suelo disponible genera una ocupación extensiva del espacio: entre 1980 y 2000 se ha pasado de 52m² a 110m² por hab. La ciudad dispersa parece ser la otra cara de la ciudad de los objetos singulares.
Esta forma de desarrollo de la ciudad metropolitana no es un simple juego de la oferta y demanda de vivienda. Las políticas públicas han favorecido esta difusión mediante la priorización de la infraestructura viaria, que es el medio de generar importantes plusvalías urbanas: la inversión viaria ha sido 10 veces mayor que en metro o tren regional y el número de kilómetros de viales 20 veces mayor. La comparación con Madrid, que ha seguido el mismo modelo, sin embargo, es desfavorable para Barcelona, puesto que en la capital del Estado por lo menos se ha garantizado una importante oferta de transporte público, el doble que en Barcelona (en cuanto a kilómetros de metro y tren regional). En este caso se trata de una política que compete al Estado y a la Generalitat.
Otra dimensión de las políticas públicas en las que sí tienen responsabilidad los gobiernos locales es la permisividad ante los planes parciales de promoción privada que optan por la baja densidad (40 viviendas/ha de promedio). La ideología de la baja densidad como opción más deseable, común a sectores sociales y políticos muy diversos, lleva en muchos casos a la insostenibilidad del desarrollo urbano y a la multiplicación de ghettos.
El desafío metropolitano es triple. Uno: de ordenación de los usos de suelo y de los sistemas de movilidad. Dos: de redistribución más equilibrada de las actividades económicas y los grupos sociales y de reforzamiento de las centralidades externas a la capital. Tres: de construcción de una estructura de gobierno metropolitano sobre la base de la ciudad central y la primera corona (ámbito que requiere redistribución del gasto público y activas políticas públicas sociales y de vivienda). La región metropolitana lógicamente debería generar un planeamiento estratégico básico concertado entre las ciudades y la Generalitat.
La conflictividad social y la crítica cultural como oportunidad
El urbanismo público de Barcelona no encuentra hoy el mismo consenso que en el pasado. Los movimientos sociales en los barrios se han reactivado y la crítica de los sectores profesionales, incluso los tradicionalmente vinculados a la municipalidad, se ha hecho más explícita. Es obvio que, tanto en la crítica social como la cultural o profesional, pueden subyacer muchas ambigüedades, que los intereses muy localistas, cuando no especulativos o de defensa de situaciones de privilegio, están a veces muy presentes en la primera, y que las modas o las reacciones corporatistas o simplemente el afán de protagonismo se expresan a veces en la segunda.
Sin embargo, el renovado protagonismo de la FAVB (Federación de Asociaciones de Vecinos) y la multiplicación de estructuras, movimientos sociales y debates críticos son signos del cambio de los tiempos. Son unos nuevos tiempos de menos consenso urbano, como lo demuestran iniciativas como el Forum Veïnal Barcelonés que impulsa la FAVB conjuntamente con un numeroso grupo de entidades ciudadanas, los contenidos de la revista de la FAVB "El Carrer", la multiplicación de Plataformas de base territorial (Contra la Especulación, de la Ribera del Besós, de Ciutat Vella, etc.) o sectorial (de Vivienda, de la Energía, de Promoció del transport pùblic, etc.) o los numerosos conflictos urbanos desde el Barça 2000 hasta La Llacuna, del Forat de la vergonya o el carrer Carabassa hasta la oposición al proyecto Barça 2000.
Paralelamente se ha reavivado el debate intelectual, tanto en el marco de entidades culturales y profesionales de perfil o proximidad institucional (Colegios profesionales, CCCB, MACBA, FAD) como en el marco de ONG y organizaciones de vocación alternativa, vinculadas a movimientos sociales críticos. Es significativo el apoyo que incluso acciones o discursos radicales o situaciones marginales encuentran en medios de comunicación y sectores intelectuales: los okupas (cine Princesa, Can Masdeu), barrios como La Mina, o la exclusión de la población inmigrada. Sobre algunos temas, la crítica urbana ha adquirido una alto nivel de generalidad, como la falta de viviendas para jóvenes, la pobre oferta en transporte público metropolitano, el urbanismo que se expresa en Diagonal Mar, que rompe con la cultura del espacio público ordenador del proyecto edificatorio, la insuficiencia de los mecanismos y la escasa voluntad política que es tan frecuente a la hora de promover la participación ciudadana, o el excesivo protagonismo de los promotores privados en la configuración de la ciudad actual.
Este renovado debate ciudadano, tanto social como cultural, tenderá a convertirse en debate político y puede ser un factor importante de renovación de las políticas urbanas y de las instituciones locales. En un momento histórico en que se requiere innovación, lo que debiera preocupar a los responsables políticos no es la conflictividad urbana, la crítica intelectual o la emergencia de propuestas y movimientos alternativos. Lo grave sería que no existieran los actores con capacidad de oposición, denuncia, crítica o propuesta. El debate ciudadano es una oportunidad de renovación de las prácticas y de los discursos. Y por ahora es muy insuficiente. En Barcelona la dinámica que nos puede conducir a ser un parque temático globalizado es fuerte, aunque las resistencias ciudadanas también son capaces de renovar el urbanismo ciudadano. Más complicado se presenta el panorama metropolitano. Sabemos cómo hacer ciudad en la ciudad existente, sea Barcelona o las áreas compactas de las otras ciudades metropolitanas. Pero no sabemos hacer aún ciudad en los espacios difusos y dispersos, fragmentados y lacónicos, privatizados y monovalentes de la región metropolitana. En estos espacios la innovación, la experimentación y la diversidad de soluciones es una ardiente obligación, como el planeamiento por proyectos y programas, concertado y participativo.
