El consumo y la sostenibilidad.
El consumo y la sostenibilidad
Antonio Lucena Bonny
Pensamiento crítico
Capítulo del libro Consumo responsable de Antonio Lucena Bonny, Talasa ediciones, Madrid, 2002.
Capítulo del libro Consumo responsable de Antonio Lucena Bonny, Talasa ediciones, Madrid, 2002.
A lo largo de este escrito se ha pretendido dejar claro cómo el consumo del Primer Mundo, en el que se supone que está el lector, influye en múltiples aspectos de la vida de la tierra en su totalidad; en este apartado se quiere poner en relación el consumo con la idea de sostenibilidad. No puede pensarse que sean variables independientes, sino interdependientes.Es innegable que el organizar la vida al margen de la sostenibilidad es simplemente suicida, si no por lo que respecta al nivel individual sí por lo que hace referencia a la especie; el consumo, su cantidad y calidad, puede ser definitivo para la permanencia de los sucesores de los actuales habitantes del Globo. No está de más recordar algunas ideas sobre el concepto de sostenibilidad.Este fue precisado en un libro ya clásico, coordinado por Brundtland, y de título Nuestro futuro común; a partir de entonces se entiende como desarrollo sostenible aquel que permite satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin poner en peligro la satisfacción de las necesidades de las generaciones futuras. De esta manera, el testigo de la vida irá pasando de padres a hijos con igualdad de oportunidades en cada una de las entregas.Prácticamente a priori se puede establecer que para que se den condiciones adecuadas para tal tipo de desarrollo, la actividad humana ha de cumplir unas condiciones mínimas; entre ellas cabe destacar, como ya puntualizó el informe citado:- El consumo de materias renovables no debe superar su tasa de reproducción.- El consumo de bienes no renovables no debe superar el ritmo al que se encuentre sustituto para ellas.- La velocidad de generación de residuos será inferior a aquella a la que los metabolice la naturaleza.Se hablará a continuación de cada uno de estos apartados.Por supuesto, se ha insistido en que hay una serie de recursos que año tras año la naturaleza se encarga de volver a proporcionar. Uno de ellos es el agua dulce; el ciclo de ésta es complejo y pasa por los tres estados de la materia, pero a la postre, e independientemente de cómo se realicen los balances, el agua será un bien renovable mientras no se consuma como media más que la que se obtenga de la precipitación.Lo anterior quiere decir que se pueden salvar años secos con las reservas de agua que pueden estar contenidas en embalses o recurriendo a las aguas subterráneas; pero incrementar el consumo medio por encima de la pluviosidad media es agotar la seguridad de subsistencia. Éste es un hecho que está ocurriendo en muchos países del mundo.El ejemplo que no admite discusión es el que protagoniza Arabia Saudita: gracias a una serie de pozos se está bombeando agua para la producción de trigo a gran escala, transformando un desierto en tierra de cultivo cuyos frutos permiten la exportación de grano. Gran parte del agua que se bombea del interior de la tierra es de origen fósil, de manera tal que los acuíferos no tienen alimentación ni desagüe, por lo que el término agotamiento tiene un sentido físico muy definido: el fin absoluto del agua en la formación. Otra parte muy importante proviene de acuíferos con una alimentación muy deficiente, debida precisamente a la falta de pluviosidad: su agotamiento marcaría un punto de no retorno.El caso canario es diferente; se bombea agua de un macizo muy fracturado lleno de agua que la condensación y, excepcionalmente, la lluvia se encargan de renovar. En esta masa se perforan pozos que drenan la formación y de los que se extrae el agua, dejando espacio en el interior de la roca para un nuevo llenado; ésta podría ser una política hidráulica sostenible, pero la extracción supera el aporte de agua, siendo necesario bajar los niveles de explotación de manera continua.Así, los pozos más someros van quedando en seco, y es necesaria su sustitución por otros más profundos.De esta manera, el agua se encarece al ser necesaria la perforación de nuevos pozos y la extracción de niveles más profundos; el recurso es cada vez más escaso en relación con las necesidades que se van creando, y en el caso de las Islas se acaban satisfaciendo con desalinizadoras de agua procedente del mar. Consumo, como el de riego de campos deportivos, se puede realizar con un gasto energético que se incrementa por días, atacando la sostenibilidad por todos los frentes.El mantener en estas condiciones un nivel elevado de consumo supone un gasto energético que condiciona una