Paisajes desconocidos, territorios ocultos: las geografias de la invisibilidad.

Paisatges incògnits, territoris ocults: les geografies de la invisibilitat
III Seminari Internacional sobre Paisatge
20, 21 i 22 d’octubre de 2005
Paisajes aterritoriales, paisajes en huelga1
Francesc Muñoz Professor de Geografia Urbana Departament de Geografia. Universitat Autònoma de Barcelona
1. Presentación
La evolución del territorio y las ciudades muestra actualmente la producción de paisajes, atmósferas y ambientes, tanto urbanos como no urbanos, que son replicados y clonados independientemente del lugar a lo largo y ancho del planeta. Es lo que hemos convenido en llamar tematización. Una producción de territorio a escala global que se concreta en la multiplicación de paisajes comunes, orientados no ya al consumo de un lugar sino al consumo de su imagen, independientemente de donde se encuentre físicamente el visitante.

Emerge así una nueva categoría de paisajes temáticos que se definen por su aterritorialidad. Es decir, paisajes independizados del lugar, que ni traducen sus características sobre el territorio ni son resultado de sus contenidos físicos, sociales o culturales. Paisajes reducidos, así pues, a sólo una de las capas de información que lo configuran, la más inmediata y superficial: la imagen.
Se pueden así reproducir las calles y casas típicas de la Boca o de Nueva Orleans y replicarlas en cualquier centro comercial del mundo. Es posible simular las azoteas, ventanas y celosías de las ciudades islámicas, repitiéndolas en mil y una urbanizaciones de verano en los resorts y áreas turísticas del sur de Europa. Es fácil entonces seleccionar los elementos visuales más peculiares y característicos de los centros históricos mediterráneos, como los colores de las fachadas, las puertas de madera o hasta los mismos espacios públicos, y clonarlos incluso en otros centros históricos.
Los paisajes son de este modo consumidos independientemente del lugar por que ya no tienen ninguna obligación de representarlo ni de significarlo. Son paisajes ‘desanclados’ del territorio y van, sencillamente, dimitiendo poco a poco de su función, declarándose así en huelga.
Estos son los paisajes de la urbanalización, espacios temáticos donde la única forma de representación pasa por el gadget o el souvenir; entornos que forman parte de una cadena de imágenes sin lugar, reproducidas en régimen de take-away.
2. Los paisajes aterritoriales
La dispersión de la población, la producción y el consumo sobre el espacio han hecho que la cartografía urbana se haya hecho ya casi total. Esta extensión global de la ciudad y lo urbano ha producido también algo que puede llamarse como indiferentismo espacial. Es decir aparecen semejanzas morfológicas entre espacios normalmente concebidos como diferentes en momentos anteriores. Así había sucedido tradicionalmente con los espacios urbanos y los rurales, con los centros y las periferias, con las grandes ciudades y las de menor tamaño.
Se puede ilustrar este fenómeno en dos direcciones:
• En primer lugar, existe un indiferentismo espacial entre áreas con diferentes grados de urbanización que, paradójicamente, no aparecen tan distantes en términos morfológicos. En otras palabras, es posible encontrar características urbanas en territorios normalmente concebidos como espacios no urbanos. La aparición de las llamadas edge cities, o ciudades ‘en el límite’, o la multiplicación de parques tecnológicos, industriales y temáticos en espacios regionales, son buenos ejemplos de este proceso.
Esta dinámica produce la homogenización formal y funcional entre estos territorios de expansión metropolitana a partir de la localización de usos característicos de la urbanización dispersa: la residencia unifamiliar, las infraestructuras viarias o los contenedores comerciales, de ocio y turísticos. Un paisaje que se puede encontrar de forma secuenciada y repetida en cualquier sección que se haga del territorio metropolitano. Edward Relph se refiere de forma muy grafica a este paisaje compuesto por discontinuidades repetidas de forma estandarizada:
"To drive around a city in the 1980's is to encounter a limited range of different types of townscapes, indefinitely repeated. These are, in fact, so different that they seem to bear little or no relationship to one another. There are drab modernist renewal projects, gleaming towers of conspicuous administration, gaudy commercial strips, quiet residential suburbs, the blank boxes and great parking lots of shopping malls, quaint heritage districts, industrial estates; then there are more modernist housing projects, more suburbs, another comercial strip, another industrial district, another post-modern townscape, another suburb......It seems that modern life is filled with an easy acceptance of repetitive standardised discontinuities." (Relph, 1987)
• En segundo lugar, puede observarse un indiferentismo espacial comparando espacios tipológicos concretos en ciudades diferentes. De forma más específica, las diferencias morfológicas entre los espacios de renovación, como pueden ser waterfronts o centros históricos, en la mayoría de ciudades son prácticamente inexistentes
Estos procesos han determinado un progresivo vaciado de los atributos del paisaje geográfico en general y del paisaje urbano en particular. Para ilustrar esto, basta recordar la progresiva especialización de territorios dedicados a la producción de un tipo específico de paisaje, de morfologías especialmente diseñadas para el consumo mediático y visual de las poblaciones metropolitanas: el paisaje natural, el paisaje urbano histórico o el paisaje urbano portuario serian tres ejemplos muy claros.