En resumen, el discurso urbano de los inicios de la democracia, forjado en los sesenta y los setenta, da signos de agotamiento. El siglo XXI nos exige una cultura de invención de futuros urbanos, y no únicamente de intervención en los presentes producto de la historia pasada y del mercado dominante hoy. El desafío es político y quizás, primero, intelectual.
JB
El autor es geógrafo y urbanista, y ha ocupado cargos directivos en el Ayuntamiento de Barcelona, su ciudad natal.
Exitos pasados, desafíos presentes, oportunidades futuras.
Por Jordi Borja
En Barcelona, la ciudad es la calle
En la ciudad lo primero son las calles y plazas, los espacios colectivos; luego vendrán los edificios y las vías. El espacio público define la calidad de la ciudad, porque indica la calidad de vida de la gente y la cualidad de la ciudadanía de sus habitantes. El hermoso libro de Allan Jacobs -The streets of the cities- analiza precisamente las ciudades a partir de la calidad -estética y cultural, funcional y social, simbólica y moderna- de sus calles. Entre las cinco primeras se incluyen dos avenidas de Barcelona, las Ramblas y el Paseo de Gracia. Fantástico para un barcelonés, que sin embargo no puede olvidar que en los años sesenta el mal llamado urbanismo desarrollista estuvo en un tris de hacer desaparecer estos paseos urbanos para convertirlos en vías rápidas. Por fortuna la ciudadanía resistió y los nuevos rumbos de los años ochenta nos devolvieron la cultura de Cerdà, el urbanista de la cuadricula que declaró: "en la ciudad las calles no son carreteras" y la priorizacion de los espacios públicos como estrategia de "hacer ciudad sobre la ciudad".
Barcelona se ha convertido en algo más que una moda, aunque no sería exacto considerarla un "modelo" transferible a otras ciudades. Por suerte cada ciudad es diferente y debe apostar por su diferencia, siempre que ello no se parezca al conservador sarnoso de Juan de Mairena, que quería conservar la sarna. Barcelona es hoy en el mundo una ciudad deseable. Para el bien de esta ciudad conviene evaluar qué la ha convertido en deseable, los efectos –perversos incluidos- de este deseo y si el camino emprendido mantendrá el deseo o no. Y para el bien de otras ciudades es preciso ver si los mismos conceptos son aplicables y tienen efectos similares en otros contextos. Y cuáles son los resultados de políticas de signo contrario. Y los límites o las dificultades para continuar en Barcelona mismo las políticas urbanas "made in Barcelona".
A finales de la década de los ochenta Barcelona recibió el premio Príncipe de Gales por su política de espacios públicos. Y a principios de los noventa la Unión Europea premió su planeamiento estratégico. Se premian dos aspectos de la política urbana barcelonesa que han sido particularmente influyentes en otras ciudades. Pero este "urbanismo ciudadano", que se llamó "Modelo Barcelona" y ha tenido indiscutiblemente una influencia internacional apreciable, hoy se pone en cuestión. Veamos primero la génesis del presente urbano para evaluar sus efectos queridos y no queridos y apreciar las diferencias con las directrices actuales del urbanismo barcelonés.
La estrategia de los espacios públicos
Los espacios y equipamientos públicos fueron la gran estrategia de los ochenta. Se pusieron en marcha unas 300 operaciones, de muy diferentes escalas, la mitad de las cuales eran de espacios públicos abiertos, y la gran mayoría se realizó en muy pocos años. ¿Por qué es preciso calificar esta política de estrategia? Porque en todos estos proyectos, en menor o mayor grado, se encontraban cinco elementos que configuraban una estrategia global de desarrollo urbano.
Una estrategia social ante todo. Encender alguna luz en todas las áreas de la ciudad. Dar una respuesta positiva a la importante demanda social de los movimientos públicos. Una política que fue posible mediante la obtención de suelo para espacios públicos y equipamientos colectivos. La base de ello fue un planeamiento metropolitano que limitaba las posibilidades de desarrollos especulativos (el cambio de uso de las áreas industriales o infraestructurales obsoletas priorizaba su conversión en equipamiento o espacios públicos) en un periodo, además, de relativamente débil presión del mercado y de cambio de la base económica.
Luego, en un marco de reactivación económica, los grandes proyectos infraestructurales incorporaron una dimensión redistributiva y no simplemente funcionalista (véase por ejemplo el diseño de las Rondas). La concepción del espacio público tenía como objetivo facilitar un uso social intenso y diverso, promover actividades e incitar la presencia de nuevos colectivos humanos, y pretendía garantizar el mantenimiento y la seguridad ciudadana futura de estos espacios.