problemática en cuanto a contaminación; en otros casos se llegará a límites insalvables, como puede ser el antes citado de Arabia. Otro caso del mismo tipo afecta a territorios más cercanos: es el de Almería, que igualmente explota aguas fósiles.Casos de tintes muy trágicos se plantean en naciones enteras en las que la economía está apoyada en un consumo insostenible; con respecto al agua es fácil de valorar el carácter del consumo haciendo el balance entre éste y las posibilidades del recurso. En EE UU, por ejemplo, se está utilizando más agua de la que reponen los elementos, hecho que indica que se está secando el país. Espléndidos acuíferos están descendiendo de nivel sin siquiera la posibilidad de poder desalinizar el agua más que en regiones costeras.La anterior problemática se complica por las condiciones ambientales; el agua de lluvia cae en terrenos contaminados y a su vez se contamina, imposibilitando cualquier uso. Los bosques, que como ya se citó son retenedores de la humedad, lugares de recarga de acuíferos, embalses naturales, desaparecen.Se consume cada vez más y se ponen límites artificiales a la creación de nuevos recursos, dando como resultado que éstos disminuyen cada año; ambas curvas acabarán por cortarse, momento en el que la humanidad se verá ante un problema tan arduo como tantos otros que se han ido creando por causas antropogénicas.En el Estado español el consumo de agua supone unos 1 200 metros cúbicos por persona y año, con la distribución siguiente:
Industrial 1 % Urbano 12 % Agrícola 87 %Se puede apreciar que el consumo no está compensado entre las tres divisiones que se han realizado, siendo muy minoritaria la participación de la primera partida. Pero incluso en ésta se ha sufrido por causa de la falta de agua: en Puertollano hubieron de parar la petroquímica y la refinería en una ocasión. En la parada se tomaron medidas de ahorro que a la postre permitieron reducir el consumo, reciclando el agua y reutilizándola; de haberse tomado estas medidas por adelantado, se hubieran evitado los expedientes de cierre temporal que afectaron a unos cientos de trabajadores.No es difícil acordarse de períodos de penurias hídricas en las ciudades; los cortes de suministro son una de las consecuencias de estos episodios, así como la falta para riego en calles y jardines. Sólo en los momentos comprometidos se realizaron campañas de concienciación dirigidas a la población para evitar despilfarros, ignorando que la práctica del ahorro, para que sea efectiva, ha de ser continua, rutinaria.En la agricultura el despilfarro es colosal; se parte de redes de distribución que pueden llegar a perder el 90 % del caudal, para acabar en formas de riego de elevadísimo consumo. La falta de importancia que la Administración concede al agua adquiere su dimensión real en la falta del valor que le imputa en su cobro para usos agrícolas; consecuentemente, el labrador no está motivado, al menos económicamente, para llevar a cabo un ahorro.Por lo que respecta a la madera, otro recurso en principio renovable, ya se ha hablado en estas páginas del agotamiento de los bosques, por su explotación excesiva; tras esta explotación queda muchas veces el desierto. El mero consumo de la leña para la cocción de los alimentos ha llevado a algunas zonas a tener que afrontar lo que se conoce como «la crisis de la madera»; ésta, como tantas otras, no podrá ser satisfactoriamente resuelta por los empobrecidos pobladores locales, y en estas ocasiones se echa de menos la ayuda de organismos internacionales. En este sentido, el regalo de modestísimas cocinas de leña de alto rendimiento, muy lejos, por su escaso valor económico, del cacareado 0,7 %, haría mucho mejor servicio a esta gente que el sufragar carreteras por las que pueden ser exportados plátanos, piñas, café o cacao, artículos que sólo benefician al Primer Mundo.El caso de los bienes no renovables es aún más trágico que el anterior; se define la prosperidad económica por la abundancia, abundancia que afecta principalmente a los bienes no renovables. Recordando nuevamente al ministro Rato («buenas noticias: el consumo está aumentando»), se debe suponer que no pensaba que los objetos que se consumen están llenos de energía, hierro, cromo, agua... que corren a su agotamiento.En el caso de bienes no renovables, los ejemplos han de referirse a elementos de origen mineral. Cuando la Tierra quedó constituida como un cuasi sólido, se formaron una serie de depósitos en los que la primitiva humanidad encontró elementos con los que se manufacturaron los primeros instrumentos para su defensa y producción de bienes y servicios. Con este apoyo se pudieron sustituir las antiguas épocas de litismo, para