Estas dinamicas son tan importantes que se puede hablar de la existencia de un sistema de produccion de paisaje que tiene por objeto la produccion de morfologias, atmosferas y ambientes urbanos paradojicamente sin temporalidad ni espacialidad reales sino simuladas, replicadas o, simplemente, clonadas. Una produccion de forma urbana globalizada que se concreta en una serie de paisajes comunes orientados no ya al consumo de un lugar sino al consumo de su imagen, independientemente de donde se encuentre fisicamente el visitante consumidor. En palabras de Ignasi de Sola-Morales:
“Nos estamos enfrentando a la experiencia de una nueva cultura mediática en la cual las distancias son cada vez más cortas hasta el punto de hacerse instantáneas. Una cultura mediática caracterizada por el hecho de que la reproducción de imágenes, con toda clase de mecanismos, hace que estas dejen de estar vinculadas a un lugar específico y que fluyan, de forma errática, a lo largo y ancho del planeta” (Solà-Morales, 1995).
Emerge así una nueva categoría de paisajes definidos por su aterritorialidad: esto es, paisajes independizados del lugar, que ni lo traducen ni son el resultado de sus características físicas, sociales y culturales, paisajes reducidos a solo una de las capas de información que lo configuran, la mas inmediata y superficial: la imagen.
Pero si habitar el lugar tiene así tanto que ver con el consumo de su imagen la conclusión es muy clara: si bien no es posible crear el lugar su imagen si puede ser reproducida, simulada o replicada. Es decir, la imposibilidad de crear el lugar venia siempre dada por la dificultad para reproducir las relaciones sociales y culturales que lo caracterizan. Unos elementos que solo el paso del tiempo, la historia, puede generar. Ante la imposibilidad de crear el lugar, sin embargo, se ha tendido a recrearlo, y eso, ni mas ni menos, es lo que se ha venido haciendo tradicionalmente en los parques temáticos y de ocio: recrear, simular lugares lejanos y, ya que se trata de una recreación, también tiempos pasados e incluso la síntesis de ambos procesos: reproducir lugares remotos del pasado, como la China de Marco Polo, la Inglaterra del Rey Arturo o el Far West.
Así, entendiendo el paisaje como la resultante del lugar, como la traducción de las relaciones sociales y culturales que dan forma al locus, el paisaje no puede ser creado, únicamente recreado. Pero si de lo que se trata es de su imagen la cosa es diferente. Mas todavía, si el paisaje se reduce a su imagen, a su contenido visual, entonces, repitiendo las palabras de Sola-Morales, el paisaje es reproducible, con toda clase de mecanismos, hasta el punto de que el paisaje, los paisajes, dejan de estar vinculados a un lugar o lugares específicos y fluyen, de forma errática, a lo largo y ancho del planeta.
En otras palabras, el paisaje, los paisajes, toda vez simplificados a través de su imagen, no solo pueden ser recreados sino, de hecho, creados. Se pueden así reproducir las calles y casas típicas de la Boca o de Nueva Orleans y replicarlas en cualquier centro comercial del mundo. Es posible simular los tejados, ventanas y celosías de las ciudades islámicas repitiéndolos por doquier en mil y una urbanizaciones de verano en resorts y áreas turísticas del sur de Europa. Es fácil así seleccionar los elementos visuales más pintorescos de los centros históricos mediterráneos, como los tonos de color de las fachadas, las puertas de madera o hasta los espacios públicos, y clonarlos incluso en otros centros históricos.
Estos paisajes resultado de sucesivos copy&paste son absolutamente independientes del lugar porque ya no tienen ninguna obligación de representarlo ni significarlo; son paisajes ‘desanclados’ del territorio que, tomando la metáfora de la huelga de los acontecimientos que explica Jean Baudrillard, van sencillamente dimitiendo de su cometido:
"Es como si los acontecimientos se transmitiesen la consigna de la huelga. Uno detrás de otro, van desertando de su tiempo, que se transforma en una actualidad vacía, dentro de la cual ya solo tiene lugar el psicodrama visual de la información”. (Baudrillard, 1993).
De la misma forma, los paisajes también van declarándose progresivamente en huelga. Si los acontecimientos desiertan de su tiempo los paisajes dimiten de su lugar. Al igual que el tiempo se transforma en actualidad el espacio se reduce a su imagen. Al gobierno de la actualidad informativa corresponde así un espacio simplificado regido por las reglas del consumo y la visita turística, donde la única posibilidad de representación pasa por el gadget o el souvenir.
