¿Qué es la sostenibilidad?
Gustavo Duch Guillot
Diario Información
Primero fueron los tónicos milagrosos que igual hacían crecer pelo a los alopécicos sin remedio, curaban la infertilidad de muchas parejas o hacían caer las verrugas. En carro andaban de pueblo en pueblo comerciando con sus «inocuas» estafas embotelladas. Ahora, en los tiempos de la radio y la televisión, los embaucadores son bastante más peligrosos. Son grandes empresas que bajo envoltorios de honradez y preocupación social, ocultan realidades muy negativas. Por ejemplo, hasta hace bien poco la legislación permitía utilizar el calificativo de «bio» a productos que nada tenían de ecológicos o de biológicos. Todos hemos saboreados yogures o leches biológicas de empresas que funcionan bajo modelos de producción intensiva, alejada de modelos respetuosos con el medio ambiente. Empresas que, convertidas en oligopolios en su sector, marcan un precio ridículo de compra de la leche a los productores que ha llevado a la desaparición del pequeño ganadero de leche en prácticamente toda Europa.
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Primero fueron los tónicos milagrosos que igual hacían crecer pelo a los alopécicos sin remedio, curaban la infertilidad de muchas parejas o hacían caer las verrugas. En carro andaban de pueblo en pueblo comerciando con sus «inocuas» estafas embotelladas. Ahora, en los tiempos de la radio y la televisión, los embaucadores son bastante más peligrosos. Son grandes empresas que bajo envoltorios de honradez y preocupación social, ocultan realidades muy negativas. Por ejemplo, hasta hace bien poco la legislación permitía utilizar el calificativo de «bio» a productos que nada tenían de ecológicos o de biológicos. Todos hemos saboreados yogures o leches biológicas de empresas que funcionan bajo modelos de producción intensiva, alejada de modelos respetuosos con el medio ambiente. Empresas que, convertidas en oligopolios en su sector, marcan un precio ridículo de compra de la leche a los productores que ha llevado a la desaparición del pequeño ganadero de leche en prácticamente toda Europa.
Una nueva ola de charlatanes la conforman las multinacionales con «spots» muy logrados que nos enseñan un Planeta de colores, sin malos olores, que ellos ayudan a hacer posible. En muchos de estos casos, en realidad, ellos hacen todo lo contrario: petroleras a las que en los países del sur se les desparrama el crudo en huertas o ríos, papeleras que se deslocalizan a países donde las normativas medioambientales casi no existen o hidroeléctricas que desplazan con sus represas a comunidades indígenas. Ahora en la prensa y televisión me ha sorprendido la emisión de una campaña publicitaria que bajo el slogan de sostenibilidad presenta una de las grandes empresas promotoras de la construcción en España.
Marketing que seguro que consigue generar una buena imagen empresarial (que tanto necesitan) pero que genera una información muy simplista y errónea de lo que es la sostenibilidad. Con argumentos «tecno optimistas » nos dicen que podemos mantener el consumo actual de agua o seguir construyendo viviendas por doquier, tranquilizando nuestro espíritu consumista. Sostenibilidad, en realidad, significa asegurar la satisfacción de las necesidades actuales de una población sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades. Y, aunque no nos guste escucharlo, existen límites a nuestro consumo porque habitamos un Planeta con una limitada capacidad para renovar sus recursos naturales y con una limitada capacidad para asimilar la contaminación que generamos.
Ya tenemos claras evidencias que hemos sobrepasado los límites al crecimiento. Una buena forma de entender esta afirmación es el concepto de huella ecológica que calcula el área de territorio necesario para producir los recursos y para asimilar los residuos producidos por una población. Para la humanidad actual, esta área corresponde teóricamente a 1,7 hectáreas por persona pero ya estamos por encima de este nivel de sostenibilidad, con una media de 2,3 hectáreas por persona. Insostenibilidad actual que no se paga por igual pues son los países empobrecidos los que se llevan la peor parte. Por un lado las peores consecuencias de los desequilibrios ambientales se desencadenan en sus países, mientras que su acceso y uso de los recursos del planeta es muy exiguo. El africano promedio consume recursos equivalentes a 1,4 hectáreas, el europeo promedio 5 hectáreas y el estadounidense 9,6. Como dice el investigador Jorge Riechmann, «los más ricos nos hemos apropiado de una parte excesiva del espacio ambiental global, y con ello privamos a la mayor parte de la humanidad de la base de recursos necesaria para poder progresar».
Los farsantes de carromato nos hablan de un milagro imposible: más progreso para todos en consonancia con una mejora social y del medio ambiente, sin cambiar el concepto de desarrollo. Por solidaridad con las poblaciones del sur y con las generaciones venideras, no podemos dejarnos embaucar por mensajes de falsa sostenibilidad que induzcan a seguir ampliando la oferta de los recursos finitos, como tierra, energía o agua.
Gustavo Duch es director deVeterinarios sin Fronteras.
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