dar paso al hierro, latón... que pusieron las bases a nuestra civilización.Este despegue pudo efectuarse gracias a que las masas minerales afloraban y estaban al alcance de los antiguos pobladores; en estas circunstancias les era suficiente saber distinguir algunos minerales del resto de los constituyentes de la corteza terrestre para obtener las materias con las que fabricar las herramientas que deseaban. Posteriormente, y una vez acabados estos minerales que estaban bajo su vista, hubo que recurrir a procedimientos más tecnificados para llegar a los filones.A este respecto cabe citar que los romanos establecieron relaciones muy acertadas entre vegetación y composición mineralógica del subsuelo, siéndoles factible llegar a masas explotables ocultas; de esta forma pudieron explotar minas de muy diversos metales: oro, plomo, hierro...; pero estos nuevos conocimientos no valieron más que para yacimientos someros, que fueron agotados en esta segunda fase.Modernamente, los métodos de investigación geoquímicos y geofísicos permiten conocer las masas minerales más ocultas, poniéndolas a disposición de la humanidad y con ello se aproxima la tercera -y última, por ahora- fase de explotación. Haciendo un circunloquio, conviene decir que en tiempos se llamó criaderos a los depósitos naturales de minerales, en la creencia de que si una mina se agotaba y se la abandonaba por un tiempo, se volvían a generar el mismo tipo de sustancias que con anterioridad a la explotación allí se encontraban.Esta superstición se ha superado y se sabe que si un filón se agota, quedará en ese estado durante todo el resto de la historia humana: si se ha beneficiado y agotado una capa de carbón, éste se habrá transformado en contaminación atmosférica, en cenizas y poco más. En el caso de una masa mineral, la historia será distinta: se habrán hecho objetos diversos que por acción de los agentes meteorológicos se habrán disgregado, quedando esparcidos como contaminación -grave o no- en zonas más o menos amplias, pudiendo incluso haber llegado al mar.De esta manera, el consumo va acabando con los yacimientos, empezando por los más inmediatos, pero persiguiendo las fuentes de recursos hasta los confines de la Tierra; cada vez serán más caras de explotar y extraer las materias primas, pero esta carestía está, en parte, compensada por las mejores tecnologías que pueden hacer aprovechables, en un momento, yacimientos que en otro fueron marginales.Esta especie de competencia establece en cada época aquellos criaderos que pueden ser motivo de explotación: se establece un precio y el proceso técnico económico prosigue. La cuestión es que la tendencia al encarecimiento de las materias minerales, por las razones geológicas apuntadas, prosigue indefinidamente, y esta dialéctica permite plantearse que el fin de los recursos es un problema absolutamente real al que habría que dedicar una atención intensísima.En un estudio ya clásico, Los límites del crecimiento, informe al Club de Roma, realizado por un equipo del Instituto Tecnológico de Massachussetts, se planteaba esta cuestión sobre el ejemplo concreto del cromo, metal que encuentra aplicación en recubri-mientos superficiales para protección de piezas (cromado) y como aditivo a aceros para conseguir tenacidad o propiedades antioxidantes.En este estudio se definen dos tasas de consumo:- Consumo actual. En el tiempo en el que se escribía el informe, 1972, se consumían 1,85 millones de toneladas/año de este metal; como quiera que las reservas se calculaban en 775 millones de toneladas, se podía contar con cromo para 420 años, cifra que permite respirar con una cierta tranquilidad.- Consumo exponencial. Es un hecho que el consumo se incrementa año tras año, y así se hacía observar en el informe; en éste se apunta que para el cromo la cifra que se ha de retener es de 2,6 % anual. Si continuara este ritmo de consumo e incremento, la cifra que se obtiene para la duración de este recurso será de 95 años, que empieza a ser inquietante.Para satisfacer a aquellos que tienen «teñida el alma de verde» -color de la esperanza- hace otro cálculo en el que supone que gracias a la técnica y a la investigación geológica se puedan multiplicar por 5 las reservas; conjugando estas cifras con el consumo exponencial, se llega a la conclusión de que en este caso se tendría cromo para 154 años, no para 95 por 5 años.Para rematar el tema, supone que a partir del momento de la escritura del informe se inicia una campaña de reciclaje absoluto, de tal manera que el 100 % del cromo se recupera; ¡ni siquiera en este caso el recurso sería ilimitado! Dado el crecimiento del consumo en 235 años la demanda sobrepasaría a la oferta.La parte