Otro elemento estratégico se apunta en lo anterior: la multifuncionalidad de los proyectos, la voluntad de resolver con una acción varios problemas, de responder a una diversidad de demandas, de prever la posibilidad de nuevos usos futuros, de facilitar la reconversión. La multifuncionalidad a su vez influye positivamente en la mixtura social: por ejemplo, la concepción de la Villa Olímpica como una gran operación de espacio público y equipamientos, la playa, parques y jardines, puerto deportivo como área lúdica, de bares y restaurantes, equipamientos deportivos y culturales, etc., pero también como vivienda (aunque falte, nos parece, densidad y diversidad de población) y como área atractiva para empresas de servicios avanzados, de terciario de cualidad.
Un tercer elemento estratégico es el impacto sobre el entorno de estas actuaciones, el efecto metastásico, que se pretende conseguir tanto con campañas como Barcelona posa-t guapa y pequeñas operaciones de acupuntura urbana, hasta con grandes proyectos concebidos como ancla o eslabón para propiciar una dinámica transformadora del entorno o de toda una área (por ejemplo la citada Villa Olímpica y frente de mar, o la operación Sagrera-Meridiana apoyada en la estación de tren de alta velocidad). Este impacto es tanto urbanístico como económico: la mejora de los entornos supone inversión, creación de empleo, mayor atractivo, etc.
Cuarto elemento estratégico: la calidad del diseño, la monumentalidad, el afán de dotar a estas operaciones de elementos diferenciales, con atributos culturales, simbólicos, que le dan potencial de integración ciudadana y que proporcionan al área un plus de visibilidad o de reconocimiento social respecto al conjunto de la ciudad.
La estrategia urbana de espacios y equipamientos públicos pudo incorporar elementos de continuidad urbana que tienen su base principal en la trama cuadriculada del Ensanche prolongada hacia las actuales áreas de desarrollo hacia el Este (Besós) y por medio de las grandes avenidas metropolitanas (Diagonal, Meridiana, Gran Vía). Este elemento de continuidad de los ejes y de los tejidos es lo que parece más cuestionado actualmente. No sólo en el nivel metropolitano, lo cual sería más explicable por el tamaño mayor de la escala y la dificultad de articulación de morfologías distintas en un ámbito supramunicipal. La construcción de la ciudad metropolitana plantea desafíos ante los cuales debemos reconocer que la cultura urbanística tiene respuestas insuficientes y sujetas a experimentación. Pero en campos más limitados y conocidos también aparecen rupturas discutibles o mal integradas en la propia ciudad (Barcelona 2000, ahora Portal del Coneixement al oeste y Diagonal Mar al este).
Por último, el quinto elemento estratégico es el muy citado efecto de promoción de la ciudad, de marketing urbano, que ha tenido el urbanismo barcelonés. Atracción de profesionales e inversores, publicitado por los medios a nivel internacional, el diseño urbano y la arquitectura, la animación ciudadana y la oferta lúdica y cultural han hecho de Barcelona una ciudad de conferencias, ferias y congresos y que ha encontrado en el turismo una potente base "industrial" que no se podía sospechar hace veinte años.
¿Planeamiento o estrategia?
A veces, especialmente en ámbitos internacionales, el éxito del urbanismo barcelonés se hace depender de la falta de planeamiento (proyectos sí, planes no). O de haber "inventado" o desarrollado más que cualquier otra ciudad un nuevo tipo de planeamiento, el estratégico. Cuando no de la genialidad de algunos líderes políticos o arquitectos o urbanistas. Algo hay de verdad, pero no es toda la verdad, en estas conclusiones simplificadoras. Este algo de verdad puede llevar fácilmente tanto a conclusiones inexactas respecto a Barcelona como a propuestas poco adecuadas para otras ciudades.
Es cierto que tanto en la transición (1976-79) como en la década democrática que siguió se puso el acento en los proyectos, en las actuaciones inmediatas y no en la redacción de un cuadro normativo tipo plan general o regulador. Pero también es cierto que se daban unas circunstancias que garantizaban una cierta coherencia de estas actuaciones y que se disponía de un instrumental urbanístico que permitía una potente actuación pública (suelo calificado como equipamiento o espacio público, facultades expropiatorias, etc.). Citemos como circunstancias favorables:
* La existencia del Plan General Metropolitano, muy favorable a la conversión de áreas o edificios obsoletos (infraestructuras, industrias) en equipamientos colectivos y espacios públicos y la existencia de un patrimonio de suelo público o de reserva para estos usos.
* La elaboración de PERIS (planes especiales de reforma interior) y de programas de actuaciones inmediatas, así como de estructuras municipales descentralizadas, que permitieron recoger las demandas sociales prioritarias e iniciar respuestas adecuadas a las mismas y que se inició en la transición y continuó en los primeros años de la democracia. Luego, en los años ochenta se empezó a estructurar un marco político-jurídico concertado con las organizaciones sociales, colectivos profesionales, y a veces agentes económicos, en todos los barrios en que parecía más necesario una acción de "hacer ciudad sobre ciudad". La descentralización del "urbanismo local" y de los programas sociales y culturales en los distritos (1983-86) contribuyó a consolidar este "urbanismo ciudadano" que ha caracterizado a la ciudad de Barcelona.
* El consenso cívico sobre los grandes proyectos que requería la ciudad. Un consenso generado en los años setenta y en el que participaban los liderazgos culturales, sociales y políticos e incluso los sectores cultos del empresariado, lo cual permitió un relativamente fácil acuerdo tanto sobre las actuaciones inmediatas como los grandes proyectos de finales de la década de los ochenta y que se expresó en el primer Plan Estratégico.
