Conferencia impartida por el Dr Pablo Guerra.

El pensamiento comunitarista en el Siglo XXI

Por Dr. Pablo Guerra[1]

Estimadas amigas y amigos: vaya en primer lugar un especial agradecimiento al Instituto Humanista Cristiano por la invitación formulada. Quiero además, expresar mi alegría por esta convocatoria, y por el hecho de que provenga de un Instituto que lleva no solo la impronta, sino también el nombre, de una de las figuras más relevantes del humanismo cristiano y del viejo pensamiento comunitarista en el continente, esto es, la figura del entrañable Juan Pablo Terra.

En esta oportunidad se nos ha pedido pudiéramos disertar sobre el pensamiento comunitarista en el Siglo XXI. Si los organizadores estimaban correcto detenerse en esta perspectiva, es porque seguramente pensaban en la existencia de un pensamiento comunitarista antes de este siglo que recién comienza. Y ciertamente, podemos decir que el pensamiento comunitarista tiene una primera raíz en el Siglo XIX, una segunda raíz en el Siglo XX, y una tercera raíz, la del pensamiento comunitarista contemporáneo, que situamos en el tiempo sobre fines del Siglo XX y con un presente muy significativo en este principio de Siglo XXI.

En todos los casos, el comunitarismo nace como una plural y muchas veces heterogénea corriente de pensamiento que tiene como contrareferente al pensamiento excesivamente individualista, de raíz liberal, que comienza a dominar la escena en materia de filosofía política a partir del Siglo XVIII, con indudables avances en el plano no solo de las ideas, sino también de las prácticas sociales y económicas sobre todo luego de la revolución industrial.

Justamente este hecho histórico, situado en Inglaterra sobre fines del Siglo XVIII, marcará el auge del liberalismo económico, y promoverá los principales cambios socioeconómicos de la mano de un libre mercado que terminará por sentar las bases de lo que autores de la época llamaron “la cuestión social”, caracterizada por una verdadera “dislocación social” productora de segregación, marginalidad, pobreza y explotación como probablemente nunca antes se haya conocido en la historia de la humanidad.

Es en este contexto que nace el pensamiento comunitarista del Siglo XIX. Lo hace, en el marco del nacimiento de las principales ideologías que dominarán la escena del Siglo XX, y en el marco también de las primeras elaboraciones de las ciencias sociales. Justamente el comunitarismo se caracterizará desde entonces por permitirse la confluencia de las ciencias positivas, del pensamiento filosófico, así como del discurso ideológico.

¿Cuáles eran las principales banderas del comunitarismo del Siglo XIX y donde se encontraban?. De manera muy rápida digamos que las principales banderas eran las de la oposición al paradigma individualista y materialista que fomentaba una sociedad fría, con escasos vínculos solidarios. De hecho, buena parte del análisis sociológico del Siglo XIX hacía hincapié en el pasaje de un modelo comunitario a otro más individualista (Tönnies), o para decirlo en clave durkheimiana, de una solidaridad mecánica a otra orgánica. En el plano más ideológico cabe mencionar la importancia que tuvo el variopinto socialismo utópico así como el pensamiento libertario y cooperativo en estas materias, tan interesados en la reflexión teórica como en la puesta en práctica de numerosas experiencias de carácter comunitario. Figuras como Buchez, o el propio Owen podrían resultar ilustrativos de estas corrientes.

Durante el Siglo XX el pensamiento comunitario vuelve a la escena con autores de la talla de Buber, Maritain y Mounier, entre otros. La clave para comprender el pensamiento comunitario en los mediados del Siglo XX, es la necesidad de pensar en paradigmas alternativos a los hegemónicos entonces, tratando de superar, por ejemplo, los totalitarismos de derechas e izquierdas, así como el modelo liberal – capitalista, componentes de lo que Mounier calificaba entonces un verdadero “desorden establecido”. Justamente el fundador de Esprit señalaría que la despersonalización del mundo moderno y la decadencia de la idea comunitaria conducían a una “sociedad sin rostro”, de puras masas, donde el prójimo se aleja y “no quedan más que semejantes que no se miran”[2]. Maritain, por su lado, buscando la mejor síntesis posible entre la libertad y la justicia social, condenaría tanto las salidas del comunismo totalitario como del individualismo burgués, con sus “crisis de moralidad” así como sus “desastrosos espasmos de la economía liberal y capitalista”. Martin Buber, desde su humanismo hebreo, por su parte, velará no solo por la construcción de una filosofía personalista (relación yo – tú), sino además por su vivencia práctica por medio de los populares kibbutzim de Israel, uno de los casos de economía comunitaria más impresionantes del Siglo XX.