del león de todo este argumento está en admitir la progresión geométrica de una magnitud; el afirmar que algo puede evolucionar geométricamente es equivalente a ponerse inerme ante ametralladoras: el resultado es la muerte. Da lo mismo que el tema sea natalidad, consumo o cualquier otro; hay que cortar esta vía de crecimiento; éste ha de pararse en un momento y pensar en una estabilización del consumo global, dedicando la atención a la buena distribución. En otras palabras: desarrollo en lugar de crecimiento.Debe decirse que el caso del cromo es el ejemplo explicativo de un cuadro en el que figura una amplia serie de recursos minerales: metales y combustibles. La preocupación por la desaparición del cromo ha de extenderse a todos los productos que provienen de la minería: ninguno de ellos tiene visos de poder pasar el siglo XXI, dada la marcha del mundo.Por supuesto, los autores del informe indicaban que el cálculo de la duración de los recursos debe complicarse con la consideración del encarecimiento de éstos cuando se comience a notar su escasez, el éxito en la búsqueda de nuevos sucedáneos y otras razones; así, subrayan los autores del informe, difícilmente se llegará al fin de un recurso por el encarecimiento que supone agotar los últimos residuos de un yacimiento. Son consideraciones que no afectan al núcleo del problema: se está matando el porvenir de los descendientes de la actual generación.En cuanto a la última condición impuesta con respecto a la sostenibilidad del mundo, la relativa a residuos, ya se ha hecho referencia a ellas en páginas anteriores; se han relacionado residuos con el consumo al que invita la sociedad moderna, pero en estos momentos se puede dar un pequeño giro a la cuestión y no verla exclusivamente representada en un montón de cajas de embalaje o en un vertedero, sino en el cambio químico y físico que está sufriendo el medio por efecto de los vertidos que se realizan a diario merced a la explotación de los bienes renovables y de los no renovables.Es necesario destacar una primera circunstancia: la humanidad ha despreciado los efectos que ha causado en la naturaleza. Desde las épocas prehistóricas, las sociedades han actuado sobre el medio y han producido consecuencias que ahora hay que lamentar: desaparición de especies, desertización... pero contrariamente a lo que podría parecer lógico, se sigue sin tomar las precauciones que requieren los daños que continuamente se producen.Esta segunda circunstancia puede verificarse en todos los ambientes; se citan al respecto los medicamentos, que son retirados del consumo una vez que se han puesto en evidencia daños que se han producido con sus tratamientos. Están legislados los ensayos que se han de efectuar con este tipo de artículos, pero por fas o nefas, los accidentes, e incluso tragedias, que se han provocado en este sentido siguen siendo enormes.Más graves, quizás, han sido los envenenamientos masivos que se han producido por las maniobras con los productos fitosanitarios; contaminaciones que ya se han manifestado capaces de afectar a más de una generación. Sin embargo, la labor de vigilancia sobre estas prácticas no aumenta ni mejora, pudiendo en cualquier momento repetirse.En el fondo de ello hay una lógica incluida: si verdaderamente se pretende el aumento de la producción, si la felicidad y las buenas noticias se relacionan con un consumo cada vez más intensivo, no se deben poner obstáculos a esta trayectoria; los accidentes que puedan ocurrir producirán los mártires que toda hazaña necesita.Un fenómeno que se ha medido esporádicamente es el aumento de la contaminación; aun cuando hay laboratorios independientes que se ocupan de ello, no han podido realizarse mediciones sucesivas de todos los elementos extraños y de sus causas; sin embargo, parece deducirse, conclusión que confirma la observación social, que el aumento de las emisiones se debe más a un afán de consumo de la población privilegiada que al aumento de la población; conclusión que debe mantenerse incluso teniendo en cuenta el número de personas que, dejando de ser marginales, se incorporan al despilfarro.Aumentos como los que ha habido en España en el consumo eléctrico en los últimos años, aumento que se ha elevado al 5 % anual en alguna ocasión, son difíciles de explicar sin la insistencia institucional en que el consumo es sano y el único medio de ser persona; la identificación entre la cúpula bancaria, la industrial y la política, y las ósmosis entre estos tres niveles, evidentes en tantas ocasiones y más discretas en otras, hacen que la defensa de intereses particulares sea el principio, en la mayoría de los casos, de las políticas que se aplican en el Estado.Así, se