Nos referimos a actuaciones tan diversas como:
- Las rondas y una concepción ciudadana de las infraestructuras
- El frente de mar y la recuperación urbana del Port Vell
- La regeneración de Ciutat Vella y la mejora y el mantenimiento de la mixtura del Ensanche
- Las nuevas centralidades terciarias y de renovación de la actividad económica (Vall d’Hebrón, Poble Nou más tarde) con vivienda incluida
- Las nuevas infraestructuras económicas (Feria, Palacio de Congresos, Parque tecnológico), turísticas (hoteles especialmente) y culturales (Museos, Auditorio, Mercat de les Flors, etc.)
- La ampliación de la red del metro y su articulación con el sistema ferroviario regional y el tren de alta velocidad y la prioridad al transporte público en la ciudad central
- La ampliación del puerto y del aeropuerto y la creación de una zona de actividades logísticas articulada con el sistema ferroviario
- La sutura de la relación ciudad y primera corona periférica mediante la continuidad de los ejes urbanos, la mejora de los elementos de conectividad y la ubicación de equipamientos de centralidad y espacios públicos de calidad
- La urbanización controlada y respetuosa del medio ambiente de los cauces de los dos rios verdaderos límites naturales de la aglomeración al norte y al sur
- Los túneles (de Vallvidrera y el muy discutible de Horta) y la articulación con la conurbación del otro lado de la Sierra, de fuerte tradición industrial, pero también con municipios de fuerte personalidad política y cultural
- La concepción de una ciudad-región policéntrica de ámbito metropolitano muy superior al de la aglomeración barcelonesa (600 km² la aglomeración, con 3 millones de habitantes, similar a la ciudad de Madrid, mientras que la región metropolitana integra más de 150 municipios, 4 millones de habitantes en 3.000 km²). Este consenso metropolitano fue roto por el gobierno de la Generalitat con Jordi Pujol, que disolvió la Corporación, no se integró en el Plan Estratégico y durante veinte años ha paralizado de facto la existencia de un planeamiento regional .
Estos elementos, como hemos dicho, caracterizaban una cultura urbanística con una base amplia de aceptación y que contaba con el PGM, los PERIS y los instrumentos usuales de la gestión urbanística para ser operativa. Y un contexto político favorable. Podía faltar el dinero y las competencias para iniciar todos los grandes proyectos, pero no el planeamiento básico indispensable para una potente acción pública, aunque limitado al ámbito municipal. En estas dos décadas pasadas se ha perdido la oportunidad de pensar la ciudad metropolitana. En la ciudad central se sabía lo que se debía hacer, cómo hacerlo y cuáles eran las demandas sociales. En la ciudad metropolitana hay que conocer mejor las dinámicas y, sobre todo, inventar las propuestas.
Hay que considerar también el interesante papel interpretado por parte de los movimientos críticos de los setenta, tanto de los sectores profesionales y culturales como de los sociales o vecinales, aunque también limitados al ámbito de la ciudad central y de cada barrio. Se habían precisado múltiples demandas sobre equipamientos, espacios públicos, renovación urbana de cascos deteriorados, mejoras de accesibilidad y de cualidad urbana de barrios populares, recuperación como espacios de ejes viarios que creaban verdaderas murallas de autos, reconversión de edificios o áreas obsoletas, etc. No era muy necesario hacer grandes estudios para saber lo que se debía y se podía hacer. Para empezar: "no es hora de hacer planes, sino plazas" recuerdo haber propuesto en una reunión con responsables de urbanismo de diversas ciudades catalanas, en 1979. Una metáfora: la prioridad es el espacio público. Si uno de los principales orientadores del urbanismo de la Barcelona de los ochenta, Oriol Bohigas, pudo decir con razón "nuestro acierto es que no hemos hecho planes sino proyectos", es porque disponíamos del marco y del instrumental para hacerlos bien. No hay que olvidar que en realidad nunca se desvinculó el planeamiento de los proyectos (el urbanista Joan Busquets fue precisamente director de planeamiento en la década de los ochenta, junto a Bohigas). El libro-memoria que se realizó bajo la dirección de Bohigas se titulaba precisamente Planes y proyectos de Barcelona.
¿Y qué fue del Plan Estratégico? El Plan Estratégico vino después, se empezó a pensar en 1988, cuando los grandes proyectos estratégicos, muchos de los cuales tenían como horizonte el `92, se estaban ejecutando, diseñando o discutiendo. En Barcelona las estrategias y las actuaciones precedieron al Plan Estratégico. Pero no por ello fue superfluo. Planteó los objetivos económicos, sociales y culturales de las políticas urbanas en el contexto europeo y en el marco de la globalización. Y de esta forma contribuyó a concretar y defender ante las otras administraciones públicas y los actores privados los grandes proyectos físicos, transformadores de la ciudad, y a crear un ambiente movilizador, participativo y optimista entre la ciudadanía. El plan estratégico aportó elementos positivos novedosos, como son:
* Crear una estructura permanente de encuentro entre administraciones públicas, organizaciones económicas, profesionales y sociales y sectores culturales e intelectuales.