La tercera oleada del pensamiento comunitario, por su parte, es la que estrictamente llamamos comunitarismo contemporáneo –para distinguirlo de los anteriores-, y por cierto, es la oleada que continúa vigente de cara a buena parte del Siglo XXI.

Sin desconocer la importancia que para esta tercera oleada tuvieron las dos anteriores, digamos que el comunitarismo contemporáneo tiene sus propios motivos fundacionales y sus propias elaboraciones. A fuerza de ser sintético con Uds., corresponde señalar un primer emergente del comunitarismo contemporáneo, anclado en un debate de filosofía política muy rico en el mundo anglosajón, que tuvo lugar fundamentalmente luego de la publicación por parte de John Rawls de su obra máxima, Teoría de la Justicia (1971). Desde entonces, las posiciones comienzan a dividir aguas entre liberales y comunitaristas, donde destacan figuras de la talla de Buchanan, Friedman, o Nozick entre los primeros; Dworkin en posiciones más mesuradas; o MacIntyre, Walzer y Taylor entre los segundos. Algunos de los aspectos compartidos por estos comunitaristas en oposición a los filósofos liberales, tienen que ver con aspectos tales como la importancia de los valores sociales para la construcción de determinada concepción de bien; la importancia de las diversas comunidades que integramos a la hora de generarnos identidad y socialización; la concepción de la política más allá de mero espacio contractualista para garantizar los derechos individuales; la importancia de pensar qué es una buena sociedad y cómo se llega a ella más allá del subjetivismo individualista, así como el papel que le corresponde a las comunidades y al Estado en tal sentido.


Un segundo emergente del comunitarismo contemporáneo surge, mientras tanto, desde concepciones más vinculadas a las ciencias sociales (sociología, ciencias políticas y economía preferentemente). Se trata de la obra desarrollada fundamentalmente por el sociólogo Amitai Etzioni, especialmente preocupado desde los años ochenta por la fuerte ofensiva del individualismo a partir del Gobierno de Reagan en los EUA, tanto en los planos sociales y culturales como en el plano económico. La ausencia de valores en los discursos y en la práctica de la economía, por ejemplo, era un mal que envolvía incluso a las perspectivas más “progresistas de la época”. Cuenta nuestro autor, que con ocasión del dictado de unas clases en la Universidad de Harvard, los hombres de negocios le pedían por favor que no les hablara ni de la familia ni de la moral, pues estas cosas más valía desconocerlas que manejarlas en el mundo de la economía, donde el único valor que debería existir es el de dejar actuar en el marco de la más absoluta libertad. Sucesos como esos, le llevan a conformar junto a muchos otros académicos, entre quienes por ejemplo, Amartya Sen, una Plataforma Comunitaria en 1990 inicialmente firmada por cien académicos norteamericanos, que luego da lugar a una Red de Comunitaristas que reúne actualmente a unos 4000 de todas las nacionalidades y desde todos los rincones del mundo. Dicha Plataforma Comunitaria estaba basada en los siguientes asuntos:

- La importancia del sistema democrático fundamentalmente para construir valores compartidos mediante el permanente diálogo, la mayor participación posible, y la mayor cantidad de información y medios de expresión para la ciudadanía.
- Entender a la familia como la principal institución de la sociedad civil, encargada de funciones intransferibles. Para ello, la sociedad toda debe velar por el mejor cumplimiento posible de esas funciones, especialmente en lo referido a atender las necesidades de los niños.
- Entender a la escuela como una institución fundamental a la hora de formar en valores, como ser, según reza en el texto original: “la dignidad de cada persona debe respetarse; la tolerancia es una virtud y la discriminación un pecado; la resolución pacífica de los conflictos es superior a la violencia; decir la verdad es moralmente superior a la mentira; un gobierno democrático es moralmente superior a uno totalitario y a uno autoritario; se debe ahorrar para el futuro propio y el del país, lo que es mejor que derrochar los ingresos y que depender de los otros para satisfacer las necesidades futuras”.
- La defensa de los principios de solidaridad y subsidiaridad.
- El deber cívico de la participación política, revalorizando los espacios propiamente políticos.
- El deber de la justicia social.