Narración mediática del tiempo y apropiación temática el espacio van así de la mano configurando una realidad en la que la cadena continua de noticias va acompañada de otra cadena también de alcance global: la de las imágenes sin lugar reproducidas en régimen de take-away.
3. Planificación y política urbana en la metrópolis postindustrial: la urBANALización
Teniendo en cuenta todo lo dicho, quizás podamos entender ahora mejor como ciudades con historia y cultura diferentes y localizadas en lugares diversos están produciendo un tipo de paisaje estandarizado y común. Aparece así un tipo de urbanización banal del territorio, en tanto en cuanto los elementos que se conjugan para dar lugar a un paisaje concreto pueden ser repetidos y replicados en lugares muy distantes tanto geográfica como económicamente.
La urbanalizacion se refiere, asi pues, a como el paisaje de la ciudad se tematiza, a como, a la manera de los parques tematicos, fragmentos de ciudades son actualmente reproducidos, replicados, clonados en otras. El paisaje de la ciudad, sometido asi a las reglas de lo urbanal, acaba por no pertenecer ni a la ciudad ni a lo urbano, sino al gobierno del espectaculo y su cadena global de imágenes.
Un proceso en el que las políticas urbanas han proporcionado, en no pocas ocasiones, el marco idóneo para el desarrollo de tales tendencias. Unas políticas vinculadas directa o indirectamente a lo que algunos autores han llamado como el neoliberalismo económico y político o, en palabras del geógrafo Neil Smith, la revancha neoliberal2, y que se han caracterizado por la simplificación de los objetivos de la planificación y, auspiciada por esta, la festivalización de las políticas urbanas. El resultado de esta confluencia no ha sido otro que la tematización de lo urbano y de la propia ciudad.
4. La ‘festivalización’ de las política en las ciudades: el zoco global de imágenes urbanas
Marco Venturi introdujo en 1994 el concepto de festivalización3 para referirse al desarrollo de políticas urbanas concebidas a partir de la necesidad de un gran evento como la máquina principal para la transformación de la ciudad y la solución de sus problemas. Venturi se interrogaba así sobre el carácter cíclico de unas políticas que habían acompañado a la ciudad desde la época de las grandes ferias de la industria o las exposiciones universales que todavía continúan celebrándose.
Siendo esto cierto, vale la pena plantear, sin embargo, que las políticas urbanas festivalizadas que se han ido sucediendo en ciudades diferentes desde la mitad de los años ochenta presentan un denominador común que las hace claramente contemporáneas y diferentes de los grandes eventos urbanos del siglo XIX y gran parte del siglo XX. Se trata de políticas cuya prioridad absoluta ha sido la participación de la ciudad en unos mercados de producción y consumo que se caracterizan por ser ya globales. Considerando este contexto y esta prioridad, se entiende la necesidad de programas de marketing encargados de crear una imagen urbana capaz de atraer un capital que es global e hipermovil (Harvey, 1993). Una inversión que, a su vez, hará posible la transformación de la ciudad.
Según Smith, las políticas urbanas de corte neoliberal desarrolladas durante las dos ultimas décadas del siglo XX muestran el auge de un revanchismo contra los avances sociales que las políticas de izquierda, el estado del bienestar y la llamada contracultura habían propiciado en los 60 y 70 tanto en Europa como en Estados Unidos. 3 Venturi, Marco (1994) Grandi eventi. La festivalizzazione della politica urbana. Il Cardo. Venezia.
Estos programas de imagen urbana representan, de hecho, una inversión en el orden de los factores que participan en el proceso de producción del espacio, en el sentido que la imagen se debe crear antes de que se produzca la propia forma urbana. Los grandes eventos urbanos, como exposiciones universales o Juegos Olímpicos, siempre habían significado la creación de una imagen nueva para la ciudad, una imagen publicitada en la comercialización de los nuevos espacios urbanos (Muñoz, 1997). Sin embargo, este proceso de marketing se desarrollaba después de que el territorio hubiera sido producido o renovado y la imagen atañía a la representación del nuevo escenario resultante del proyecto urbanístico, es decir, a la narración posterior que se hacia de la transformación de la ciudad.
Hoy en día, parece evidente que la imagen se ha convertido en una condición necesaria del proceso mismo de la transformación urbana, hasta tal punto que se puede considerar como el primer elemento necesario para producir ciudad. Eso explica por qué la imagen urbana necesita promoverse y publicitarse antes de que se coloque un solo ladrillo.
Si las ciudades actuales necesitan del marketing urbano es porque la imagen de la ciudad es un factor básico para atraer inversiones y capital. No es esta una cuestión poco importante pues el papel de las políticas urbanas, pero sobre todo de la arquitectura, se va reduciendo en cierta medida a la producción y reproducción de imágenes urbanas. Esta reducción del papel y objetivos permite hablar de políticas urbanas y de una arquitectura espectacularizadas, si tomamos en consideración las dos definiciones de espectáculo sugeridas por Guy Debord en La sociedad del espectáculo: espectáculo como relación entre personas mediada por imágenes y espectáculo como capital que ha sido acumulado hasta tal punto que se ha convertido en imagen.