* Legitimar y dar apoyo ciudadano a los planes y proyectos en curso, sobre todo para darles continuidad más allá de los mandatos electorales y del horizonte de los Juegos Olímpicos de 1992 y debatir y proponer nuevos proyectos fuertes para la siguiente década.
* Propiciar un debate ciudadano, público y abierto sobre objetivos, actuaciones y procedimientos en un contexto en el que los intereses particulares y corporativos perdían legitimidad ante los objetivos y los valores cívicos que orientaban la política urbana.
El Plan Estratégico tuvo el mérito de superar la melancolía ambiental post `92 y sobre todo de mantener en todo momento un punto de vista metropolitano que se concretó diez años después, cuando a inicios del siglo XXI se empezó a elaborar un Plan Estratégico metropolitano con la participación de más de 30 municipios de la aglomeración barcelonesa y unas 300 entidades sociales, económicas y culturales.
Los límites del "modelo" barcelonés
En los inicios de la década de los ochenta se dieron un conjunto de factores que propiciaron la construcción de un paradigma urbanístico ciudadano, como fueron:
- La acumulación "cultural" urbana, crítica y propositiva, que se dio en la ciudad en las décadas anteriores, los años sesenta y setenta, la hegemonía de valores cívicos, los acuerdos básicos sobre los objetivos y actuaciones urbanas pendientes.
- Las victorias políticas sucesivas de un bloque de fuerzas que incluían el centro-izquierda y la izquierda institucional y la posibilidad de acuerdos con el centro derecha nacionalista catalán sobre los grandes proyectos.
- La movilización social de los barrios, que encontró en la descentralización una salida eficaz merced a la creación de Distritos dotados de personalidad política y cultural, y de estructuras técnicas y administrativas, que implementaron respuestas locales a las demandas sociales y mecanismos participativos.
- El dinamismo social y cultural generado por la democracia reciente reforzada por la autonomía catalana que tenía su pivote en la capital, Barcelona.
- La reactivación económica de los ochenta y el saneamiento financiero de los Ayuntamientos a partir de 1983.
A estos factores se añadieron dos más que fueron decisivos y suficientemente conocidos: la oportunidad excepcional de la organización de los Juegos Olímpicos de 1992, que permitió saltar de los proyectos medianos a los grandes manteniendo su vocación ciudadana, y el potente liderazgo político de la alcaldía, que estimuló y unificó un amplio consenso cívico.
Pero todos estos factores tienen un tiempo de vida limitado y es lógico y probable que veinte años después se hayan debilitado y perdido parte de su eficacia o que su propio éxito haya generado también efectos perversos o no deseados. Y es aún más obvio que los nuevos retos que enfrentan hoy las ciudades y, en el caso de Barcelona, la necesidad de dar respuestas coherentes y poderosas de ámbito metropolitano, requieren innovar en cuanto a políticas, instrumentos, instituciones y cultura urbanística.
Los límites del famoso modelo y la necesidad de renovarlo son perceptibles:
* La dificultad de avanzar acuerdos sobre grandes proyectos entre las administraciones públicas (Estado, Generalitat, Ayuntamiento). La falta de acuerdo puede referirse a la localización y a la urgencia (como el nuevo Zoo), a la concepción del proyecto (estaciones y trazado del tren de alta velocidad), a su desarrollo (Delta), al calendario de realización (Metro, aeropuerto), a la financiación (equipamientos culturales), etc. Puede entenderse, pero no justificarse, la dificultad que encontraba el Ayuntamiento en el Gobierno del Estado, que además de su orientación derechista priorizaba hasta el absurdo la inversión pública en Madrid. Es menos explicable el desencuentro permanente entre la ciudad y el gobierno catalán. Incluso el acuerdo formal sobre el 2004 solo se ha conseguido sobre la base de la inconcreción de los proyectos urbanos, y los que se han concretado y puesto en vías de ejecución (Fòrum 2004, 22@) han sido asumidos por el gobierno de la ciudad. No fue así en los ochenta cuando se acordó un catálogo de grandes proyectos para el 92 entre Estado, Generalitat y Ayuntamiento.
* La falta de una política ambiciosa de Barcelona respecto a la aglomeración y respecto a las ciudades de la región metropolitana, por lo menos hasta inicios de los años 2000. La puesta en marcha del citado Plan Estratégico Metropolitano en el 2002 parece iniciar un camino más coherente. Aunque todavía se manifiestan, tanto en Barcelona como en otros municipios de la región, reticencias o temores ante el dinamismo de la capital o de otras ciudades, cuando debería verse como un hecho positivo. La cultura urbanística acumulada y consensuada estaba pensada en y por Barcelona ciudad. Ahora empieza a faltar un proyecto ciudad (ciudad de ciudades) para la región metropolitana o quizás para toda Cataluña e incluso ámbitos más amplios. El primer Plan Estratégico proponía una macroregión europea que englobara Valencia, Barcelona, Montpellier, Toulouse..., pero no se ha avanzado casi nada en esta dirección.
Como consecuencia de lo anterior, los grandes proyectos en curso o en discusión que se sitúan necesariamente en los bordes de la ciudad o fuera de su término (aeropuerto y puerto, Besós y 2004) se plantearon desde una visión casi siempre centrípeta, desde el barcelonacentrismo, lo cual no sólo limita la ambición de los proyectos, sino su misma viabilidad política. El horizonte 2004 no tuvo la fuerza ni la coherencia del `92 y el riesgo de repetir más Sevilla 92 que Barcelona `92 es grande: un probable éxito efímero, promocional, que no es despreciable pero que la ciudad no necesita como antes, y una construcción deslavazada o escasamente reequilibradora de la ciudad metropolitana.