Obviamente que esta Plataforma es muy norteamericana, y más allá de los puntos de acuerdo, los comunitaristas latinoamericanos estamos llamados a construir nuestra propia agenda y definiciones. Es así que desde hace algunos años, bajo el liderazgo del Profesor José Pérez Adán, un grupo de iberoamericanos hemos asumido el reto de divulgar estas ideas desde nuestra propia realidad social y cultural. Más allá de ciertos esfuerzos editoriales, como ser las publicaciones de varios libros colectivos en estas materias, el paso más desafiante ocurre en el 2003, cuando creamos la Asociación Iberoamericana de Comunitaristas (AIC), que actualmente coordinamos junto al citado Pérez Adán, y a la Dra. Alicia Ocampo, de México. Desde esta Asociación bregamos entonces por una mirada específica de nuestros propios retos desde una perspectiva comunitaria, a la par que asumimos ciertos presupuestos comunes al pensamiento comunitarista universal, a saber:.

Creemos que nuestro principal contrareferente es la cultura individualista post moderna, esquiva, entre otras cosas, a establecer prioridades desde el punto de vista valorativo. Compartimos en tal sentido, que el reconocimento, por ejemplo, del derecho a la vida por encima del derecho a la propiedad, es la garantía básica de un ordenamiento jurídico justo en lo que atañe a la equidad entre las personas[3]. Del mismo modo ocurre con el derecho a la protección del ambiente frente al derecho de emprender cualquier actividad económica, o respecto de la importancia de la comunidad Cruz Roja sobre la comunidad de Club de Admiradores de Ricky Martin, para poner un ejemplo categórico en la materia.

Discernir prioridades desde el punto de vista normativo, implica discutir qué entendemos por una buena sociedad. Para los comunitaristas, este es un debate que debe interrogarnos desde la perspectiva del bien común, para lo cuál es necesario mucho diálogo y determinados consensos mínimos que puedan garantizar la mayor convivencia posible[4].

Una buena sociedad para los comunitaristas supone equilibrio en tres puntos de apoyo cuyas magnitudes particulares dependerá de cada caso: el estado, la comunidad, y el mercado. Los comunitaristas rechazamos la idea de una sociedad de mercado, y preferimos hablar de una economía con mercado. Asimismo, los comunitaristas creemos en la primacía de lo social sobre lo económico, un dominio imprescindible desde el punto de vista de la sustentabilidad social de cualquier modelo, que como explica Polanyi se revierte con los principios liberales de la economía pura de mercado. Para los comunitaristas, las diversas fórmulas de economía de la solidaridad son desde muchos puntos de vista, superiores a las experiencias tantas veces alienantes que persiguen solo la maximización de utilidades.

Una buena sociedad, implicará definir qué valores, actitudes, comportamientos, e instituciones ayudan a crear “salud social”, y cuáles contribuyen a debilitarla. Luego, el comunitarista confía más en la persuasión y en la educación, que en la pena y la represión para avanzar en la conquista de determinados objetivos.

Una buena sociedad, al decir de Etzioni, supone reconocer derechos individuales inalienables, así como responsabilidades sociales para con los demás. Nuestra cultura hegemónica, como se comprenderá, gira en torno a los derechos, pero raramente hace hincapié en las responsabilidades que nos corresponden.