Amputada de otros contenidos y limitada al mercadeo de las imágenes, la arquitectura aparece así simplificada y reducida a poco más que un anuncio publicitario. Un spot de la ciudad (Crilley, 1993) en el que arquitectos-marca y edificios-logo aseguran el encaje de lo urbano en las reglas del branding. Arquitecturas y ciudades expuestas cual ofertas de ocasión en un gran zoco global de imágenes urbanas.
5. De la producción al consumo: especialización económica y tematización de los centros urbanos
Para encontrar ejemplos de este tipo de transformación de la ciudad basta observar la evolución reciente de las áreas urbanas más centrales. Ante la paulatina perdida de las actividades productivas, anteriormente características de estos entornos, la respuesta, progresivamente generalizada por parte de los gobiernos, ha sido la aceptación acrílica de su conversión en un espacio para usos terciarios diversos. Esto ha sucedido en territorios específicos como áreas históricas y frentes marítimos, espacios urbanos donde el proceso de cambio espacial se ha asociado directamente con la gestión de, en palabras del geógrafo Neil Smith (1996), las fronteras de la gentrificación.
La venta de esta ciudad elitizada, en el fondo, no es más que el resultado lógico de una tendencia estructural en la historia reciente de las ciudades contemporáneas: la progresiva conversión de los centros urbanos en lugares especializados y orientados a la economía de los servicios o al consumo. Son los mismos espacios que, desde el nacimiento de las economías urbanas industriales, se habían caracterizado por ser los lugares de la producción. En muchas ocasiones, la respuesta de las políticas urbanas a este fenómeno ha sido la aceptación tacita de esta transformación de las áreas centrales en espacios para las actividades terciarias. Puertos y frentes marítimos, áreas industriales de primera generación y centros históricos resumen este proceso y muestran claramente cómo ciudades muy diferentes - en términos de volumen poblacional, extensión territorial y posición en los rankings económicos- han experimentado procesos similares de terciarización, a veces selectiva, a veces indiscriminada, del espacio urbano.
Los riesgos que esta reducción de las funciones urbanas, y la consecuente especialización, entrañaban no siempre fueron percibidos de forma crítica por los gestores de las políticas urbanas. En muchos casos, se ha tratado del comienzo de un autentico proceso de tematización de la ciudad. Un concepto que quiero definir como la exportación al territorio urbano de espacialidades y temporalidades características de los contenedores de ocio y consumo especializado, tales como centros comerciales, multicines o parques temáticos. Es decir, la misma lógica que rige los itinerarios en el espacio y el uso del tiempo en estos contenedores comerciales y de ocio se ha exportado a la ciudad real. En este sentido, los lugares tradicionales de la ciudad - los elementos tipológicos como calles y plazas, que han caracterizado históricamente la ciudad compacta - van siendo transformados progresivamente según un modelo de intervención muy similar.
No sólo se reproducen los formatos espaciales y las lógicas temporales de los contenedores sino que se presenta un tipo similar de experiencia urbana estandarizada, muy vinculada a lo que Sharon Zukin llamo ya hace años como la domesticación por capuccino. Unas atmósferas urbanas que, paradójicamente, reproducen o imitan de forma temática la simulación de espacios urbanos que siempre caracterizo el diseño de los contenedores de ocio y consumo.
Para apreciar la importancia de estos procesos, es importante no olvidar que las primeras políticas urbanas de regeneración de centros históricos y de áreas urbanas centrales en Europa concebían el espacio central de la ciudad como un complejo entramado de relaciones urbanas. La diversificación de las actividades económicas y el mantenimiento de las funciones residenciales se habían planteado como herramientas para hacer visibles las posibilidades de la vieja matriz compacta como una forma urbana útil aun en la era postindustrial.
Sin embargo, la mayoría de las experiencias de renovación llevadas a cabo durante los últimos años han provocado justo los resultados opuestos: la especialización económica y funcional, la segregación morfológica de los ambientes urbanos y la tematización del paisaje. Estos tres elementos caracterizan lo que defino como urbanalización.
Incluso en aquellos casos en los que la función residencial se ha mantenido, los espacios centrales e históricos han ido adquiriendo una nueva función a una escala metropolitana, regional y global. Más que una ciudad para ser habitada a diario se configuran como un espacio urbano diseñado para ser visitado intensivamente y a tiempo parcial.
Después de todo lo dicho, se puede decir que la ciudad postindustrial genera un doble flujo en relación con las formas del crecimiento y la transformación urbana:
• Por una parte, tiene lugar una producción de islas especializadas dedicadas a la producción o al consumo. Estas islas constituyen un tejido metropolitano de contenedores de diverso orden. Se trata de objetos que jerarquizan el territorio y articulan los flujos de movilidad - de personas, mercancías e información -.