¿Del urbanismo ciudadano al urbanismo de los negocios?
No se puede entender el urbanismo actual sin considerar los efectos no queridos o perversos de las políticas públicas de los ochenta y primeros años noventa. La importante cualificación de la oferta urbana, tanto en lo que se refiere a espacios públicos y equipamientos en prácticamente todas las áreas del término municipal como el salto en cuanto a áreas de centralidad y grandes infraestructuras, hizo a la ciudad mucho más atractiva para la residencia de sectores de altos o medios ingresos y sobre todo para el terciario de calidad. La ciudad no perdió su atractivo en cuanto a vitalidad urbana, al contrario, lo aumentó por la ampliación de las calles animadas, la multiplicación de los lugares de monumentalidad y el enriquecimiento de la oferta cultural y turística.
A pesar de actuaciones exitosas como las rondas, la congestión de las áreas centrales también aumentó, y en un término municipal casi agotado, los precios del suelo y de la vivienda se dispararon. El cambio de la base industrial a la nueva economía se realiza liquidando gran parte de la trama y del patrimonio arquitectónico heredado de los siglos XIX y XX, mientras que el aumento desproporcionado del precio de la vivienda tiende a expulsar la población joven, que no puede así beneficiarse de la nueva calidad urbana de los barrios de sus padres.
El urbanismo de promotores y de negocios tiende a suplantar el urbanismo ciudadano y redistributivo que define el "modelo" barcelonés. Sin duda alguna, las políticas públicas no han abandonado en su cultura y en el planteamiento de muchos de sus proyectos los elementos principales del "modelo", pero en muchos casos tienden a plegarse a los intereses privados. El importante esfuerzo inversor de finales de los ochenta y principios de los noventa generó altos costes de amortización y también de mantenimiento, lo cual llevó al gobierno municipal a ofrecer después del `92 al sector privado sus new projects, es decir, áreas de la ciudad susceptibles de grandes proyectos complejos y lucrativos para el sector privado, siempre que asegurara algunas cesiones para uso público, así como el mantenimiento posterior de los edificios y su entorno. Una propuesta que en algunos casos corre el riesgo de abrir la puerta a la venta de la ciudad al mejor postor.
La iniciativa privada hoy tiene un dinamismo que no tenía en el pasado. Es un buen signo para la ciudad, pero que comporta un riesgo serio de desnaturalización del modelo urbanístico barcelonés. Este modelo, apoyado en una tradición que se remonta a los planes de Cerdà y Jaussely, a las posteriores propuestas no realizadas del plan de Le Corbusier o Macià de los treinta, a la cultura urbanística de los sesenta y setenta, se basa en: los espacios públicos, la continuidad de los ejes urbanos, la mixtura social y funcional de todas las áreas de la ciudad, la diversidad y la accesibilidad de los centros, el equilibrio residencial y amplio en las distintas zonas, la prioridad al transporte público y la diferenciación arquitectónica y monumental en el marco de una trama básica homogénea y vocacionalmente igualitaria. Pues bien, hay síntomas evidentes de que la fuerza de la iniciativa privada y la debilidad de un proyecto global público están rompiendo este modelo. Si la rectificación del campo del Español pudo considerarse un accidente puntual entre una fuerte presión privada que podía apoyarse en la demagogia para obtener apoyos sociales, proyectos más recientes, de mucha mayor escala, representan un riesgo mucho mayor. El Proyecto Barcelona 2000, promovido por el poderoso Fútbol Club Barcelona (un enorme parque temático en un área equilibrada de la ciudad y próxima al centro), que sería un proyecto interesante probablemente fuera del territorio municipal, no era un buen proyecto para la ciudad compacta y central de la aglomeración. Su aprobación inicial mostró la debilidad de la visión de ciudad metropolitana adecuada a nuestra época, y la nueva versión, Portal del Conocimiento, aunque menos escandalosa que la anterior, es de todas formas poco metropolitana, a pesar de situarse en el borde de la ciudad. Como tampoco es coherente el diseño urbano de algunas de las grandes operaciones en Diagonal Mar, que rompen la trama de la cuadrícula y la continuidad de los ejes urbanos para volver al urbanismo de torres aisladas y de espacios colectivos privatizados, que recuerda más los campus suburbanos que la ciudad densa en la que está (mal) insertado. Y por lo menos hay que plantearse algunas dudas sobre otras operaciones rupturistas de los equilibrios alcanzados, como algunos macroproyectos en el Port Vell o parques temáticos en Nou Barris. Mientras tanto, la gran operación reequilibradora en el este, el eje Meridiana/Sagrera, avanza lentamente y algunos de sus desarrollos futuros, especialmente el eje verde y la cobertura de las vías parecen inciertos, o demasiado dependientes de la vocación especulativa del Ministerio de Fomento. El riesgo es que la ciudad central se convierta mitad en productos singulares resultantes del urbanismo especulativo y mitad en parque temático supuestamente adaptado a la globalización y al reto competitivo, mientras que el resto de ciudad metropolitana será un nuevo suburbio de fragmentos (unos "incluidos" y otros "excluidos") en medio de un espacio lacónico que se impondrá a la diversidad de centros que la historia nos ha dejado y que pugnan por ser, al contrario, elementos nodales y significativos de la ciudad-región.