Una buena sociedad, finalmente debe basarse en un correcto equilibrio entre libertad y orden. Muchas sociedades contemporáneas, por ejemplo, viven en un permanente autoritarismo y por lo tanto necesitan de fuertes dosis de libertades, públicas y privadas. Otras, sin embargo, se han corrido desde la libertad hacia cierto libertinaje, de donde se deduce que lo que necesitan es cierta dosis de orden. Comprenderá nuestro auditorio que este binomio libertades – orden, es de particular importancia en cualquier ámbito social: las familias deben decidir sobre la dosis adecuada de cada uno de estos elementos, así como los partidos políticos, las organizaciones civiles, y por ende también la sociedad en su conjunto.

Los principales retos para los comunitaristas contemporáneos que vivimos en el sur del mundo, vienen, sin embargo, de la certeza de estar casi en las antípodas de esa buena sociedad.

Queremos ser contundentes en afirmar que una sociedad comunitaria implica trabajar constantemente para defender una cultura de la paz: con guerras y violencia interna no hay comunitarismo posible.

Una sociedad comunitaria implica trabajar con mucha fuerza y dedicación para garantizar un nivel de vida mínimamente decoroso para todos: con indigencia y pobreza generalizada no hay comunitarismo posible.

Una sociedad comunitaria implica apostar con fuerza por la lucha contra la segregación y marginalidad: con ciertos barrios para ricos y otros para pobres, con escuelas para ricos y otras para pobres, con trabajo para algunos y desempleo para otros, no hay comunitarismo posible.

Una sociedad comunitaria, entre otras cosas, implica una nueva cultura del servicio público: con corrupción generalizada y con gobernantes enriquecidos a costa del pueblo, -digámoslo claramente- no hay comunitarismo que se sostenga en el tiempo.


Los comunitaristas soñamos con una sociedad más igualitaria y justa, una sociedad más participativa, una sociedad más integrada y más dialogante, una sociedad más preocupada por el bien común. Todos estos valores pueden y deben generar políticas específicas. A manera de ejemplos:

Si definimos que un problema contemporáneo es la creciente privatización de nuestras vidas, entonces alentemos las actividades comunitarias y fortalezcamos las plazas y los espacios públicos.

Si definimos que otro problema es la distancia entre gobernantes y gobernados y la escasa participación ciudadana en los asuntos públicos, entonces propiciemos nuevos mecanismos que permitan un mayor ejercicio de la ciudadanía activa.

Si verdaderamente somos de la idea que la familia es una institución fundamental con funciones insustituibles, entonces diseñemos políticas para fortalecerla. Si la correcta crianza de los niños es una tarea difícil pero imprescindible para el futuro de cualquier sociedad, entonces transfiramos riquezas y recursos para poder hacerlo de la mejor forma posible.

Si realmente creemos en la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, utilicemos todas las herramientas a nuestro alcance para velar por la equidad a nivel gubernamental, a nivel de mercados de trabajo, y también en el hogar. Esto último supone compartir roles y obligaciones, pero también derechos. Así como el varón deberá asumir más responsabilidades en las labores hogareñas, es de esperar pueda gozar también del derecho a una licencia por paternidad.

Si realmente el trabajo es fuente de ingresos, de identidad, de status social, y también de autoestima, entonces, es clave que nuestras políticas públicas estén orientadas a generar trabajo digno. Y si es mejor el trabajo asociativo que el trabajo aislado, si es mejor integrar fines comunitarios que meramente comerciales, si es mejor la responsabilidad social que la mera maximización de ganancias, entonces, se deberá apoyar especialmente a las economías solidarias.


Creemos en la necesidad de compartir nuestros sueños con todos, y que fruto de ese compartir puedan especificarse los derechos y obligaciones de cada individuo y de cada comunidad en procura de construir esa buena sociedad. Es tiempo de esperanzas. Y las esperanzas o son compartidas, o no son tales.
[1] Uruguayo. Sociólogo. Profesor en la Universidad de la República y Universidad Católica del Uruguay. Coordinador de la Asociación Iberoamericana de Comunitaristas (AIC).
[2] Cfr. Mounier, E.: Manifeste au Service du Personnalisme, París, Ed. Du Seuil, 1961.
[3] Cfr. Pérez Adán, J. (ed): Comunidades, Madrid, Arbor No. 652, Csic, Abril de 2000.
[4] Sin descartar ciertamente la importancia del conflicto en las sociedades contemporáneas.

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