Aparece así una geografía objetualizada cuya lógica no es la de los lugares urbanos sino la de los contenedores mismos y la movilidad que generan. En lugar del tradicional modelo de la mancha de aceite, el territorio metropolitano parece articularse como una secuencia discontinua de manchas de aceite (Nogué, 2003) que corresponden tanto a los agregados de densidad como a los atractores de movilidad. Un urbanismo que propongo llamar como urbanismo de los hubs, o (hub)banismo y que da forma a un territorio donde los espacios que han forjado e inspirado la disciplina urbanística, el urbanismo, durante dos siglos no son ya los únicos que cuentan a la hora de descifrar la cartografía de la centralidad metropolitana:
“Pero en su presente encarnación, el viejo centro es exactamente otra pieza en el tablero, una ficha que tiene tal vez el mismo peso que el aeropuerto, el centro médico o el complejo museístico. Todos ellos nadan en un caldo de centros comerciales, hipermercados y almacenes, restaurantes drive-in, naves industriales anónimas, circunvalaciones y áreas de autopista” (Sudjic, 1993).
• Por otra parte, los lugares tradicionales de la ciudad, las formas urbanas reconocibles de la ciudad compacta, esas áreas donde elementos tipológicos como calles y plazas articulan un tejido, se han ido convirtiendo también en contenedores y han sido, por tanto, objetualizadas. A pesar de que se mantenga la morfología de la ciudad, las funciones urbanas han cambiado definitivamente y han sido simplificadas de forma temática.
Pocos territorios urbanos pueden ilustrar este escenario mejor que los centros históricos y los frentes marítimos, quizás las áreas que, como se ha sugerido anteriormente, mejor han representado el alcance y consecuencias de la renovación urbana en la ciudad postindustrial.
Paradójicamente, estas dos áreas han sido también los espacios más identificados cultural y simbólicamente con una serie de atributos urbanos característicos de la ciudad industrial. La iconografía y la traducción fílmica llevada a cabo por el cine, por ejemplo, siempre han mostrado estos paisajes tipológicos como una síntesis de algunos elementos definidores de la vida urbana: densidad, intensidad, relaciones, conflicto, etc.… Un buen ejemplo de esto, referido a las áreas portuarias, es una película con un título muy significativo, On the Waterfront, de Elia Kazan (1954), donde tanto Marlon Brando como el puerto de Nueva York simbolizan la asociación entre la ciudad y la base económica industrial.
Sobre los centros históricos, las actuales especializaciones intensivas de tipo turístico y las vinculadas a la amplia galería de usos derivados del consumo cultural dejan en evidencia mecanismos de producción de paisaje en función de las lógicas económicas del turismo global. En el caso de las áreas portuarias y los frentes marítimos o fluviales se plantean procesos de especialización y tematización similares. De hecho, son éstos los territorios donde mejor se pueden observar los mecanismos de reducción de la ciudad a valor de cambio y los procesos de venta de la ciudad. En estos casos, los monocultivos se orientan igualmente hacia el ocio, el entretenimiento y la economía de las franquicias. Así, de la festivalización de la política que Venturi planteaba a comienzos de los noventa se ha llegado a la festivalizacion de la propia ciudad convertida en lugar de y para el espectáculo. Una festivalizacion que no solo se refiere a la dependencia de los eventos urbanos para asegurar la presencia en el zoco global de imágenes del que se habló antes. Además, la ciudad se espectaculariza a través de la transferencia a su espacio concreto de morfologías y elementos de diseño que históricamente habían caracterizado la producción de espacios para el ocio y el consumo. Una interesante paradoja emerge así en el espacio de la ciudad actual.
Después de un siglo en el que parques temáticos y centros comerciales o de ocio han estado imitando la morfología urbana y el tipo de experiencia que se podía vivir en la ciudad real, parece que ahora las ciudades deben recrear, simular y reproducir los escenarios urbanos previamente imitados en esos contenedores de entretenimiento y consumo. A través de este mecanismo, el espacio urbano se convierte en espacio temático, es decir, se decora a partir de un determinado tema, la mayoría de veces relacionado con el pasado de la ciudad y los estilos de vida del pasado. A través de este mecanismo, el espacio de la ciudad pasa a planearse y diseñarse siguiendo los mismos criterios y respetando las mismas reglas que históricamente han definido los espacios temáticos interiores que, desde finales del siglo XIX, fueron proliferando en la ciudad contemporánea. Una vuelta de tuerca mas, así pues, en este itinerario de simplificación progresiva de la ciudad y lo urbano.
Una ciudad hecha de lugares temáticos y objetos arquitectónicos especializados se va así expandiendo, reducida en cuanto a sus atributos y trivializada en cuanto a sus contenidos.