El debate urbanístico: desafío político-cultural y conflicto social. El modelo en cuestión
El urbanismo actual, el predominante y más novedoso, no es una simple continuidad del urbanismo ciudadano de los ochenta y principios de los noventa, lo cual a priori es una buena cosa, pues aquél correspondía más a intervenir sobre la ciudad hecha y deshecha que a dar el salto que corresponde a la ciudad metropolitana actual. Pero, si bien es cierto que no todo lo que tiene historia es bueno, tampoco la modernidad es garantía de calidad.
El punto de inflexión que se expresó a partir de 1994 con los new projects tiene su manifestación más visible en los proyectos del este de la ciudad, verdadero test del nuevo urbanismo barcelonés. Y lo que se nos muestra nos recuerda demasiado la ciudad "genérica".
Este nuevo urbanismo que emerge físicamente a finales de siglo XX no es fácil de evaluar ahora, por su carácter embrionario, por su voluntad de apertura a diversas posibilidades de desarrollo y por situarse en una escala y en una trama de "ciudad por hacer" más que de hacer ciudad sobre la ciudad. Sin embargo, a partir de los elementos visibles existentes, especialmente en las áreas más emblemáticas, Diagonal Mar-Fórum 2004 y Plaza de las Glorias-nuevo eje cultural, se puede por lo menos plantear algunas dudas sobre el "nuevo modelo".
Nos encontramos ante un urbanismo que fragmenta el territorio. Es muy perceptible en el área Besós: Diagonal Mar (el nuevo barrio, del antiguo no se habla) es un ghetto para sectores medio-altos; cada uno de los barrios populares se trata por separado (La Mina -por ahora se deja de lado su conexión con el resto-, La Catalana, Barrio Besós); dos áreas no construidas se califican siguiendo el zoning más tradicional, como viviendas de promoción privada: Llull-Taulat (se discute la proporción de viviendas de protección oficial) y como campus universitario, la zona colindante con la Ronda. Este urbanismo fragmentado es la cara física de una nueva segregación social, en vez de buscar la mixtura (como hay que reconocer que por lo menos se intenta en el 22@ del Pueblo Nuevo y en la propuesta del equipo Rubert-Parcerisa para la zona de viviendas).
La arquitectura se impone al urbanismo de la misma forma que el formalismo urbanístico se impone a los contenidos y los usos sociales. La arquitectura de "objetos singulares" de los arquitectos del star system es la cara "artística" de los productos aislados del urbanismo de los negocios. Son los promotores los que finalmente decidirán las formas y los contenidos de las operaciones resultantes. Lo que ya es visible en la zona Besós-Diagonal Mar-2004 y en Plaça de les Glories no lo es tanto en el Poble Nou y en La Sagrera-Meridiana. Es una razón importante para analizar críticamente estas primeras operaciones, realizadas para el 2004, para que la experiencia permita eventualmente corregir los tiros en las de desarrollo más lento (22@ y estación AVE).
El desafío metropolitano
Es el gran desafío de la Barcelona actual. Las cifras pueden ser espectaculares (ver los trabajos de Manuel Herce y de Francesc Muñoz). En los últimos veinte años se urbaniza tanto suelo en la región metropolitana como en toda la historia anterior, sin que la población haya aumentado. Es cierto que la tendencia a la reducción de la familia se ha acelerado (si se mantiene la tendencia en el 2010, se puede llegar a menos de una persona por vivienda, es decir, quizás a un cuarto o un tercio de viviendas vacías). Un tercera parte de las viviendas que se han construido son unifamiliares, el adosado configura hoy una parte importante del paisaje metropolitano (en los municipios de menos de 10.000 habitantes la nueva vivienda unifamiliar representa entre el 60 y el 70% del total). La primera corona pierde gran parte de su base industrial, genera poco terciario no comercial y consolida su carácter residencial de sectores bajos y medios. Se reproduce en consecuencia el suburbio tradicional, de más calidad urbana, pero nuevamente dependiente de la ciudad capital, la cual concentra empleos y, sobre todo, centralidad.
La segunda corona mantiene un sistema de ciudades "maduras", más potente, pero también la existencia de mayor suelo disponible genera una ocupación extensiva del espacio: entre 1980 y 2000 se ha pasado de 52m² a 110m² por hab. La ciudad dispersa parece ser la otra cara de la ciudad de los objetos singulares.
Esta forma de desarrollo de la ciudad metropolitana no es un simple juego de la oferta y demanda de vivienda. Las políticas públicas han favorecido esta difusión mediante la priorización de la infraestructura viaria, que es el medio de generar importantes plusvalías urbanas: la inversión viaria ha sido 10 veces mayor que en metro o tren regional y el número de kilómetros de viales 20 veces mayor. La comparación con Madrid, que ha seguido el mismo modelo, sin embargo, es desfavorable para Barcelona, puesto que en la capital del Estado por lo menos se ha garantizado una importante oferta de transporte público, el doble que en Barcelona (en cuanto a kilómetros de metro y tren regional). En este caso se trata de una política que compete al Estado y a la Generalitat.