supone que el aumento del consumo energético es un bien, pero si se considera el incremento de emisiones de CO2, gas de invernadero, el incremento de emisiones radiactivas, las emisiones de plomo y mercurio por parte de las térmicas y los escapes de los coches, se puede afirmar que cada punto que aumente el consumo de energía es un nuevo clavo que se pone al ataúd mundial.El crecimiento de la contaminación va de la mano de un crecimiento del consumo; si se admite que el consumo de cromo puede aumentar en 2,3 % al año, y se sabe que las operaciones de mineralurgia y metalurgia producen una serie de contaminantes, al apoyar un consumo superior se está dando la bienvenida a un mundo más venenoso. Si además un gran porcentaje de este metal se utiliza en productos bélicos, se cierra un anillo de salvajismo con el que se quiere poner cerco a los mejores instintos humanos.No hay que invocar a la ciencia o a la técnica para que salven este escollo; la técnica, apoyada en los progresos científicos, puede depurar mejor los efluentes acuosos o gaseosos, separando con más eficacia los componentes tóxicos, pero si al mismo tiempo se aumenta la cantidad de estos efluentes, por un incremento de la producción, a la postre no se habrá ganado nada fundamental. El reducir el consumo vuelve a ser primordial para obtener efectos beneficiosos en el medio, como consecuencia de una disminución de la contaminación.Se ha medido la concentración de contaminantes, algunos con una precisión y continuidad merecedora de todo elogio; como ejemplo, el caso del CO2. De este gas se habló en el apartado «El bumerán de la deuda», así como de sus efectos en el cambio climático. No es un gas tóxico, pero sí tiene efectos en la naturaleza: anula, en parte, la capacidad de la Tierra para refrigerarse, y de este modo es el protagonista del cambio climático. El efecto es de tal importancia, que se ha establecido un organismo llamado Panel Intergu-bernamental sobre el Cambio Climático (IPCC en sus siglas inglesas), cuya misión es el estudio de la evolución climática como consecuencia de la actividad humana.El panel está compuesto por unos 1 500 científicos con especialidades muy diversas y con unos medios impresionantes, y su misión es poner en relación los cambios químicos que está sufriendo la atmósfera con las variaciones que han de preverse en el clima y, en concreto, con la temperatura media de la Tierra. Mediante supuestos, pueden estimar la composición futura de la atmósfera e incluso calcular, a partir de esta composición, la potencia radiante de la Tierra que va a evitar la nueva atmósfera; pero traducir este número a grados centígrados de diferencia de temperatura es algo en lo que no se han puesto de acuerdo.Bien, independientemente de que se piense que ya se ha actuado sobre el clima por el vertido de gases de invernadero a la atmósfera, y que se ha actuado fuera de los límites prudenciales, se debería intentar contestar a la siguiente cuestión: ¿Cuánto CO2, sobre la cifra preindustrial de 280 partes por millón, ppm, puede llegar a tener la atmósfera para mantener los daños bajo un cierto nivel? Nadie ha podido contestar esta cuestión, y los más osados han manifestado que las 370 ppm que tenemos en este momento es excesiva.Puede ser considerado deprimente que en un tema que se ha estudiado con toda intensidad, como el del cambio climático, no se haya llegado a conclusiones inequívocas y que incluso los científicos -físicos, oceanógrafos, meteorólogos...- que están trabajando codo con codo difieran en sus apreciaciones del fenómeno. Pero en este tema hay bastante más unanimidad que en otros que se refieren a cuestiones igualmente globales: lluvias ácidas, extinción de especies, protección de la capa de ozono...A partir de este resultado hay que plantearse que el límite prudencial de un contaminante en el medio es difícil, si no imposible, de establecer; contaminaciones insignificantes de ciertas sustancias, dioxinas por ejemplo, serían auténticamente fatales, ya que son causas de abortos, criaturas deformes, cánceres..., pero dar cifras en gramos por kilómetro cuadrado, por ejemplo, no se ha llegado a determinar.Es la precaución la que debe guiar los pasos; cuanto antes se tomen medidas para limitar la contaminación, menos peligro se correrá de cruzar umbrales de no retorno. Conviene insistir en que la gran inercia que presenta el sistema mundial puede realizar malas pasadas.Posiblemente es la cuestión de protección de la capa de ozono uno de los aspectos en los que la humanidad ha reaccionado con mas prontitud: a principio de los ochenta surgieron las primeras voces de alarma sobre los periódicos enrarecimientos del ozono estratosférico, y ya en