6. UrBANALización: los paisajes del espectáculo
De acuerdo con lo dicho, la aparición de paisajes banales (banalscapes) puede abordarse considerando las dos definiciones de espectáculo sugeridas por Guy Debord en La sociedad del espectáculo y que han inspirado muchos de los comentarios hechos hasta ahora:
• En primer lugar, los banalscapes se constituyen como un vehículo para crear ‘relaciones entre personas mediadas por imágenes’. De hecho, su multiplicación en las ciudades no muestra otra cosa que la prevalencia absoluta de este tipo especifico de relaciones en las que la imagen es el código común. Como se planteó antes, la extensión de los banalscapes ha sido tan importante que incluso algunos lugares urbanos muy alejados, en principio, de la esfera de lo banal, como el espacio publico, han sido colonizados y han visto reducidas sus funciones de forma que, actualmente, son el lugar privilegiado para este tipo de relaciones mediadas por la imagen.
• En segundo lugar, los banalscapes constituyen una clase específica de paisaje que, a pesar de ser ofrecido a los habitantes de la ciudad, ha sido producido para servir a los intereses, requerimientos y necesidades de la economía global, por ejemplo, como algunos de los ejemplos urbanos ya mostrados, del turismo global. Esto significa que el paisaje se configura a sí mismo como ‘capital acumulado hasta tal punto que se ha convertido en imagen’. Este es el mecanismo que hace que los resultados finales de la renovación urbana parezcan semejantes a pesar de estar situados en ciudades muy diferentes.
Así, el espacio urbano global no es sólo el territorio de los barrios de negocios, con sus edificios de oficinas y su arquitectura high-tech. Tampoco únicamente el paisaje financiero arquetípico de los centros urbanos especializados. Hoy forma parte de sus dominios un amplio espectro de nuevos territorios: los centros históricos, las viejas áreas industriales que experimentan procesos de renovación, o la amplia galería de espacios portuarios y frentes marítimos renovados. Pero también las áreas naturales o los entornos rurales especializados en acoger el turismo de fin de semana y que funcionan igual que los territorios anteriores como espacios a tiempo parcial
En todos estos territorios comienza a aparecer con autoridad y casi ubicua presencia una clase de paisaje urbano localmente globalizado. Un paisaje en el que la forma urbana histórica y los lenguajes formales de su arquitectura han sido manipulados para que sean fácilmente comprendidos en términos de consumo y frecuentación temporal. Un paisaje que ha sido simplemente intercambiado, esto es, convertido en valor de cambio y transformado, en ese sentido, en un paisaje banal.
Los paisajes urbanales muestran así la nueva naturaleza genérica, multiplicada y a la vez única, que caracteriza el espacio urbano actual. Una naturaleza urbana que únicamente se hace visible a través del espectáculo. Después de un siglo en el que parques temáticos y centros comerciales o de ocio han estado imitando la morfología urbana y el tipo de experiencia que se podía vivir en la ciudad real, parece que ahora las ciudades deben recrear, simular y reproducir los escenarios urbanos previamente imitados en esos contenedores de entretenimiento y consumo. A través de este mecanismo, el espacio urbano se convierte en espacio temático, es decir, se decora a partir de un determinado tema, la mayoría de veces relacionado con el pasado de la ciudad y los estilos de vida del pasado. A través de este mecanismo, el espacio de la ciudad pasa a planearse y diseñarse siguiendo los mismos criterios y respetando las mismas reglas que históricamente han definido los espacios temáticos interiores que, desde finales del siglo XIX, fueron proliferando en la ciudad contemporánea. Una vuelta de tuerca mas, así pues, en este itinerario de simplificación progresiva de la ciudad y lo urbano.
7. La urbanalizacion: 4 nuevos requerimientos urbanos
¿Cuales son entonces las claves que se manejan en esta producción de ciudad y paisaje urbano? ¿Existen algunas constantes, algunas estrategias o metodologías que puedan identificarse en el proceso de urbanalización?
Pienso que existen de hecho una serie de nuevos requerimientos urbanos que acompañan al proceso de urbanalización y que están detrás de la multiplicación de los paisajes urbanales.
La ciudad urbanal se soporta así sobre cuatro elementos cuya presencia, en dosis diferentes, mantiene el proceso de urbanalización:
• La imagen como primer factor de la producción de ciudad;
• La necesidad de condiciones suficientes de seguridad urbana;
• El consumo del espacio urbano a tiempo parcial con lo que se produce el predominio de comportamientos urbanos vinculados al consumo y a la experiencia del visitante entre lugares más que a la del habitante de un lugar.
• La utilización de algunos elementos morfológicos de la ciudad como el espacio público en términos de playas de ocio;
Los comentaremos brevemente uno a uno a continuación.
La imagen como primer factor de la producción de ciudad
Ya se comento antes como la imagen había cambiado su lugar en el proceso de producción de ciudad, dejando de ser algo accesorio o necesario cuando el espacio urbano ya se había transformado para convertirse en la condición sine qua non con la cual garantizar la competencia de la ciudad en el mercado global de capitales.