Otra dimensión de las políticas públicas en las que sí tienen responsabilidad los gobiernos locales es la permisividad ante los planes parciales de promoción privada que optan por la baja densidad (40 viviendas/ha de promedio). La ideología de la baja densidad como opción más deseable, común a sectores sociales y políticos muy diversos, lleva en muchos casos a la insostenibilidad del desarrollo urbano y a la multiplicación de ghettos.
El desafío metropolitano es triple. Uno: de ordenación de los usos de suelo y de los sistemas de movilidad. Dos: de redistribución más equilibrada de las actividades económicas y los grupos sociales y de reforzamiento de las centralidades externas a la capital. Tres: de construcción de una estructura de gobierno metropolitano sobre la base de la ciudad central y la primera corona (ámbito que requiere redistribución del gasto público y activas políticas públicas sociales y de vivienda). La región metropolitana lógicamente debería generar un planeamiento estratégico básico concertado entre las ciudades y la Generalitat.
La conflictividad social y la crítica cultural como oportunidad
El urbanismo público de Barcelona no encuentra hoy el mismo consenso que en el pasado. Los movimientos sociales en los barrios se han reactivado y la crítica de los sectores profesionales, incluso los tradicionalmente vinculados a la municipalidad, se ha hecho más explícita. Es obvio que, tanto en la crítica social como la cultural o profesional, pueden subyacer muchas ambigüedades, que los intereses muy localistas, cuando no especulativos o de defensa de situaciones de privilegio, están a veces muy presentes en la primera, y que las modas o las reacciones corporatistas o simplemente el afán de protagonismo se expresan a veces en la segunda.
Sin embargo, el renovado protagonismo de la FAVB (Federación de Asociaciones de Vecinos) y la multiplicación de estructuras, movimientos sociales y debates críticos son signos del cambio de los tiempos. Son unos nuevos tiempos de menos consenso urbano, como lo demuestran iniciativas como el Forum Veïnal Barcelonés que impulsa la FAVB conjuntamente con un numeroso grupo de entidades ciudadanas, los contenidos de la revista de la FAVB "El Carrer", la multiplicación de Plataformas de base territorial (Contra la Especulación, de la Ribera del Besós, de Ciutat Vella, etc.) o sectorial (de Vivienda, de la Energía, de Promoció del transport pùblic, etc.) o los numerosos conflictos urbanos desde el Barça 2000 hasta La Llacuna, del Forat de la vergonya o el carrer Carabassa hasta la oposición al proyecto Barça 2000.
Paralelamente se ha reavivado el debate intelectual, tanto en el marco de entidades culturales y profesionales de perfil o proximidad institucional (Colegios profesionales, CCCB, MACBA, FAD) como en el marco de ONG y organizaciones de vocación alternativa, vinculadas a movimientos sociales críticos. Es significativo el apoyo que incluso acciones o discursos radicales o situaciones marginales encuentran en medios de comunicación y sectores intelectuales: los okupas (cine Princesa, Can Masdeu), barrios como La Mina, o la exclusión de la población inmigrada. Sobre algunos temas, la crítica urbana ha adquirido una alto nivel de generalidad, como la falta de viviendas para jóvenes, la pobre oferta en transporte público metropolitano, el urbanismo que se expresa en Diagonal Mar, que rompe con la cultura del espacio público ordenador del proyecto edificatorio, la insuficiencia de los mecanismos y la escasa voluntad política que es tan frecuente a la hora de promover la participación ciudadana, o el excesivo protagonismo de los promotores privados en la configuración de la ciudad actual.
Este renovado debate ciudadano, tanto social como cultural, tenderá a convertirse en debate político y puede ser un factor importante de renovación de las políticas urbanas y de las instituciones locales. En un momento histórico en que se requiere innovación, lo que debiera preocupar a los responsables políticos no es la conflictividad urbana, la crítica intelectual o la emergencia de propuestas y movimientos alternativos. Lo grave sería que no existieran los actores con capacidad de oposición, denuncia, crítica o propuesta. El debate ciudadano es una oportunidad de renovación de las prácticas y de los discursos. Y por ahora es muy insuficiente. En Barcelona la dinámica que nos puede conducir a ser un parque temático globalizado es fuerte, aunque las resistencias ciudadanas también son capaces de renovar el urbanismo ciudadano. Más complicado se presenta el panorama metropolitano. Sabemos cómo hacer ciudad en la ciudad existente, sea Barcelona o las áreas compactas de las otras ciudades metropolitanas. Pero no sabemos hacer aún ciudad en los espacios difusos y dispersos, fragmentados y lacónicos, privatizados y monovalentes de la región metropolitana. En estos espacios la innovación, la experimentación y la diversidad de soluciones es una ardiente obligación, como el planeamiento por proyectos y programas, concertado y participativo.
En resumen, el discurso urbano de los inicios de la democracia, forjado en los sesenta y los setenta, da signos de agotamiento. El siglo XXI nos exige una cultura de invención de futuros urbanos, y no únicamente de intervención en los presentes producto de la historia pasada y del mercado dominante hoy. El desafío es político y quizás, primero, intelectual.
JB
El autor es geógrafo y urbanista, y ha ocupado cargos directivos en el Ayuntamiento de Barcelona, su ciudad natal.
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