los noventa se actuó prohibiendo alguno de los compuestos del fatídico cloro que amenazaba con acabar con el filtro de los rayos ultravioletas.Los distintos tratados que se establecieron en este sentido permiten asegurar que las emisiones a la atmósfera de productos lesivos para la capa de ozono pasarán a ser insignificantes con el comienzo del siglo XXI, y sin embargo, será necesario mucho tiempo antes de que dejen de aumentar en la estratosfera. La atmósfera hará el oficio de almacén que poco a poco irá suministrando a los niveles superiores de la envoltura gaseosa de la Tierra el cloro y bromo, que son los principales causantes del empobrecimiento en ozono.Efectos similares se han podido comprobar con otros contaminantes; una vez prohibido el consumo de DDT, siguió aumentando su presencia en pescados, y por tanto en los ictiófagos, como son los pingüinos en el Antártico, las focas del Ártico y las personas; posiblemente aún no haya bajado la concentración en los animales a los niveles en los que estaba situado en el momento de la prohibición.No cabe hacerse ilusiones manteniendo la producción de materias tóxicas; la supervivencia en el medio de estos compuestos es enorme, puesto que no son asimilables por los animales. Al ser ingeridos pueden ser neutralizados en una mínima parte, pero en una gran proporción continuarán una marcha a través de la vida, dejando un sinfin de víctimas por el camino.(Las sustancias naturales tienen una trayectoria muy distinta: en parte son asimiladas por los seres vivos, y los desechos que éstos produzcan sirven como alimento a otro escalón vital: nada sobra, todo se utiliza, todo se recicla).Otro efecto, hoy por hoy imprevisible, es el que hace referencia a la concentración y bioconcentrabilidad de los tóxicos; del mismo modo que en unos puntos del mundo se concentra el cromo y en otros el hierro, obedeciendo a causas físicas o químicas no siempre bien explicadas, los productos tóxicos pueden concentrarse bien a través de las cadenas tróficas u otros mecanismos. De esta manera, podría ocurrir que se llegaran a ingerir materias de consumo ordinario que sean mortales al haber sido contaminadas por productos tóxicos.Este mecanismo es distinto del que se denuncia con relación a frutas y verduras rociadas con bioquímicos; aquí ha habido una contaminación directa en la que, mediante un simple lavado, se arrastran, normalmente, parte de los materiales tóxicos, hasta dejar cantidades de ellos que sólo a la larga manifestarán su poder contaminante.En estas cuestiones en las que intervienen tóxicos en cantidades y variedades tan enormes, la ciencia humana se ha visto incapaz de dictaminar con rigor los límites de toxicidad; surgen sorpresas cada día y las personas conscientes se notan continuamente bajo una espada. Pocas veces merecerá la pena iniciar una línea de fabricación en la que se obtengan como residuos sustancias de las que no conste con claridad meridiana su inocuidad; los juegos de ruleta, en este sentido, deben ser proscritos o si se quiere expresar en términos de eslogan: «No más Blhopales», para lo cual es necesario tomar todas las precauciones necesarias y disponer de tiempo para efectuar los ensayos de laboratorio y otros hasta poder tener la seguridad suficiente; incluso en estas condiciones se fallará a veces, pero el número de veces será consecuentemente menor.Hay otro tema a tener muy en cuenta: el intervalo que media entre la creación de una sustancia tóxica y la manifestación de sus efectos nocivos puede ser grande; como paradigma de este fenómeno puede recordarse el caso, ya citado, del DDT.Es necesario recalcar que de día en día el mundo es más frágil; el número de sustancias extrañas a la biosfera libradas en la atmósfera es cada día mayor y éstas pueden reaccionar en el medio o dentro de los organismos causando efectos absolutamente imprevisibles, a nivel del actual conocimiento humano.Otro particular que no debe olvidarse en el estado actual es que cualquier sustancia puede extenderse por todo el mundo; ya se ha comentado la presencia de DDT en la grasa de los pingüinos de la Antártida, la presencia de plomo, debido a la gasolina antidefla-grante en los hielos de Groenlandia, y se podrían dar cientos de ejemplos; cualquiera de ellos debe poner en guardia sobre este hecho indiscutible: un solo mundo para vivir.El consumo, sea dicho como resumen de este apartado, puede frenarse por la escasez de materias primas o por el incremento de la contaminación que se produce en la fabricación de bienes. Puede también reducirse por la consideración ética de que se está agotando lo que corresponde a nuestros descendientes.
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