Hoy en día, muchos más lugares, muchas más ciudades compiten entre sí por atraer los usos económicos más beneficiosos. Y la imagen urbana es un reclamo para ello. Crear una imagen hace posible la atracción de capital que, a su vez, hará posible la transformación física del espacio. Por eso, el diseño urbano es hoy diseño de una imagen para la ciudad, una imagen reconocible, exportable y consumible por habitantes y visitantes, vecinos y turistas. Esto es, una etiqueta, una marca, lo que autores anglosajones como John Hannigan en Fantasy City o Guy Julier, en La cultura del diseño, denominan brand y que determina la brandificación de la ciudad y lo urbano. Un proceso que, llevado al extremo, no significa otra cosa que la conversión de la propia ciudad en una marca.
Es en ese sentido que se plantea una auténtica paradoja que acompaña hoy al marketing y al branding urbano: tras tres décadas buscando aparecer como diferentes a las otras, utilizando la imagen y el diseño como reclamo para resaltar lo propio especifico y resultar así atractivas a la economía global, las ciudades se muestran hoy como el más común, el más banal, de los lugares.
La necesidad de condiciones suficientes de seguridad urbana
El consumo de seguridad forma ya parte actualmente del estilo de vida urbano y, en ese sentido, muestra comportamientos y valores nuevos a tener en cuenta. En su libro Loft Living (1982), la socióloga Sharon Zukin discutía hace años los primeros procesos de gentrificación en Nueva York como dinámicas directamente asociadas a la renovación urbana y al cambio en el estilo de vida de las clases medias locales que empezaba a hacerse evidente a través de pautas de consumo nuevas: de la percepción positiva de vivir downtown al éxito de la nouvelle cuisine, pasando por las renovaciones en naves industriales y antiguos talleres que dieron lugar a los famosos lofts y que tan populares hizo el cine norteamericano de los años ochenta.
Pues bien, el creciente desarrollo de las políticas y condiciones de seguridad asociadas al diseño y el uso de la ciudad son también dinámicas directamente asociadas a cambios en el estilo de vida; sobre todo si se tiene en cuenta como el consumo se ha convertido en una fuente de identificación social. Aparece así un estilo de vida que valora la seguridad en tanto que suma de protección, defensa y vigilancia. Un estilo de vida que quiero llamar como Lock living (Muñoz, 2003) y que valora el uso de paisajes seguros donde poder ejercer el derecho al consumo sin peligro ni inquietud.
Los ambientes lock living son por definición protegidos, defendidos, bajo vigilancia y su uso es un signo de éxito económico, en unos casos, de pertenencia e identificación social, en otros. En consecuencia, el diseño de entornos seguros es un importante elemento para garantizar el valor urbano de los espacios tanto públicos como privados. Es decir, cuanto más segura sea y se presente un área urbana mejor percibida y valorada será por los visitantes o habitantes. Esto puede explicar el altísimo nivel de estandarización que tanto las políticas como los sistemas de seguridad están alcanzando actualmente en la ciudad hasta el punto de ser una constante en espacios urbanos diferentes.
El consumo del espacio urbano a tiempo parcial
De igual manera que el espacio que se habita configura una ciudad real hecha de fragmentos de territorio donde se vive, se trabaja o se visitan lugares, el sentimiento del lugar también puede definirse como una suma de fragmentos, una suma de tiempos urbanos que revelan un tipo especial de interacción entre individuo y territorio caracterizada por algunos elementos.
Esta relación individuo-espacio seria:
• Independiente de límites legales o administrativos;
• Desconectada de las características vernáculas locales, relativas tanto al espacio físico como al social, que normalmente se consideran a la hora de definir un lugar;
• Desvinculada del sustrato cultural común que, normalmente, se considera que amalgama una comunidad; y
• Descomprometida respecto a los contenidos urbanos que tradicionalmente caracterizan la ciudad como un espacio para ser habitado.
En este contexto de uso temporal del territorio definido por el tiempo parcial el uso mixto que los territoriantes hacen de lugares y no-lugares, de la ciudad y el campo, de la cultura local y la global define una nueva manera de habitar el espacio metropolitano. Un ejemplo muy claro de todo lo dicho son los espacios múltiplex en continuo crecimiento. A diferencia de las salas de cine tradicionales los cines multisala, llamados múltiplex o megaplex en función de su tamaño y número de espacios de proyección, han experimentado una notable expansión en los últimos años. Los múltiplex constituyen un territorio nuevo que participa de la lógica de los flujos y se configuran, de hecho, como una parte esencial de las cartografías de la movilidad metropolitana. Son grandes atractores de desplazamientos que estiran y atraen hacia sí los arcos temporales de movilidad de los habitantes metropolitanos, que se definen cada vez más por ser habitantes entre lugares. Los espacios múltiplex dan así forma a la cartografía del ocio temporal y del fin de semana; una cartografía del consumo de espacio a tiempo parcial, hecha de lugares y momentos caracterizados por la multiplicidad y la flexibilidad; lugares y momentos múltiplex.
La utilización de algunos elementos morfológicos de la ciudad, como el espacio público, en términos de playas de ocio
La orientación hacia el consumo de la ciudad ha tenido en el espacio publico su lugar privilegiado y, en ese sentido, se han producido cambios importantes que afectan a todas aquellas definiciones previas que, desde la sociología a la arquitectura habían considerado el espacio público por contraposición al espacio privado y, en ese sentido, dotado de un carácter diferente al de los espacios habitados, construidos y bajo control de la propiedad individual. Sin embargo, los procesos de cambio en la ciudad y en la vida urbana relacionados con la urbanalización no han dejado los espacios públicos al margen de su influencia. Antes al contrario, en tanto que parte especialmente significativa de la ciudad, los espacios públicos se han visto directamente afectados por tendencias que han cambiado de manera radical su carácter, su morfología y su función. La lista de transformaciones sería amplia pero pueden agruparse en cambios que han afectado al uso del espacio público por parte de las poblaciones urbanas y transformaciones que se refieren más al papel que este tipo de lugares tienen de forma creciente en unas ciudades muy orientadas hacia las actividades de ocio, consumo y entretenimiento.
Es esta una tendencia que se confirma cuando se observa como, en algunos contextos urbanos, la diversidad propia del espacio público, es, en realidad, un elemento esencial de procesos intensivos de gentrificación y de compra-venta de ciudad que van especializando el espacio. Plazas, calles o incluso barrios enteros, con sus respectivos espacios públicos convertidos en lugares privilegiados de paso y estancia temática, ofrecen dosis de diversidad y cosmopolitanismo a partir de elementos pertenecientes al ámbito de la cultura local, muy vinculada al uso de los espacios públicos. Una secuencia de espacios, de imágenes urbanas, presentes a modo de souvenirs de diversidad cultural, dispuestos en el espacio urbano, en el espacio público, para el consumo visual y temático de los visitantes. Diversidades a la carta, mestizajes de capuccino y humus que muestran como el espacio público en las ciudades ha comenzado ya a estar compuesto por una cadena de lugares claramente configurados como nichos de espectáculo. Retomando así el concepto de Guy Debord explicado anteriormente, los espacios públicos habrían sido reducidos en su complejidad y se muestran como los lugares seleccionados para la exposición de imágenes, los lugares por excelencia donde las relaciones entre personas mediatizadas por la imagen adquieren patente de universalidad.
Los cuatro requerimientos que soportan la urbanalización muestran claramente los niveles de estandarización que lo urbanal significa para la ciudad. Los cuatro delimitan claramente cómo y cuando el uso y la apropiación de territorio tienen lugar y como es el paisaje que acoge este proceso.
Los espacios urbanos son así habitados como productos servidos en porciones, como pasa con el champú en los hoteles, los quesitos que se venden en el supermercado o las porciones de mantequilla que se sirven como entrante en los restaurantes:
‘The charm of travelling is everywhere I go, tiny life. I go to the hotel, tiny soap, tiny shampoos, single-serving butter, tiny mouthwash and single-use toothbrush. Fold into the standard aeroplane seat. You’re a giant. The problem is your shoulders are too big. Your Alice in Wonderland legs are all of a sudden miles so long they touch the feet of the person in front. Dinner arrives, a miniature do-it-yourself Chicken Cordon Bleu hobby kit, sort of a put-it-together project to keep you busy…. Hotel time, restaurant food. Everywhere I go, I make tiny friendships with people sitting beside me….’Chuck Palahniuk, Fight Club.
Porciones de naturaleza, fragmentos de paisaje histórico servidos en dosis individuales, trocitos bien presentados y decorados de paisaje rural, etc. De acuerdo con la apropiación del espacio que caracteriza a las actuales poblaciones metropolitanas, estos territorios en porciones son mucho más imágenes previamente consumidas y apropiadas in situ que lugares propiamente dichos. Es decir, son espacios percibidos, consumidos y apropiados mucho más como un souvenir del lugar, o incluso del pasado del lugar, que no como lugares en sí mismos, en tanto en cuanto no son ya la traducción física de los requerimientos o fundamentos tradicionalmente considerados cuando se responde a la pregunta: ¿qué es un lugar? Aquellos que se refieren a la existencia de una cultura local; una comunidad de habitantes; una identidad vernácula; o una historia común compartida.
Estos son los paisajes de la urbanalización, espacios temáticos que alimentan continuamente el flujo de imágenes sin lugar propio que da forma a lo urbanal. A través de ellos, lo complejo y diferente que hace diversos lugares y territorios se vuelve comparable y estandarizado, pero, sobre todo, fácil y comprensible sin mayor esfuerzo. La urbanalización, por tanto, no significa la homogeneización de los espacios urbanos, de las ciudades, sino más bien, y por encima de todo, el dominio absoluto de lo común.

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